Entrevista en la clandestinidad al hombre más buscado de Chile: El jefe del Lautaro
Dos veces en menos de un año entrevistamos al jefe del Lautaro, Guillermo Ossandón, alias Diego Carvajal. Mucho chequeo y contra chequeo, anteojos ahumados de noche, mucha capucha, equipos de seguridad y armas (cortas y largas) para finalmente lograr varias horas de entrevistas exclusivas que pusieron muy nerviosos a las policías y al gobierno de entonces.
Corrían los primeros años de la recuperación de la democracia y aún había bastante actividad de algunos grupos armados, a los cuales seguíamos su accionar con fines periodísticos desde la revista Página Abierta. De los restos del MIR militar ya no quedaba casi nada, y del Frente Patriótico Autónomo teníamos bastante información, pero del Movimiento Juvenil Lautaro sabíamos muy poco.
Desde Pagina Abierta decidimos acentuar su seguimiento buscando fuentes no abiertas, fuentes más directas y cercanas al grupo. La idea era llegar a entrevistar así a su jefe máximo, Guillermo Ossandón para que nos explicara los motivos y propósitos de su accionar. No era tarea fácil ya que Ossandón no había dado nunca una entrevista a ningún medio de comunicación, ni nacional ni extranjero. Y ese encargo recayó en quien firma esta nota.
Comencé hablando con algunos viejos contactos del MIR y otros del MAPU que me dieron algunas orientaciones e interpretaciones. Pero fue una antigua amiga del Instituto Pedagógico (donde yo había estudiado periodismo a fines de los años 60 e inicios de los 70) la que me comenzó a abrir las puertas hacia el grupo.
Me empezaron a pasar material propagandístico (panfletos, revistas y videos) con los cuales escribí un par de artículos -lo más neutros posibles- en agosto del año 1991, cosa nada fácil en la revista ya que nuestra línea editorial era claramente contraria a los grupos armados de cualquier índole.
Y llegaron las primeras apreciaciones de parte del Lautaro. Nos decían que éramos objetivos ya que no los descalificamos y entregábamos información veraz de su accionar. La estrategia estaba resultando, ya que la idea era con ese piso pedir la entrevista con el jefe. Y así lo hice. Comenzaron los típicos aprontes (fechas, condiciones, pautas, etc..) pero no se avanzaba mucho.
Entonces decidí dar un giro en la estrategia y les planteé que quizás para partir era mejor hablar con algún dirigente importante, pero no con el jefe de jefes. Y así fue. Tuvimos una larga conversación en un restaurante de la Plaza Italia con quien muy posteriormente identifiqué como el jefe militar del Lautaro. Y de allí en adelante todo se puso en movimiento.
Para no implicar a nadie más y evitar filtraciones que pudieran poner en peligro no solo la entrevista, sino que la vida de los participantes, y mi propia integridad, decidí no informar de las tratativas finales a nadie de la revista, ni siquiera a mi jefe, el director Libio Pérez.
Hay que recordar que en esa época las policías estaban muy presionadas para obtener resultados sobre el Lautaro, quien acentuaba su estrategia de la “eliminación física del enemigo”, vulgo asesinato de personas. Y, obviamente, detener o liquidar a su jefe era, sin duda, un premio mayor muy codiciado.
Se fijó fecha y lugar para ser recogido. Hubo un par de intentos que no resultaron, o que eran parte del trabajo de contra seguimiento para ver si venia siendo seguido o “con cola” , como se decía en el argot. Finalmente una noche de inicios de septiembre de 1991 me instruyen que fuera al restaurante Pollo a Caballo, ubicado en Rondizzoni con Viel, zona sur de Santiago, a las 20:00 horas, y que tomara previamente las medidas del caso.
Solo mi mujer supo exactamente qué hacía yo esa noche, con instrucciones de que si no aparecía a cierta hora de la mañana se comunicara con nuestro director, Libio Pérez, y le contara.
Salí de la revista cerca de las 17:00 horas y estuve hasta casi hasta las 19:30 hrs dando vueltas en diversos taxis. Cuando presumí que no había ningún seguimiento me dirigí al restaurante. Después de esperar unos 20 minuto se acercaron a la mesa dos muchachos que me dieron la contraseña acordada y me pidieron que los acompañara.
Caminamos unos 15 minutos por el costado de la Panamericana, yo mirando el suelo, hasta que doblamos hacia una pequeña calle, bastante oscura. Me hicieron ingresar a la parte trasera de un auto amplio y me pidieron que me pusiera lentes oscuros, que ellos traían.
Después de cerca de una hora de recorridos por la zona (mucha vuelta y ningún trayecto recto y largo) nos detuvimos al costado de una casa bastante modesta, típica de alguna población de la zona sur de Santiago. La puerta trasera del auto quedó frente a la puerta de la casa y me pidieron bajar y entrar. Pocos pasos después estaba dentro de una pieza donde había una mesa, algunas sillas, tazas y sánguches.
Allí esperé unos minutos hasta que sentí un ruido de saludos y abrazos. Era Diego Carvajal (Guillermo Ossandón) que saludaba al equipo de seguridad y probablemente a quienes facilitaban la casa. De ese momento recuerdo a uno de los de la seguridad que se cuadra ante su jefe, pero en vez de un saludo militar le dice algo parecido a: Hola..¿Cómo estai?. Así era el Lautaro.
Y así comenzó una larga entrevista de más de cinco horas, que fue la primera concedida por el jefe del Lautaro a un medio de comunicación. La entrevista fue enteramente grabada, y al final de ella le pedí firmar en mi libreta de notas con su nombre y firma real, una precaución que luego me serviría de mucho. La salida del lugar fue de madrugada y en el mismo formato que el arribo. Sin problemas. Me dejaron en una calle cerca del centro de Santiago.
La entrevista fue publicada un par de semanas después y destacada en la tapa de Página Abierta. Allí comenzaron los verdaderos problemas.
El Gobierno nos acusó de ser voceros del Lautaro. Canal 7 (TVN) puso en duda que el entrevistado fuera Guillermo Ossandón. El Depto de Inteligencia de la Policía de Investigaciones (actual PDI) me invitó a un par de conversaciones para preguntarme sobre las condiciones (lugar, gente, grabación, ruidos ambientes, etc) donde se había realizado la entrevista.
Casualmente a mi casa se entraron a robar y dieron vuelta todo y se llevaron cosas muy raras. Y la guinda de la torta: el Comité de Ética del Colegio de Periodistas me abrió un sumario.
En la revista Página Abierta habíamos tomado la decisión de no revelar absolutamente nada de la entrevista (ni detalles ni fuentes), manteniendo el secreto profesional a como diera lugar. Y así se lo hicimos saber a la entonces Policía de Investigaciones y a los ministerios de Interior y de Secretaria General de Gobierno. Todos quedaron advertidos.
Y lentamente las cosas se fueron aclarando. La firma de Ossandón en mi libreta despejó las dudas de TVN sobre quien era el entrevistado. Me llamó su jefa de prensa y me pido disculpas, a lo que le respondí que a daños públicos le pedía disculpas públicas; nunca paso nada.
Lo ocurrido con la gente de Inteligencia de la policía de Investigaciones fue más entretenido: ellos sabían que me preguntaban cosas que yo no les iba a contar y les dije con mi mejor cara que yo no había grabado la entrevista, que la recogida fue en la zona norte de Santiago y que nunca le vi la cara a Ossandón ni vi un arma en el lugar.
Me miraban con cara de... y yo los miraba con cara de…, y me sugerían que yo algo tenía que ver con el Lautaro. Y como los cinco casetes de la entrevista estaban en una caja fuerte muy lejos de mi hogar, nunca supe quiénes ni para qué entraron a robar a mi casa.. y si había sido casual o no. Del sumario del comité de ética del Colegio Periodistas, nunca supe en qué terminó, y en verdad tampoco me preocupaba mucho.
A los meses nos comenzaron a llegar invitaciones de grupos que trabajaban temas de seguridad y grupos armados, algunos eran del sector gobierno, otros del mundo académico, también había de ONGs. Todos nos agradecían a Página Abierta haber publicado la entrevista ya que a ellos les había servido para darse una idea más real y cercana de qué era el Lautaro y su gente. Ahí sentí que de algo había servido tanto nervio y tanta pelotera.
Lo curioso es que menos de un año después de esta entrevista exclusiva tuve la oportunidad de entrevistar nuevamente a Guillermo Ossandón. Fue en junio de 1992 en el contexto del surgimiento de una coordinadora de grupos subversivos, encabezados por el Lautaro, y que tenía restos del MIR militar y de otros.
En esta oportunidad también hubo mucha vuelta en auto, ojos con scoth y en la reunión misma mucho armamento, incluido un FAL. Era todo muy aparatoso. Me permitieron sacar fotos, todos ellos encapuchados y flanqueados por una guardia armada y carteles alusivos a la coordinadora subversiva.
A poco andar me di cuenta que la coordinadora subversiva no tenía mucha sustancia y que era más una operación propagandística para intentar opacar varios golpes represivos que habían arrasado con la cúpula del Lautaro.
En ese punto desvié la conversación y me centré en Ossandón, quien se sentó en un sillón, se sacó la capucha y se dispuso a contestar mis preguntas, mientras yo pensaba que nuestra revista (Página Abierta) había logrado en menos de un año entrevistar dos veces al jefe del Lautaro en forma exclusiva. Dos exclusivas seguidas.
Pero esta historia casi no termina aquí. Justo dos años después, a mediados de junio de 1994, detuvieron a Guillermo Ossandón en el balneario de Cartagena, y yo casi, casi, estuve al lado de su escondite.
Por esa época íbamos con mi mujer y mis hijos bastante seguido a la playa de Isla Negra y de vuelta a Santiago teníamos la costumbre de pasar a comprar pasteles a la mejor pastelería de Cartagena. Ese día cuando llegamos a Santiago y vimos las imágenes de su detención, descubrí que el escondite de Ossandón estaba al lado de la pastelería.
Esta vez habíamos decidido no pasar a comprar pasteles. Estaba lloviendo. Me imaginé cuánto me hubiera costado explicar a la policía de investigaciones tanta casualidad.
Guillermo Ossandón estuvo 10 años preso hasta que el año 2004 fue indultado, y se trasladó a vivir al sur del país. Falleció de cáncer en julio del 2009, a los 56 años.
Autor: Jaime Gré Zegers, Periodista, en esa época Subdirector de la revista Página Abierta.
Crédito fotos: Jaime Gré Zegers