El impacto de las plantaciones forestales, revisemos algunas cifras
Cuando se busca analizar de manera pública los impactos de la expansión de las plantaciones forestales en Chile, uno esperaría un análisis menos unidimensional que el planteado por Susana Gómez y Alejandro Miranda en la columna publicada en este mismo medio hace unos días.
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Los autores enfatizan diversos impactos ambientales provocados por las plantaciones, omitiendo completamente sus beneficios y su aporte a una economía baja en emisiones. Un análisis multidimensional no es lo suyo.
Su columna vendría a ser una reacción a la amplia difusión que tuvieron las palabras del principal ejecutivo de una empresa respecto al repliegue del sector forestal y la necesidad de retomar los incentivos a la forestación para el segmento de las pymes y los pequeños y medianos propietarios.
El aporte histórico de las plantaciones al desarrollo del país y el rol que le cabe en una transición hacia una bioeconomía en los próximos treinta años, siempre será materia de debate, pero idealmente ese debate debe ser de buena fe. No vemos eso en los autores de la columna. Hay más información de la que ellos comparten, e incluso la que presentan está presentada de manera poco clara.
En lo específico, los autores afirman que, considerando la tala y los incendios, las plantaciones han actuado consistentemente como una fuente de carbono a la atmósfera. Esta afirmación es cuestionable a varios niveles. En primer lugar, no consideran los productos de madera de larga vida que se generan a través de la transformación de la madera cosechada de las plantaciones. Esa acumulación de carbono alcanza cerca del diez por ciento de las capturas de CO2 a nivel nacional. Simplemente lo omiten.
Probablemente una estrategia que basada en el incremento del uso de madera en la economía no es lo que ellos buscan. Tampoco mencionan que la superficie de plantaciones cosechada anualmente es una porción marginal del stock existente, por lo que dicho stock constituye un reservorio permanente de carbono que fue capturado desde la atmósfera en los últimos treinta o cuarenta años. En ese mismo período la protección del suelo de dichas plantaciones ha evitado su arrastre a los cauces.
Los impactos evitados, al parecer, no están en su radar. Las plantaciones forestales se establecieron en terrenos erosionados (85 a 90% de las actuales plantaciones), por lo tanto, las comparaciones en impactos sobre el suelo o la biodiversidad deben hacerse utilizando como marco de referencia esos suelos desnudos desprovistos de vegetación y no el bosque nativo. Salvo que desde un principio persigas comunicar un impacto escogiendo discrecionalmente los elementos de comparación.
En cuanto a la mención a los incendios forestales, dado que en un 99,7% de los casos se originan en acciones humanas, no corresponde atribuirles a los árboles la responsabilidad de quemarse y, por lo tanto, la responsabilidad de liberar el carbono acumulado a la atmósfera. Este no es un atributo propio de dichas plantaciones. Es un supuesto muy discutible para sostener su punto.
Pero en el improbable caso de que se deban atribuir las emisiones por incendios al tipo de cobertura establecido, habría que descartar de las estadísticas la mitad de la superficie quemada anual, ya que las plantaciones son el 50% de la superficie quemada, el otro 50% son otros tipos de cobertura. Y además habría que descartar aquella superficie quemada por incendios intencionales, que en la zona forestal asciende al 50% de los incendios. Por lo anterior, las plantaciones no son emisoras netas de CO2, no importa el esfuerzo en torturar los datos para que muestren lo que los autores quieren mostrar.
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Respecto de la pérdida de bosque nativo por sustitución, los datos que los autores de la columna presentan corresponden a los publicados recientemente en el Informe País: Estado del Medio Ambiente, publicación periódica del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile. En el capítulo de Bosque Nativo, los autores de dicho capítulo señalan que para el período 2001-2019, la sustitución de bosque nativo por plantaciones forestales ascendió a 136.103 hectáreas. Bastante distinto de lo afirmado por los autores de la columna, quienes sostienen que la sustitución fue de 450.000 hectáreas.
Por supuesto, los autores dirán que no afirmaron explícitamente que las 450.000 hectáreas mencionadas en la columna las atribuían a sustitución por plantaciones, pero lo cierto es que utilizan una redacción deliberadamente confusa al presentar y explicar los números. Esto no es propio de académicos, sino de activistas que buscan entregar un mensaje sacrificando la claridad al comunicar.
Pero incluso las 136.103 hectáreas que se plantean son discutibles, ya que en el mismo documento de referencia de la Universidad de Chile se afirma que para el período 2017-2019 la sustitución de bosque nativo por plantaciones fue de 16.982 hectáreas. Esa es una cifra altísima, pero también inverosímil.
Es inverosímil ya que las estadísticas de la Corporación Nacional Forestal publicadas anualmente a través del Informa Anual de Plantaciones, sostiene que en el mismo período se plantaron sólo 4.100 hectáreas nuevas. ¿Cómo es posible sustituir casi 17 mil hectáreas de bosque nativo por plantaciones, si solo se plantaron 4 mil hectáreas de plantaciones? Los números, no importa cuánto los torturemos, no dan.
¿Quién se equivoca? ¿La Corporación Nacional Forestal o los autores del Informe País? ¿Es posible una discrepancia tan grande en las cifras? ¿Pueden eliminarse 17 mil hectáreas en tres años sin que la autoridad se percate de ello?
Además de discutibles, las cifras de sustitución en particular y de pérdida de bosque nativo en general, consignadas en el Informe País de la Universidad de Chile, y citadas de manera entusiasta, aunque sesgada, por los autores de la columna, no consideran el balance neto.
¿Qué significa esto? Significa que los autores optaron por no considerar el ingreso de nuevas áreas de bosque ya que, según ellos, en su mayoría corresponden a renovales jóvenes que no han alcanzado los umbrales de altura y cobertura de los árboles para ser incluidos en la categoría de bosque nativo y no son comprables ni podrían compensar la pérdida de renovales de un mayor desarrollo y menos aún con los de bosque adulto.
Esta decisión contrasta con las metodologías de monitoreo de recursos forestales mundiales de FAO que siempre considera el balance neto. Es decir, a las pérdidas de bosque se le restan las ganancias por recuperación natural. Por supuesto, la amplia difusión en prensa de sólo las pérdidas de bosque nunca va acompañada de esta explicación, que modificaría las cifras a la baja.
En este caso, las 450 mil hectáreas señaladas por los autores de la columna serían menos. De hecho, Leonardo Araya, ingeniero forestal con vasta experiencia en bosque nativo publicó el año 2020 el libro “Medio siglo de políticas públicas de conservación de la naturaleza en Chile” y en dicha publicación estimó una pérdida de 187 mil hectáreas y una recuperación del bosque nativo de 111 mil hectáreas en veinte años. Bastante alejado de las cifras que presentan los autores.
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Todas estas observaciones permiten sostener que, en el debate respecto del impacto de las plantaciones y de su rol en el desarrollo foresta productivo y ambiental, hay quienes parten desde un prejuicio y, con empeño y diligencia, publican números y sentencias redactadas de manera opaca e intencionalmente equívoca con el fin de intentar volcar a la opinión pública hacia las ideas que defienden con esmero. Pero la realidad es más compleja y no puede caracterizarse escogiendo discrecionalmente qué mostrar y comunicándolo de manera sesgada.