La CONAF requiere una reingeniería total en materia de incendios forestales
Todos estamos satisfechos con la labor de las policías especializadas que han dado, aparentemente, con los autores materiales del megaincendio forestal de febrero recién pasado en la Región de Valparaíso. Como ha sido profusamente difundido, se trata de dos personas íntimamente ligados al mundo de los incendios forestales.
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El primero un bombero que esperaba más acción en los incendios y al parecer se estaba aburriendo con una temporada poco excitante; el segundo un brigadista de larga data de CONAF, que requería cobrar más horas extras y que poseía acceso a información -que por lo demás es pública-, sobre el escenario climático altamente propicio que se viviría en esos momentos para perpetrar el incendio.
El sistema predictivo de peligrosidad, denominado botón rojo, lo orientó e instruyó a la hora de decidir el cuándo y dónde iniciar el fuego. Estos dos hombres pasaron de un momento a otro de ser provocadores de un evento prácticamente inofensivo según su pueril punto de vista, a ser los responsables de la muerte de más de 130 personas, la destrucción de 4.500 viviendas y la quema masiva de vegetación de alta fragilidad.
Lamentablemente, esta decadente e irreflexiva explicación del por qué estas personas hicieron lo que hicieron encierra en sí misma toda la contradicción que subyace en el sistema de control de incendios forestales que el Estado de Chile, a través de la CONAF ha desarrollado por muchos años. Se paga más a los eslabones del sistema si hay más incendios ¡Eso es una paradoja en sí mismo!
Los incentivos están mal puestos. Están al revés. El sistema de combate de incendios les paga a los brigadistas más horas extras si hay más incendios. También paga más a quienes arriendan helicópteros para apagar incendios, a quienes arriendan camionetas, camiones, furgones y otros vehículos si al haber incendios éstos se usan más horas o días. También con más incendios forestales se gasta más en combustible para que todos los vehículos se muevan; también, se utilizan más aviones, especializados en apagar incendios, ya sean gigantescos o pequeños (air tractor).
En breve, lo que ocurre con más incendios es que la economía del fuego, es decir todos los agentes externos que viven de la existencia de fuego, se dinamiza. Aún más, si la CONAF gasta en un momento dado todo el presupuesto asignado y se requiere más, dicho dinero lo aporta el Ministerio del Interior a través de la SERNAPRED (ex ONEMI), organización especializada en la gestión de desastres. Es decir, los eventos catastróficos poseen presupuesto ilimitado, semejante a lo que ocurriría en una conflagración bélica: se aduce razones de Estado. Se enfrentan con la misma lógica.
Los incentivos están al revés porque se paga más cada eslabón del sistema si hay más incendios, un incentivo perverso que puede generar acciones como la comentada. Se penaliza la inexistencia de incendios con baja de tarifas, o de horas extras.
El formato de combate de incendios es un contrasentido completo y se demuestra en que de los 120 mil millones de pesos que recibió la CONAF para el programa de control de incendios forestales, sólo utilizó un 5% en prevención, lo que simplemente significa que no le interesa prevenirlos. El resto, es decir el 95%, lo utilizó en pagar los eslabones antes descritos de la economía del fuego.
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La CONAF requiere una reingeniería total en su programa de combate o manejo del fuego, ya que se requiere urgentemente que se gaste por lo menos el 50% de su presupuesto en prevención. Además de equiparar los presupuestos entre combate y prevención, debe independizar la prevención como una gerencia aparte.
Prevenir incendios forestales es lo contrario de apagarlos o combatirlos. Organizacionalmente, son dos actividades contrapuestas. El éxito de una significa la disminución de la otra y viceversa. Hoy la prevención está subordinada al combate, por lo que esta última sólo le asigna un presupuesto marginal.
La prevención de incendios forestales es algo muy diferente a los insulsos spots televisivos del pasado. La prevención se hace en invierno, en colaboración con las organizaciones locales y en coordinación con los municipios. La prevención activa de incendios forestales podría haber previsto el enorme peligro que significaba un paño continuo de vegetación y debería haber despejado las zonas de interfaz, es decir las áreas entre los centros poblados y los ecosistemas forestales (nativos o plantados) de las comunas que se quemaron. Tal como lo hizo una población que, como una isla, sobrevivió al incendio.
Pero ¿Cómo el Departamento de Prevención de Incendios Forestales de la CONAF podría haber hecho silvicultura preventiva si su escuálido presupuesto sólo le alcanza para hacer insulsas campañas de motivación, limitados volanteos, tener presencia por aquí y por allá en los peajes con el simpático pero inútil Forestín y visitar sectores rurales diciendo lo que hay qué hacer, pero no haciéndolo?
Sabemos que la CONAF posee calidad mundial en combate de incendios forestales. Lo ocurrido con uno de sus miembros no opaca en nada su fantástica historia, pero es el momento de pensar fuera de la caja.
Se debe invertir masivamente en prevención activa porque los megaincendios se repetirán en el futuro. Hubo uno en 2017 lo que llevó a una reclasificación que los definió como de sexta generación es decir de alcances holísticos hacia la atmósfera y, hubo otro este verano.
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Como todo cambio estructural se demorará en dar fruto, pero es lo único que podemos hacer. Debemos darle hoy el carácter de alta importancia a la prevención.