El “servicio (militar) a la patria” no vale ninguna muerte
Lo acaecido con los jóvenes que estaban realizando el Servicio Militar (SM) en el norte de Chile no tiene nombre. O sea, lo tiene, y se denomina simple y llanamente violación a los derechos humanos, cuestión que no se debe aceptar de ninguna manera, más aún, si los jóvenes afectados estaban realizando su SM de forma voluntaria.
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El tema del servicio militar, en cualquiera de sus modalidades (obligatorio o voluntario) ha sido siempre materia de discusión no solo en Chile, sino también en el resto del mundo, constituyéndose en una de las temáticas controvertidas de estudio a la par de otros temas como el divorcio, el aborto, la homosexualidad, por mencionar algunos.
Hay que recordar que recién arribado el gobierno del presidente Aylwin se da a conocer el informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación, y se sugiere por primera vez la "exención de la obligatoriedad del servicio militar a los hijos de las víctimas" durante el régimen militar. Esto provocó una fuerte reacción del ejército, el cual, señaló que no aceptaba en ninguna circunstancia discriminaciones en cuanto a la carga que la constitución imponía a los ciudadanos.
Esta defensa estaba centrada, por un lado, en la enseñanza, mantención y transmisión de valores patrios, ligados a: la lealtad, la honradez, el espíritu de sacrificio, el compañerismo, etc.; y por otro, en la idea de que la sociedad en su conjunto es la responsable de la defensa nacional. De este modo, los ciudadanos debían prestar un servicio a la patria en el SM como si fuera la única forma de servir a esa patria.
Pero ¿por qué preocuparnos del SM? Porque el ingreso de los jóvenes al SM, significa un proceso de adaptación que provoca grandes dificultades a quienes tienen que cumplir con él. Son sujetos que están en un momento de su vida caracterizado por el disfrute y goce, por “cierta rebeldía”, y por estar pensando en “grandes decisiones” para el “futuro”. Sin embargo, el joven se enfrenta a un dispositivo institucional que los separa del contexto familiar y cultural donde priman libertades individuales, para pasar a otro que se caracteriza por sus rasgos autoritarios y la anulación de la personalidad.
Se enfrentan a lo que se denomina sociológicamente “proceso de resocialización”, propio de, siguiendo a Erwin Goffman, las llamadas instituciones totales. Estas instituciones se caracterizan por el encierro y férreo control sobre las rutinas cotidianas de quienes los integran y sometidos a un régimen de control y vigilancia que requiere de una adecuación de la identidad y del cuerpo de sus miembros. Así, los sujetos integrados suelen experimentar una modificación negativa de su identidad, pues se pone en peligro la concepción que de sí mismos habían construido previamente, en otros entornos sociales.
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Por otra parte, el SM es una institución profundamente machista; socializa al individuo en la aceptación del ordenamiento social existente; internaliza en los jóvenes una noción militarizada y nacionalista; despersonaliza al individuo; e induce a aceptar, la autoridad, la jerarquía y el orden como valores absolutos y permanentes.
Los objetivos centrales de todo este proceso apuntan a que el individuo se niegue a sí mismo, borre todo rasgo de individualidad, se desdibuje socialmente y ponga en cuestionamiento el sistema de valores que tenía antes de ingresar al servicio. Este proceso se da a través del disciplinamiento, la obediencia y la uniformidad cultural: todos deben vestir de la misma manera, obedecer a un mismo tiempo, y tienen que integrar nuevas pautas de conducta y conocimiento.
En este sentido, el ejército basado en la conscripción extiende concreta y radicalmente el proceso de disciplinamiento, configurando y clasificando a cada ciudadano masculino y femenino como parte funcional de la máquina militar. La uniformización de conductas y estilos busca la desaparición de cualquier conflicto. Para esto se realiza un “proceso de militarización social", que permite su adaptación a estos nuevos ambientes mediante un método especial de instrucción y educación.
Esto último, “un método especial de instrucción y educación” es el que se tiene que someterse a escrutinio de las autoridades civiles y militares. La patria, -palabra tan sagrada y usada por los militares-, debe cuidar a sus hijos, los ciudadanos que voluntariamente -o obligatoriamente-, concurren a lo que hemos descrito como SM, por lo tanto, no pueden ser objeto de métodos de instrucción/enseñanza que están reñidos con el respeto de los derechos humanos y también con métodos poco acordes a procesos de enseñanza/aprendizajes mucho más modernos. El dicho que se mantiene todavía en estas instituciones, “que la letra con sangre entra” ya no tiene sentido.
Es también un llamado de atención a los planes de formación para quienes van a asumir mando -suboficialidad y oficialidad- dentro del ejército. Esto debe considerar el respeto a los derechos humanos, declarando que su vulneración supone enfrentar responsabilidades. Por otro lado, y suele suceder en las instituciones totales, no hay que olvidar que quienes están en el SM son jóvenes, no son inmediatamente soldados, militares, etc. Por otra parte, la jerarquía no puede ser utilizada a diestra y siniestra. Existe responsabilidad de mando y ese mando se debe ejercer con prudencia y justicia.
Igualmente hay que reforzar no solo los deberes que tienen los conscriptos sino también sus/los derechos. Sí, derechos, porque los tienen. Como en cualquier institución a la cual uno se integra. Debería existir una cartilla que exponga con claridad esos derechos socializados no solo entre los jóvenes, sino también entre sus familias.
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Por último, cerrando estas líneas, tengo que señalar que no pensé volver sobre un tema que trabajé como tesis en mi licenciatura en sociología en la UAcademia allá por 1998. Volver sobre esto, pasado casi 25 años no es grato, más aún cuando se siguen repitiendo situaciones que se venían y veníamos denunciando en esos años, y donde el Ejército es por lejos la institución que más aparece denunciada por este tipo de situaciones, cuestión que no ocurre con otras instituciones armadas.