Algo de historia: Allende-Boric
En las últimas horas del domingo 4 de marzo de 1973, los encargados electorales de la Unidad Popular están atentos a los cómputos de las elecciones que definirán su destino. Si la oposición unida en la Confederación de la Democracia (Partido Nacional, Partido Demócrata Cristiano, Izquierda Radical, Partido Democrático Nacional, Partido Democracia Radical) obtiene dos tercios del Parlamento podrá destituir constitucionalmente al presidente Salvador Allende.
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Tarde esa noche los resultados fueron: Unidad Popular 43% de los votos (20 senadores y 63 diputados), CODE 56% de los sufragios (30 senadores y 87 diputados). En consecuencia, la izquierda obtenía una votación que hacía fracasar la estrategia constitucional opositora: el presidente no podía ser destituido.
Desde ese momento, los partidos de la oposición se volcaron hacia el golpe militar para terminar con el gobierno. Conocedor de esto, el jefe de Estado empieza a barajar alternativas para superar la crisis política y económica y derrotar la estrategia golpista en que se ha embarcado la oposición.
Tres meses después, el viernes 29 de junio se subleva el Batallón Blindado n°2, encabezado por el teniente coronel Roberto Souper. Desde ese momento, un golpe que derroque al gobierno es inminente. Para evitar este trágico desenlace el presidente propone llegar a un acuerdo en materias económicas y constitucionales con la Democracia Cristiana; sopesa también la idea de algunos asesores de integrar a esa colectividad al gobierno para ejecutar el programa de Tomic (que era muy similar al de la Unidad Popular); y, en último caso, la convocatoria a un plebiscito para que el pueblo se pronuncie sobre la continuidad del gobierno.
Desde los sectores más izquierdistas del espectro político estas ideas fueron vistas como una capitulación inaceptable. En las páginas de “El Rebelde”, periódico del Movimiento de Izquierda Revolucionario, cambian la expresión “compañero Allende” para motejarlo de “señor Allende”; en la “La Aurora de Chile”, órgano del Regional Santiago Centro del Partido Socialista, proponen que el partido abandone el gobierno, y la expulsión del presidente de la organización.
Carlos Altamirano, líder de la colectividad, se niega a reunirse con Allende porque “es como pellizcar vidrios”, dice. Seguramente estos insultos, y la incomprensión ante la grave situación política, dolían en el alma del mandatario, porque venían desde su propio mundo.
El apoyo a las iniciativas de Allende venía de los dirigentes del Partido Comunista, personeros que sabían muy bien lo que significaba vivir proscritos y soportar la clandestinidad y la muerte. Entendían que ceder -en ese momento- parte del programa de gobierno era necesario, tal como lo había hecho Lenin, quien, para darle viabilidad a la revolución rusa, adoptó parte del programa de los social revolucionarios (PSR), y posteriormente puso en marcha la Nueva Política Económica (NEP), que acababa con el comunismo de guerra, para mejorar inmediatamente las condiciones materiales de la población, condición necesaria para implementar las estructuras revolucionarias.
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La dura oposición surgida desde la izquierda, las reticencias del presidente a romper la unidad de su sector, la negativa reiterada del Partido Demócrata Cristiano encabezado por el grupo golpista de Frei Montalva y Patricio Aylwin hizo imposible que se implementaran a tiempo estas iniciativas, y cuando a comienzos de septiembre, Allende decidió llamar a un plebiscito, fue tarde, como todos sabemos.
Más de medio siglo ha pasado desde aquellos días en que un presidente de izquierda hizo lo posible para evitar la catástrofe. Hace una semana, en una declaración de prensa, Gabriel Boric, otro presidente de la misma tendencia expresó: “Yo jamás festiné ni me hizo ningún sentido la imagen burda del perro aquel, del perro matapacos, como le llamaban. Ustedes jamás van a encontrar una declaración mía festinando o haciendo gala de aquello”. Estas afirmaciones hicieron aflorar el enojo con el gobierno de algunos sectores de izquierda, que utilizando las redes sociales hicieron innumerables cuestionamientos al mandatario.
Quienes atacaron al presidente Boric por sus dichos son grupos “voluntaristas” que parecen haber olvidado lo que Marx y Lenin enseñaron, que es mirar la realidad tal como es y no como se la imagina, para adaptar el qué hacer político a esta y, de esa manera, crear una estrategia viable para transformarla. Por eso tampoco logran advertir que en parte importante de la ciudadanía existe una lectura crítica de las protestas de octubre de 2018. Además, los “voluntaristas” no consideran que la acción de este gobierno -igual que la de Allende- está mayormente determinada porque carece de mayoría en las cámaras.
Lo más probable es que los cuestionamientos a las declaraciones del presidente sean una muestra de algo más profundo, se trata, de una paulatina desafección de parte de las bases izquierdistas con el gobierno, por no ser este suficientemente revolucionario. Cómo ya vimos, algo parecido debió enfrentar el presidente Salvador Allende.
Teniendo en cuenta la historia, estos grupos desafectos debieran entender, como hace medio siglo no lo hizo una parte de sus antepasados, que cuando un gobierno izquierdista es derrotado, es toda la izquierda vencida, como sucedió hace ya medio siglo.
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Los acontecimientos de septiembre de 1973 deben tenerse siempre presentes porque, como dice el tango “Por la vuelta” de Enrique Cadícamo y José Tinelli, “la historia vuelve a repetirse”.