El arte de la memoria: Exposición “El lado oscuro de la luna”, Museo de Bellas Artes

El arte de la memoria: Exposición “El lado oscuro de la luna”, Museo de Bellas Artes

Por: Matías Humberto Rojas Pérez | 08.03.2024
Más de 110 mil visitantes ha recibido la exposición de Alfredo Jaar en Chile, una de las actividades más relevantes del recién pasado 2023, enmarcada en la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado. A pocos días de concluir este montaje en el Museo de Bellas Artes, el artista se alista para volver con una obra permanente en la estación de Metro Ñuñoa.

Como un espectador más, Alfredo Jaar se pasea por su exposición “El lado oscuro de la luna” en la Sala Matta del Museo de Bellas Artes. Pocos lo reconocen y así puede observar libremente la reacción de las personas a esta selección de obras presentadas por primera vez en Chile, y que refieren en su totalidad a la fractura social, política, económica y cultural que sufrió el país hace 50 años, con el golpe de Estado y la posterior dictadura cívico-militar.

Ese hecho coincidió con la juventud y el primer periodo de exploración artística de Alfredo Jaar; entonces tenía 17 años y poco tiempo después ingresaría a estudiar arquitectura en la Universidad de Chile, incorporando desde entonces esa mirada profesional a su proyecto, que lo ha convertido en uno de los chilenos con mayor reconocimiento en la escena mundial del arte contemporáneo.

El mismo año 1973, los británicos Pink Floyd lanzaban su emblemático álbum “The dark side of the moon”, que acompañó las divagaciones y ejercicios creativos de ese joven Alfredo Jaar. Observaba y frecuentaba el medio artístico crítico a la dictadura, que orbitaba en una bullente escena contracultural – pese a todas las dificultades – y con ese estímulo, su persistente curiosidad, los materiales de arquitectura, sus posteriores estudios de cine, su propia percepción y angustia frente a lo que acontecía en Chile, fueron surgiendo estas obras que estarán en exhibición hasta el 17 de marzo.

[caption id="attachment_906143" align="aligncenter" width="2560"] Jorge Brantmayer[/caption]

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Alfredo Jaar viajó desde Nueva York, donde reside hace más de cuatro décadas, para despedirse de este montaje y afinar los detalles de una próxima obra permanente que instalará en la estación de Metro Ñuñoa, donde se ve cómo su reconexión con el país se ha ido potenciando. Esta exposición, referida a un tema que a todos nos afectó y nos afecta, vino a profundizar una suerte de retroalimentación, que ya se manifiesta por ejemplo en la popularidad de sus obras, como “Estudios sobre la felicidad” o el calendario con el 11 de septiembre de 1973 repetido indefinidamente, imágenes que circulan y se viralizan a través de las redes sociales y otras plataformas.

Titulada justamente “11 de septiembre, 1973” esa obra ya icónica no era más que un conjunto de bocetos que permanecieron guardados por años en una croquera, hasta que curadores internacionales lo convencieron de sacarlas a la luz para una exposición de gran envergadura en Berlín, el año 2012. Desde entonces, prácticamente en todas las muestras retrospectivas que ha realizado Jaar alrededor del mundo, le han solicitado exhibir estas “obras chilenas” de su juventud.

[caption id="attachment_906140" align="aligncenter" width="2560"] 11 de septiembre, 1973 de Alfredo Jaar.[/caption]

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Los rostros tristes de Chile

Algunas se mostraron en su momento, como “Opus 81. Andante desesperato”, video-performance cuyo estridente sonido inundó entonces el Museo de Bellas Artes. Un joven Jaar de barba y pelo largo toca durante siete minutos un clarinete, como una especie de grito agudo y extenuante que reflejaba el ánimo individual y colectivo en el marco de la dictadura. Esta obra audiovisual se inspiró en la fotografía “Sandinista Barricade” (1979), realizada por la estadounidense Susan Meiselas documentando la revolución del pueblo nicaragüense. En una calle cualquiera, ella se encontró con un soldado tocando el clarinete rodeado de caos y devastación. La imagen impresionó a Jaar y para su reinterpretación utilizó el video, que a inicios de los años ’80 en Chile era una tecnología totalmente nueva y todo un campo por explorar.

La actual exposición rescata algunas de las entrevistas, también en video, que realizó a cientos de personas con la pregunta Es usted feliz”, como parte del proyecto “Estudios sobre la felicidad”, donde utilizó herramientas de la sociología y la antropología para, en forma subrepticia, escudriñar el estado anímico entre sus conocidos y también desconocidos, en las calles de Santiago. En sus salidas a terreno, Jaar le proporcionaba a la gente la posibilidad entonces imposible de “votar” sobre la escala de felicidad de la ciudadanía en plena dictadura. Esta obra abierta consistió también en grabar entrevistas más extensas, después de las cuales los participantes se reunían espontáneamente y conversaban de una manera muy contenida, sin mencionar directamente el contexto país. Había una auto-censura instalada en el imaginario colectivo y Jaar comenzó a detenerse en todos esos rostros de introspección y tristeza.

[caption id="attachment_906142" align="aligncenter" width="2560"] Jorge Brantmayer[/caption]

Así, los rostros se convirtieron en un foco de atención y creación de nuevos proyectos, en los que encuadró e individualizó las fisonomías existentes en fotografías que circularon por el mundo, del Estadio Nacional convertido en campo de concentración, de la pobreza en las poblaciones de Chile, entre otras duras realidades en los primeros años de dictadura. Muy interesado en la información y en cómo se transmiten las realidades, Jaar es a la vez un confeso admirador de la fotografía documental y muchas veces solicita la autorización para trabajar con aquellas imágenes realizadas por otros, como el holandés Koen Wessing, quien documentó en Chile las semanas posteriores al golpe de Estado.

No son fotografías que hice yo, pero me gustaría decir algo a partir de ellas”, explica.

Así mismo, con la elocuente serie del chileno Luis Poirot que muestra el palacio de La Moneda a pocos días del bombardeo. Ya residiendo en Estados Unidos, Jaar invitó a una decena de jóvenes estudiantes a dibujar fracciones del edificio, de acuerdo a una cuadrícula a escala que él realizó sobre la foto. Las y los muchachos se instalaron con sus croquis en el puente The Highline de Chelsea, impregnándose de esta historia ocurrida en un lejano país del Cono Sur americano, exhibiendo posteriormente estos trabajos en una galería neoyorkina, del país cuya participación fue crucial en el el complot contra el gobierno socialista chileno y el feroz quebrantamiento de sus instituciones.

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El mal de un siglo

Habiendo emigrado a Estados Unidos, Alfredo Jaar trabajó allá en un similar modelo de ensayo artístico, abordando recurrentemente los signos y símbolos de esa nación hegemónica, cuestionándolos y desarticulándolos. Nos encontramos en la exposición con obras y registros de acciones artísticas en torno a la bandera estadounidense, a la marca Coca-Cola, al denominado “American Way of Life”, etc.

Un punto neurálgico en ese universo, donde recién comenzaba a insertarse como artista y arquitecto, fue la figura de Henry Kissinger, ex secretario de estado y asesor del presidente Richard Nixon. Una vez que conoció la incidencia e intervención de Estados Unidos en toda la trama que culminó en el golpe de Estado y la posterior dictadura, Alfredo Jaar se obsesionó y comenzó a pesquisar la extensa bibliografía y prensa sobre Kissinger. Recolectó fotos donde éste aparecía junto a distintos mandatarios y figuras públicas del mundo – entre ellos Augusto Pinochet – y encerraba su rosto en un círculo rojo, le enviaba cartas, etc.

Con motivo de su exposición en Berlín, Jaar estructuró nuevas piezas a partir de ese muy particular “Archivo Kissinger” que venía construyendo, y realizó una propuesta muy específica para el lugar que lo invitó a exponer: por varias semanas, intervino los tres diarios más importantes de Berlín con pequeños segmentos encuadrados, a modo de avisos publicitarios, con el mensaje “Arresten a Kissinger!”. Utilizando siete idiomas diferentes, publicó esta arenga reivindicatoria de los distintos países donde Kissinger tuvo responsabilidad en crímenes de guerra.

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Esta obsesión tuvo su momento peak en 1988, durante la conmemoración de Martin Luther King en Estados Unidos, con la acostumbrada emisión de películas sobre su vida y la difusión de su emblemática frase “I have a dream”. Alfredo Jaar pensó que él también tenía un sueño y lo expresó en un dibujo que, tiempo después, convirtió en una pequeña escultura en resina y máquina 3D, con la figura de Kissinger dentro de una pecera, colgado del cuello y flotando en el fondo del mar. Al respecto, Jaar reflexiona:

Fue un ejercicio, un gesto de justicia simbólica: quería imaginar a Kissinger sufriendo lo mismo que sus víctimas, aquellas que fueron arrojadas al mar. Yo no soporto la violencia, pero aquí, como artista, quería hacer un ejercicio de violencia, un ejercicio de monstruosidad que respondía a la violencia de la junta militar, a sus crímenes, a esa otra monstruosidad. Con la distancia creo que fue un ejercicio fallido, como tantos otros, pero fue terapéutico para mí hacerlo, y presentarlo públicamente. Kissinger murió hace poco, durante mí muestra, y no pagó nunca por sus crímenes.”

El “Proyecto Kissinger” conforma todo un sub-tema en la muestra, al centro de la sala, con muchas imágenes de portadas, cartas, archivos, páginas de libros, etc. enmarcadas en una estructura que asemeja una celda, la cárcel donde debió haber sido condenado.

Diferentes medios, imágenes y aspectos de un mismo fenómeno conforman esta exposición, con un tono evidentemente “retro”, dado el periodo en que emergieron las obras, y también la precariedad con que trabajó entonces el arte disidente.

La información es un elemento medular en la obra de Jaar, quién recién aterrizado en Nueva York persiguió con insistencia las noticias de su país ya ausente, y realizó obras a partir de los periódicos y revistas del mundo que informaban de la intervención militar y la situación chilena. Su ejercicio fue mirar, observar con detención y con ello realizar pequeños intentos para elaborar y expresar su propia conmoción frente a lo acontecido.

La memoria está en permanente construcción, y con este grupo de obras - hasta hace un tiempo recónditas en las estanterías de su estudio - Alfredo Jaar nos permite activar una memoria colectiva, mediante la mirada de un joven que – no sabiendo que lo que hacía era arte – fue consciente de la densidad y el impacto de su tiempo presente.