¿Chile necesita un Bukele? La crisis democrática que vive El Salvador

¿Chile necesita un Bukele? La crisis democrática que vive El Salvador

Por: Fabián Villalobos Machuca | 01.03.2024
La imagen externa de Bukele dista mucho de la realidad en su país. Una democracia sana no se caracteriza por un partido único en el Congreso ni por la concentración total del poder en el presidente, mucho menos por la sobreutilización de estados de excepción que limitan libertades y derechos humanos en nombre de la seguridad ciudadana.

A casi dos años de asumir como presidente Gabriel Boric y en medio de la actual crisis de seguridad en Chile, diversos políticos de derecha han establecido comparaciones entre nuestro país y El Salvador. Aseguran que Chile requiere un líder al estilo de Nayib Bukele para restaurar el orden y la seguridad. Esta opinión ha sido expresada en varias ocasiones por figuras como Gaspar Rivas del Partido de la Gente, Rodolfo Carter de la UDI y el líder del movimiento de extrema derecha "Team Patriota", conocido como "Pancho Malo".

Esta idea ha comenzado a ganar lógica y respaldo entre la ciudadanía. ¿Cómo no considerarla válida? Nayib Bukele ha destacado a nivel internacional al comunicar que ha transformado su país en una democracia consolidada y en ser el presidente con mayor aprobación global. Mientras tanto, la mayoría de las democracias latinoamericanas enfrentan crisis de representación.

Bukele ha obtenido éxito en su estrategia de seguridad antiterrorista, enfrentando y encarcelando a los grupos criminales "Mara Salvatrucha" y "Barrio 18". Este logro, sin precedentes en su país, ha recibido una respuesta positiva a una crisis que persistía por décadas.

A primera vista, la gestión de Bukele parece prometedora, y algunos sugieren emular su programa político en Chile para abordar las crisis de representatividad y seguridad. Sin embargo, ¿es tan perfecto como parece?

El régimen de Bukele, en gran medida, difiere significativamente de lo que proyecta hacia el exterior. Durante su mandato, el presidente salvadoreño ha utilizado mecanismos democráticos para concentrar el poder en el país. Al contar con mayoría calificada en el Congreso, ha impulsado reformas a la ley a su favor y ha tomado medidas que más bien emanan de un líder autoritario.

Para enfrentar a los grupos criminales y terroristas, según el régimen, Bukele aprovechó la pandemia, perpetuando un estado de excepción para limitar ciertas libertades políticas, como la de reunión, y manteniendo a los militares de manera constante en las calles.

Simultáneamente, implementó un plan de arrestos, encarcelando no solo a las "Maras Salvatruchas" y "Barrio 18", sino también a ciudadanos comunes basándose en presuntas sospechas policiales. Estos arrestos preventivos han sido excesivos, sin el debido proceso legal y, en algunos casos, sin la liberación a pesar de fallos judiciales que ordenan la libertad. Para visualizar la magnitud de esto, según Human Rights Watch, para el año 2022, se estiman unas 58.000 detenciones arbitrarias.

Al observar la división de poderes en El Salvador y la autonomía clave para una democracia saludable, surge otra preocupación significativa. Bukele fue reelegido de manera inconstitucional, superando la prohibición constitucional de la reelección presidencial. En el Congreso, su partido, Nuevas Ideas, domina con 58 representantes de 60 posibles, generando condiciones para cambiar jueces y ocupar cargos con personas afines al régimen.

El posicionamiento político de Bukele también es complejo. Aunque cuenta con el respaldo de figuras internacionales de la ultraderecha como Javier Milei y Santiago Abascal, Bukele es más bien un líder de tipo "catch all", gobernando con un discurso populista que enfrenta al pueblo contra una élite política corrupta, y adaptando su agenda a las preocupaciones de la ciudadanía, la que podría cambiar sin dudas si esto beneficia el apoyo ciudadano y su permanencia en el poder.

En conclusión, la imagen externa de Bukele dista mucho de la realidad en su país. Una democracia sana no se caracteriza por un partido único en el Congreso ni por la concentración total del poder en el presidente, mucho menos por la sobreutilización de estados de excepción que limitan libertades y derechos humanos en nombre de la seguridad ciudadana.

Contrariamente a la percepción general, El Salvador parece encaminarse más hacia un régimen autoritario que a ser la mejor democracia de América Latina. Ante esta realidad, la respuesta a la pregunta central de esta columna, ¿Chile necesita un Bukele?, es un rotundo no.