Fundo, barrio obrero y “toma”, el pasado de los terrenos quemados en los fuegos de Chile
Con la mirada mustia pegada a los escombros de su casa, a Nataly Estay, de 37 años, le pasa por la cabeza, repentinamente, que justo este fin de semana que el fuego devoró su hogar familiar, un carpintero tenía cita para construir el techo del segundo piso que "por fin" habían terminado de construir, pero "ahora pasó esto", cuenta a EFE.
Vecina de Achupallas, uno de los barrios más castigados de Viña del Mar, en la región de Valparaíso, 120 kilómetros al noroeste de Santiago, vive con los suyos en Lomas Latorre, un asentamiento precario de unas 400 viviendas que en su día fue ocupado –"tomado"– por varias familias de forma irregular. Todas empezaron de cero aquí.
En Achupallas, ubicado en un extenso altiplano conocido como meseta del Gallo, que corona la parte alta de los cerros viñamarinos, se levantan otras barriadas similares, todas superpobladas, construidas en las pendientes de la montaña y de difícil acceso por la orografía del lugar.
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Estos factores, junto con las temperaturas extremas de los últimos días, una sequía prolongada en Chile y fuertes vientos, abonaron el terreno para los incendios más mortíferos de las últimas décadas en el país, que han dejado 131 personas fallecidas y miles de damnificados.
"No quedó nada, solo un perrito de mi hijo que no sabemos cómo se salvó", dice a EFE la madre de Nataly, Ruth González, de 65 años, una de las primeras pobladoras del lugar, donde llegó hace 30 años.
"Levantamos poco a poco todo lo que teníamos". "Nos tomamos los terrenos y nos instalamos aquí, pero no había luz, el agua se recogía de un pozo muy lejos de aquí y solo teníamos una habitación chiquitita", recuerda la mujer.
Luis Federico Vergara, de 80 años, vive entre Lomas Latorre y Santa Julia, otra población de Achupallas, desde principios de los 2000. Explica a EFE que cuando llegó con su familia, estos terrenos "todavía eran una toma" y se ayudaban entre los vecinos porque "no había nada, era un peladero".
"Llegamos a picar piedra para dejar plano el suelo y así fuimos levantando poco a poco lo que tenemos", recuerda mientras apunta hacia las paredes carbonizadas de su casa, lo único que quedó de pie tras el paso de las llamas, que describe "como si hubiesen tirado una bomba atómica".
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Unos metros más abajo, vive Luis Yáñez, de 75 años, "fundador" –según dice– de Lomas Latorre. "Estuve 5 años a la cabeza de esta toma, me entrevisté con concejales, intendentes, gobernadores, fui dos veces a Santiago", rememora.
Gracias a sus gestiones, dice, legalizaron los terrenos, pavimentaron el suelo y entregaron las escrituras de propiedad a los vecinos en el glamuroso casino de Viña del Mar.
Ciudad obrera
"Viña es una ciudad obrera, fuertemente ligada al desarrollo industrial que se estableció en la zona desde finales de la década de 1870", explica a EFE el historiador local de la Universidad de Santiago, Igor Goicovic.
El primer poblamiento de Achupallas se originó en 1952 con la compra del fundo del mismo nombre por parte de la primera industria instalada en el lugar –la Compañía Refinadora de Azúcar de Viña del Mar (CRAV)– y sus sindicatos obreros, en un proceso de autoconstrucción por parte de los propios trabajadores que duró hasta los años 70.
"A finales de los 80, fueron los hijos y nietos de estos primeros obreros quienes se instalaron en la zona, ocuparon los terrenos en la parte norte –en Reñaca Alto, Lomas Latorre y El Olivar– y expandieron el asentamiento inicial hacia una periferia propia", apunta Goicovic.
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Yañez, que lideró las negociaciones con autoridades locales para regularizar la vivienda de 50 familias, apunta a la "necesidad de encontrar un lugar para vivir porque el Gobierno no construía poblaciones y por eso las tomas se masificaron".
El problema de habitabilidad de entonces, ha perdurado hasta hoy. Según la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (2022), la región de Valparaíso concentra el 25 % de los campamentos del país, con más de 18.000 hogares viviendo en asentamientos irregulares.
"Insistimos hasta aburrirlos"
"Fue un proceso largo, de años", dice Ruth, que partió con sólo 30 familias. "Los carabineros (policía militarizada) nos echaban del lugar; lo poquito que hacíamos, lo desarmaban, pero insistimos hasta aburrirlos y nos cedieron los terrenos".
A finales de los 80, aún en dictadura, apunta el fundador de la toma, "se hizo un acuerdo tripartito entre el Servicio de Vivienda del Gobierno (Serviu), la Municipalidad y los pobladores para quedarnos aquí".
Entre cenizas y montos de chatarra quemada, Luis Yáñez se emociona recordando a los vecinos que entonces se quedaron y ahora murieron en el incendio. "¡Tanta gente conocida!", exclama, y sincera: "Siento que si yo no hubiese hecho esta toma, estos muertos no estarían aquí. Los llevo en la espalda".