Violencia de género contra mujeres mayores
En nuestra sociedad la conversación sobre la violencia de género a menudo se centra en mujeres jóvenes. Es un hecho inequívoco que al observar los rangos etarios de las víctimas de femicidios, la mayor cantidad de mujeres tenían entre 30 y 44 años.
Sin embargo, también es esencial reconocer y abordar la alarmante prevalencia de la violencia de género en contra de las mujeres mayores. Las cifras, aunque en ocasiones relegadas a los márgenes de los informes, cuentan una historia inquietante y mayoritariamente vinculada con otras dimensiones. Las cuales, desde un enfoque de interseccionalidad, se asocia de forma sistemática con otros tipos de vulneraciones y discriminaciones, como por ejemplo: etnia, desigualdad social, desescolarización, soledad, escasa red de apoyo, vulneración sistemática, revictimización, entre otras variables.
La consumación letal de la desigualdad de género es el femicidio. No obstante, algunas escritoras señalan que es sólo la punta del iceberg (Bejarano, 2014).
Según la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres, existen al menos cuatro manifestaciones de la violencia femicida y que es necesario señalar para identificar: femicidio, suicidio femicida, castigo femicida y femicidio por conexión.
A su vez, la violencia de género no respeta vínculos, arrugas ni se disipa con los años. Al contrario, se manifiesta de maneras insidiosas, desde el abuso psicológico hasta la negligencia financiera e incluso desde la inoperancia estatal hacia el reconocimiento, ratificación y ejecución efectiva de acuerdos internacionales, como es el caso de la Convención Interamericana de Belem do Pará para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, que cumplió 27 años en junio de este año.
La realidad para las mujeres mayores es muy dificultosa. Generalmente enfrentan un triple desafío: son sobrevivientes de épocas complejas como una dictadura militar, conviven con la persistente sombra de la violencia de género heredada por generaciones y viven la discriminación basada en la edad, ya sea desde la vereda viejista o edadista, pues la idea estereotipada de que las mujeres mayores son frágiles y dependientes sin duda puede contribuir a su invisibilidad en la conversación.
El silencio que rodea a esta problemática puede deberse a múltiples factores, incluida la vergüenza, el miedo a represalias y la falta de conocimiento sobre los recursos disponibles. No podemos olvidar que las adultas mayores de hoy crecieron normalizando el dicho popular “quien te quiere te aporrea”. Desde niñas golpeadas por sus progenitores/cuidadores para “educarlas”; siendo adultas son sus parejas o cualquier persona que en una relación de poder asimétrica se siente con el derecho de dañarlas; y en la vejez, la familia, cónyuges, hijos, cuidadores e incluso profesionales, ya que por ejemplo un 34,3% dice que no recibe un buen trato en los consultorios u hospitales (2020), provocando en ellas, y en innumerables generaciones, huellas imborrables en la mente, conducta y en la constitución de la personalidad para muchas y muchos, entre otras consecuencias principalmente psicológicas. Por lo tanto, la discriminación basada en la edad, combinada con la discriminación de género, crea una barrera adicional para la búsqueda de ayuda.
Por esto es imperativo desafiar este silencio y crear un espacio para la validación de las experiencias individuales. Es hora de desafiar estos prejuicios arraigados y reconocer la resiliencia y la sabiduría que las mujeres mayores aportan a la sociedad, así como debemos permitirles vivir en paz.
La concientización pública desempeña un papel crucial en este desafío. Necesitamos romper estigmas que perpetúan la invisibilidad de la mujer en el espectro de la violencia de género. Así como la educación sobre la igualdad de género y el respeto a todas las edades es fundamental para cambiar percepciones y cambiar patrones de violencia arraigados.
La sociedad, es decir, todos y todas, necesitamos comprender la complejidad de estas situaciones y trabajar hacia una conciencia más profunda que reconozca la violencia de género como un problema que afecta a mujeres de todas las edades. ¡A las infancias y a las vejeces!
Desafiar el silencio en torno a la violencia de género contra mujeres mayores requiere una respuesta colectiva y cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar para asegurarnos de que aquellas mujeres mayores que han atravesado décadas, vivan con dignidad, respeto y, lo más importante, libres de violencia y crímenes misóginos.
Al hacerlo, no solo mejoraremos las vidas individuales de muchas, sino que también construiremos un futuro para todas, donde la igualdad y el respeto sean los cimientos sobre los cuales se erige nuestra sociedad.
La igualdad de género no tiene límite de edad.
La justicia no se jubila.
Quien te quiere, no te aporrea ni te mata.
En memoria de Sandra Almeida, quién falleció a sus 58 años luego de la brutal golpiza propinada por Arnoldo Pino, él cual la hostigaba constantemente por su orientación sexual y su identidad y expresión de género.