Silvina La Poderosa: La reivindicación de la chola y su pollera en la lucha libre
Son las dos de la tarde de un domingo cualquiera. Desde el teleférico se divisa el insondable mercado 16 de Julio de El Alto, una selva comerciante en que la venta de un repuesto de auto puede estar junto a una yerbería, un puesto de jugos y otro de artículos tecnológicos. Fuera de la estación final del Teleférico Rojo, un megáfono anuncia que en un par de horas comenzará el espectáculo de las cholitas luchadoras, las famosas mujeres que pelean con sus faldas tradicionales. Esta vez son las pertenecientes a la agrupación mixta Los Tiburones del Ring quienes se enfrentarán como todos los domingos en el cuadrilátero.
Antes del show, es obligatorio perderse por las callecitas atiborradas de venta ambulante y comida, mucha comida. Tamales, salteñas, todo tipo de frituras, charquicán y también sushi y ramen. Mil estímulos sensoriales se agolpan en el mercado al aire libre que Caparrós describió como “kilómetros y kilómetros de puestos que venden cualquier cosa”.
[caption id="attachment_890649" align="aligncenter" width="2048"] fotos: Diego Mena[/caption]
De regreso a la lucha, cuando está a punto de comenzar el espectáculo, unos hombres cubren con telones las rejas metálicas para que los curiosos no espíen la lucha sin pagar. Como manda la tradición, se regatea la entrada antes de buscar un asiento en las graderías (50 bolivianos era el precio inicial), donde familias completas y algunos turistas se preparan para el show comiendo un paquete de cabritas de colores.
Silvina La Poderosa aparece en el ring con su caminar seguro y alzando sus puños en señal de victoria. Debe pelear con un tipo corpulento y más alto que ella. Le lanza agua que bebe de una botella, lo acorrala, lo lanza por los aires y se las arregla para sacarlo fuera de las cuerdas. Lo hace comer el polvo hasta que, finalmente, pone su pie sobre él.
De espectadora al ring
Que las mujeres aymara hayan subido al ring no es casualidad. La reivindicación de las polleras se ha intensificado en las primeras décadas del siglo XXI en Bolivia, especialmente luego de la llegada de Evo Morales al poder y el nombramiento de tres ministras con pollera. “Antes nos discriminaban, ahora podemos caminar libremente, entrar a oficinas, ir de shopping a tiendas grandes, antes no nos dejaban entrar en el palacio de gobierno y ahora hay cholitas diputadas y senadoras. Me enorgullece llevar la pollera, porque mi abuela y mami fueron de pollera”, comenta sobre su legado aymara.
Silvina nació como Johana Silvia Huañapaco Vilela y tanto en el ring como en su día a día siempre va muy bien maquillada con su sombrero de bombín y su chal, con la misma personalidad desenvuelta y vivaz que le viene a su nombre de luchadora. “A los 25 años veía la lucha mexicana en la tele y era fanática. Admiraba mucho a Santos, a Blue Demon. Fui de fanática a luchadora. Entré a la lucha libre por defenderme de un esposo maltratador, el papá de mis hijos. En esa época había dos o tres escuelas. Me entrenó el ‘Rudo’ Kid Simonini”, cuenta.
[caption id="attachment_890651" align="aligncenter" width="2048"] fotos: Diego Mena[/caption]
Existen muchas versiones sobre cómo subieron las primeras cholitas al ring. Silvina dice que fue en el Multifuncional de la Ceja, en El Alto, donde hasta hoy se realizan los más famosos espectáculos de este tipo y las agencias de turismo ofrecen un tour guiado desde La Paz (desde 13 dólares o 90 bolivianos incluyendo entradas y snacks). “Cuando por primera vez subió una cholita al cuadrilátero, habían turistas y eso atrajo más turistas”, recuerda. “En esos tiempos los varones eran muy machistas, casi no dejaban que subiéramos al cuadrilátero. De diez cholitas que se iniciaban en los entrenamientos, quedaban tres”. Ella fue de las que resistió bromas y discriminación. Todo la hacía más fuerte.
La transformación de Johana
En sus comienzos Silvina era una luchadora “técnica” y se presentaba bajo el nombre de Carmen Rojas, lo que le valió que la confundieran con la pionera Carmen Rozas. “No me atrajo tanto ser técnica, más me gusta ser mala”, confiesa con una sonrisa maliciosa. Fue así que en un viaje con los Titanes del Ring, los famosos colegas Sombra Vengadora Jr. y Vampiro le surgieron adoptar el mote con que es conocida actualmente. “Siento que me trae más fuerzas, más poder”, dice la mujer que en el escenario ofrece no solo lucha sino que también comedia en el rol de villana.
Fuera del cuadrilátero, Johana es una buena madre de tres hijos (28, 21 y 11 años) y trabaja como comerciante, vendiendo ropa por fardo en el mercado 16 de Julio. “La vida de Johana es distinta a la de Silvina. Encima del ring se transforma, tiene poder, nadie la puede tocar, ni con palabras, ni con nada. Es capaz de destruir a un hombre”, comenta en tercera persona aludiendo a su personaje.
Johana nació en La Paz, fue criada por sus abuelos y, cuando ellos fallecieron, convivió con el papá de sus hijos, estudió casi dos años de enfermería en la Universidad de San Andrés con su primer hijo chiquito, pero lo tuvo que dejar por un tema económico, y luego se separó. “Él era muy celoso, posesivo, incluso me golpeaba, me metí a la lucha libre para defenderme. un día le dije ‘esta es la última vez que me tocas’ y lo golpeé. A los demás les dijo que lo habían asaltado”.
Esos primeros años fueron de mucho esfuerzo y aprendizaje. “Me costó dos años de entrenamiento subir al ring, es peligroso y difícil luchar con la pollera y las zapatillas de cholita. Para eso hacemos mucha práctica, mucho entrenamiento”, relata sobre sus inicios y cómo desde ahí cuenta más de diecisiete años de trayectoria, luchando en grupos como Titanes del Ring, Lucha Fuerte Extrema y Walter Tataque Quisbert. Desde entonces y hasta hoy no ha dejado de entrenar tres veces por semana y se presenta todos los domingos en el ring del teleférico rojo. “Practicamos las piruetas que harán los técnicos y las bases que tenemos los rudos para que no nos lastimemos. Porque los golpes, lo que nos hacemos ahí, es real”, asegura.
[caption id="attachment_890652" align="aligncenter" width="2048"] fotos: Diego Mena[/caption]
Durante estos años fue de gira por Bolivia y también la invitaron a Amsterdam a luchar. “Aterricé y pensé que esas personas estaban esperando a una artista y era a mí quien esperaban. Me sentí orgullosa de llevar la pollera de la chola boliviana a otro país”. También es una de las protagonistas de un reportaje en Youtube, donde aparece junto a las cholitas escaladoras de La Paz y a las skater de Cochabamba que han reivindicado el atuendo tradicional en disciplinas tradicionalmente cargadas de testosterona.
Sin embargo, Silvina advierte que “no es todo color de rosa, tuve accidentes, me lastimé el tobillo, casi me disloqué la columna. Si no te cuidas, puede haber roturas de cabeza. La verdad que no todo es ensayado. Damos el todo por el todo”.
Colgar las colleras
Está atardeciendo y la temperatura baja en esta ciudad ubicada a 4000 metros sobre el nivel del mar. Después de varias tandas de lucha, tiran el plato de fondo: cholita contra cholita. Silvina se enfrenta a su compañera Mariposa Misteriosa, quien utiliza máscara para ocultar su identidad, ya que no quiere que la reconozcan sus compañeros de facultad. Adopta su postura de mala y enfrenta todos los ataques de su compañera con gracia. El público aplaude, grita y vitorea. El réferi da como ganadora a la joven promesa.
Así como Mariposa, cada año se suman más luchadoras jóvenes, como es el caso de Elisa la Coqueta, reconocida porque entra al ring con una danza tradicional de Potosí. Ellas son las sucesoras de las pioneras como Ana La Vengadora, hija de Sombra Vengadora, la ya mencionada Carmen Rozas y Jennifer Dos Caras, quienes pavimentaron el camino en este turístico oficio del cachacascán femenino.
Silvina también ha aportado con su gusto por la comedia e imponente personalidad como ruda. Sin embargo, dice que a sus 47 años, ya está lista para abandonar su legado. “Tal vez en un año más cuelgue las colleras. La lucha es un hobby, no un trabajo. Pasa la edad y ya no se puede con los accidentes, empiezan a doler los huesos”, se queja la que fue campeona de peso Welter hace una década.
Cae la noche en el cuadrilátero. Con su maquillaje impecable y sus trenzas bien peinadas, La Poderosa se despide de su público de día domingo irradiando su pasión por la lucha. En pocos minutos volverá a ser Johana y los aplausos los guardará grabados en su recuerdo, hasta la próxima función de los Tiburones del Ring.
Cristina Correa es periodista y autora de la novela “Inadecuada” (Calabaza del Diablo, 2020).