Crítica de libros| La Canción desarmada (Carlos), de Eduardo Trabucco
Durante el último tiempo, yo diría en concreto durante los últimos dos meses, hemos estado revisando diferentes aspectos y con diferentes niveles de profundidad, de los acontecimientos sucedidos en la historia del país desde hace cincuenta años. Han aparecido o se han revitalizado textos sobre el golpe mismo, sobre el dictador, la dictadora y la dictadura, los horrores acaecidos, las ausencias.
Como el lenguaje del cine, el espacio de la escritura ha pasado por distintos momentos de elaboración en un desarrollo que es el normal en estas situaciones: primero los testimonios y poco a poco se va desarrollando la construcción de la ficción que invoca la materialidad de los sucesos en clave imaginaria y en construcción estética. Se apunta en cada intento, con la utilización de los elementos narrativos de que se dispone, a la construcción imaginaria de una estética del dolor. En el caso chileno -lo he apuntado en otro texto- el imperativo que lo perfila es el de la tragedia. Siendo la comedia una acumulación, la tragedia lo eleva, desnuda los énfasis, las excrecencias, elevando la experiencia del dolor a su pura e irremediable existencia.
Cada escritor necesita hacer una elección que va a definirlo, entre la memoria, el imaginario y las palabras. Nuestro escritor de La Canción desarmada elige una época en la memoria de estos 50 años: la del período de Allende, el golpe militar y el exilio. También un lenguaje, en este caso el de una clase media acomodada que participa culturalmente de la vida del exilio, se mueve entre países y lugares: México, Italia, París, Santiago que parece ser el centro de los acontecimientos. Pero es más bien un centro de reunión en donde se llevan a cabo los encuentros importantes. Un conflicto: el conflicto interno, a que conduce el cambio político.
A esto nos llevan los lenguajes: estamos en una construcción narrativa que juega con un relato novelesco y al mismo tiempo con su reproducción en términos dramáticos, es decir, como pieza de teatro. Esto es un gran acierto de la arquitectura discursiva, y tenemos que hablar en este sentido de un hablante básico, que es el que determina esta construcción del texto, -diferente del autor de carne y hueso- y al mismo tiempo de un narrador que es omnisciente, es decir, maneja la arquitectura del relato y un personaje central. Difuminado en el grupo que discute el conflicto, uno de ellos que se destaca, que aparece a veces conduciendo el relato y que toma el nombre de Antonio Vaccari, el autor de la novela que se hace pieza de teatro. Entonces hay dos lenguajes paralelos: el de la novela que se escribió y el dramático de la obra de teatro.
Esto implica un juego de superposiciones que genera una confusión interesante. Ella se va perfilando poco a poco en dos entidades diferentes: Carlos, un personaje central en el relato y en torno al cual se dramatiza el cambio de paradigma político y el otro Carlos, que es el actor que representa al primero en la obra de teatro. Es una dualidad muy bien articulada que en un comienzo genera confusión y la andadura del relato lo resiente un tanto, pero que luego produce un efecto cada vez mayor de interés. Ambos Carlos, aquel cuyo conflicto se quiere poner en evidencia es el Carlos A, digamos. El otro Carlos, el Carlos B, que lo representa en el escenario, forma parte de otro conflicto narrativo, que se cruza con el primero. Como podemos observar, estamos frente a una arquitectura compleja que genera un relato interesante.
El tema central es de interés político y al mismo tiempo personal: se trata de la conversión del Carlos dirigente, un socialista de posiciones muy avanzadas en un social demócrata, en un socialista llamado “renovado” luego de haber llamado a la ofensiva revolucionaria en un momento crítico. Reconocemos el perfil del personaje de esta novela en clave, que en realidad juega con elementos ocultos al mismo tiempo que con datos históricos y personajes reales: desde luego Allende, Julio Cortázar, los hermanos Duvauchelle entre varios otros.
Se trata pues de una estructura, como decíamos, en clave y en superposiciones, que trata un conflicto político de la izquierda a partir de la vivencia de un hombre: Carlos A, en situación agónica internamente, lo que le produce una secuencia de muertes. Carlos B entretanto no tiene propuesta ni conflicto político sino el que representa en las tablas, en los ensayos que nunca llegarán a su premiere. Sin embargo se ve envuelto en el conflicto político-delictual de una oscura venta de armas al ejército. Su destino, con esto estará también definido. El juego de superposiciones es muy interesante y lleva el hilo del relato con interés creciente hasta el final.
Comenzamos a pergeñar en la estructura a partir del lenguaje y sus emisores. Hay que decir que me llama la atención en todo el relato una producción de ambientes y lenguajes muy fuertemente masculinos. Es el de las discusiones, el de los diálogos, el de los encuentros en torno a una mesa con vino o whisky, el imaginario de mujeres tipo objetos, en general la sexualización desmedida, el de las miradas de los personajes no sólo sobre el entorno, sino en torno sí mismos. Con la percepción de hoy, en que se ha logrado algunos pasos en la apertura hacia la mujer y otros géneros, este recorrido de la historia del Partido Socialista en Chile nos lleva a preguntarnos sobre la sensibilidad de la época al respecto. Una cosa es la época y otra la mirada actual sobre ella.
Aunque el ambiente es fuertemente político, el tema central aparece individualizado en Carlos, el desclasado, Carlos A: sus disyuntivas, sus culpabilidades, dudas, opciones: ¿qué hice bien, qué mal?, ¿era posible una evolución pacífica al socialismo? ¿era posible superar las diferencias partidarias? ¿Había que “avanzar sin transar”? ¿Había claridad frente a las Fuerzas Armadas? ¿Qué sentido tuvo para mí? ¿qué significó? ¿por qué lo sacrificial?
La discusión intelectual toma parte importante de este escrito.
Yo diría que ocupa buena parte de su contenido, Mayo del 68 francés, Marx, Gramsci, Derrida, Foucault, etc. -por momentos es lastre de la agilidad del relato, con una cantidad mayor de información histórica o museística de la que esperamos-, pero al mismo tiempo orienta el texto hacia un lector que, por una parte conoce la historia de Chile, está sensibilizado con la de la izquierda y sus desvaríos, y está dispuesto a recibir información cultural detallada, más allá de lo que un turista, un paseante, puede tener.
Pero hay más que esto, y es lo interesante del texto. Este pretende mostrar el conflicto interno y grupal del hombre que se desclasó de la alta burguesía, de Carlos A, como lo hemos llamado. Y mucho más allá. Lleva al lector a volver a reflexionar sobre las discusiones y las opciones del pasado. Ya no internamente dentro de un grupo político sino con la amplitud y la pasión que entrega la mediación estética a través del tema de una novela: la diferencia entre lo abstracto y lo real, el juego y la necesidad de la violencia en sus opciones ofensivas y defensiva, el significado en todo esto de la democracia, el dualismo reforma o revolución.
Lo interesante, y termino con una reflexión barthesiana es que la literatura de izquierda, por más que se radique en el ámbito de lo individual, ubica siempre el análisis en una situación histórica dada. “Ubica al individuo en su medio, en su grupo social, sin lo cual sus sentimientos, pensamientos y comportamientos serían incomprensibles.” “Por eso -y sigo en el pensamiento de Barthes- participa de una elucidación sociológica de los diversos momentos de una historia de conjunto de los hombres.” (Barthes, Roland, Oeuvres Completes.Vol I,Seuil, 2002).
*Nota: Esta crítica literaria fue escrita por Ana Pizarro, profesora Emérita de la USACH. Doctora en Letras por la Universidad Sorbona de París, académica e investigadora latinoamericanista se ha desarrollado por más de tres décadas en el Instituto de Estudios Avanzados (IDEA-Usach)