Entre lo cotidiano y las estructuras: ¿Dónde se transforma el sentido político?

Entre lo cotidiano y las estructuras: ¿Dónde se transforma el sentido político?

Por: Camila Cociña | 22.11.2023
¿Dónde ocurre la lenta anatomía del cambio? Ocurre desde diversas formas de saber y de conocer, a través de prácticas territoriales, cotidianas e informales que producen barrios y ciudades; desde redes de apoyo y estrategias de sobrevivencia que sostienen la vida doméstica; desde la complejidad de la violencia; a través de capacidades invisibilizadas, de los intercambios entre jóvenes y viejos, en las redes sociales o del trabajo incesante de las dirigentas; desde las veredas entre las mujeres caminando, las redes de migrantes, las ollas comunes o los tejidos clientelares; a través de formas de educación popular u asociatividades efímeras. En suma, las transformaciones de sentidos políticos ocurren desde los silencios y puntos ciegos que generan nuestros sistemas de gobernanza y las grandes estadísticas agregadas.

Hace unos años comenzamos con un equipo de investigación un trabajo que buscaba entender qué condiciones han permitido el avance de políticas públicas en torno al mejoramiento inclusivo de barrios precarios. Este trabajo ocurrió en Sierra Leona, al oeste de África, con colegas de un centro llamado SLURC. Queríamos identificar qué tipo de conocimientos, eventos, prácticas y narrativas habían creado las condiciones, el sentido de urgencia y el compromiso político para el avance y consolidación del mejoramiento de barrios precarios.

Nuestra motivación era entender las condiciones para avanzar agendas urbanas progresistas en la actualidad en ese contexto en particular. Lo que partió con unas pocas entrevistas a informantes, autoridades clave y discusiones con organizaciones de barrio para entender los eventos de los últimos 15 años, derivó en un proyecto más amplio que incluyó talleres y la construcción colectiva de una línea de tiempo de más de un siglo.

¿Por qué? Porque al poco andar comprendimos que no era posible responder nuestras preguntas sin entender los procesos de colonización, independencia, modernización, conflicto y organización social de las últimas décadas, así como el detalle de las movilizaciones más recientes. La línea de tiempo incluía grandes eventos como cambios institucionales, legislaciones y conflictos bélicos, pero también episodios muy puntuales, como la incorporación de ciertos rituales en las organizaciones de base, la aparición de dirigentes sociales en medios locales, intercambios de aprendizaje entre organizaciones de barrio y redes internacionales, o conflictos con autoridades en torno a amenazas de desalojo puntuales. Se trenzaban en un mismo proceso lo grande y lo pequeño. Cuando publicamos los resultados de esa investigación, intentamos capturar la naturaleza compleja y no-lineal de tales procesos, a veces, abrupta y otras, casi invisible, empujados por cambios estructurales y las acciones de aquellos en los márgenes. Titulamos ese trabajo ‘La lenta anatomía del cambio’.

Si bien esta experiencia puede parecer lejana al contexto chileno, tiene al centro preguntas que son críticas en todos lados: ¿Cuándo y dónde ocurren las transformaciones que desplazan los sentidos políticos? ¿cuáles son los conocimientos invisibilizados que permiten los procesos de cambio en los territorios? ¿cómo se establecen relaciones de causalidad, respecto a las raíces de los problemas para empujar ciertas políticas públicas sobre otras? ¿qué eventos o fenómenos crean giros en narrativas hegemónicas y contra-narrativas?

Pertenezco a una generación política en Chile que desde muy temprano fue hábil para identificar y aprovechar los ‘grandes eventos’ que han generado giros de sentido político, como sucedió con las movilizaciones de 2006, 2011, 2018 y 2019. Además, supo establecer dos derroteros de cambio muy concretos: La presencia en espacios formales de poder y el cambio democrático constitucional. Ambos son coherentes con una cultura política legalista y enormemente apegada a la institucionalidad. La ‘constitucionalización’ de mi generación política, es decir, su foco en el cambio constitucional para producir el cambio social, establecía una causalidad muy clara entre medios y fines de transformación. Es así como el fracaso del proyecto constitucional progresista de los últimos dos años ha dejado un vacío de sentido profundo.

El principal horror de ese vacío, sin embargo, no está sólo en el fracaso de tal proyecto, sino en la ceguera dirigida e ignorancia activa hacia otros espacios de transformación. Hacia esos espacios que le van dando forma, a lo que llamábamos en Sierra Leona, la lenta anatomía del cambio. Las trayectorias que generan cambios de sentido político son también los procesos poco lineales, mundanos, con lenguajes y protagonistas difusos, con acciones de resistencia en los territorios que, a veces, son motivadas por impulsos de sobrevivencia.

Si bien, la versión más autocrítica de la izquierda chilena ha denunciado enfáticamente el fenómeno de desconexión entre la clase política y la realidad social, dicha denuncia tiende a enfocarse en la incapacidad de la clase política para “hablarle de los problemas” de la mayoría de la población. Aquí apunto a algo significativamente distinto: La necesidad de reconocer dicha “realidad social” como espacios en que las transformaciones (lentas o abruptas) ocurren, lugares donde se desplaza el sentido político, las narrativas colectivas y los horizontes de transformación. Que, en suma, dan forma a la experiencia social en el territorio y crean las condiciones para cambios estructurales.

Hay ciertos cambios de sentido político ocurridos en Chile en la última década que ilustran estos procesos de manera muy clara. Verónica Molina, parte de “Mujeres en Red Zona Sur de Santiago” y otras organizaciones de dirigencia local en San Miguel, reflexionaba en una conversación el 2020 sobre el rol que ha tenido el feminismo en las organizaciones barriales. Para ella, el feminismo ha permitido generar alianzas antes insospechadas entre “académicas, organizaciones territoriales, disidencias sexuales, mujeres luchando por la visibilidad de las tareas de cuidado, organizaciones en torno a la ‘guatita de delantal’ que esperan entrar al Auge, mujeres veganas (…); todas las luchas”. La articulación interseccional de demandas feministas –es decir, que no sólo miran el sexo o género, sino también la etnia, la clase o la orientación sexual– ha sido un motor clave para giros de sentido en los barrios, que están a la base de procesos de mayor escala y con una base social profunda, creando condiciones culturales para empujar agendas de igualdad de género a nivel país.

Las luchas por el derecho a la vivienda y la ciudad –que muchas veces se cruzan con derechos de mujeres y migrantes, y la defensa del agua y el medioambiente– son otro espacio en que esas creaciones de sentidos políticos han ocurrido en las prácticas y resistencias del territorio.

Hace algunos meses, en una conversación con Elizabeth Andrade Huaringa, dirigenta de Antofagasta y Premio Nacional de Derechos Humanos, reflexionaba sobre cómo el trabajo territorial desde el macro-campamento Los Arenales ha permitido el ejercicio de derechos ‘desde abajo’. Parafraseando al mexicano Carlos Monsiváis, este ejercicio se encuentra en oposición a la clase gobernante, ya que le pertenece a “quienes ejercen la democracia desde abajo y, sin pedir permiso, amplían sus derechos ejerciéndolos”.

La construcción de sentidos a través de la práctica cotidiana de los derechos en los campamentos es fundamental para articular un contrapeso con base territorial a los argumentos más reaccionarios y criminalizadores de los barrios precarios. Esto ha sido evidente, por ejemplo, en las tensiones que ha generado la aprobación y posterior veto parcial de la ley de usurpaciones –o ley “anti-tomas” – y las movilizaciones y articulación transversal que ha gatillado.

¿Dónde ocurre la lenta anatomía del cambio? Ocurre desde diversas formas de saber y de conocer, a través de prácticas territoriales, cotidianas e informales que producen barrios y ciudades; desde redes de apoyo y estrategias de sobrevivencia que sostienen la vida doméstica; desde la complejidad de la violencia; a través de capacidades invisibilizadas, de los intercambios entre jóvenes y viejos, en las redes sociales o del trabajo incesante de las dirigentas; desde las veredas entre las mujeres caminando, las redes de migrantes, las ollas comunes o los tejidos clientelares; a través de formas de educación popular u asociatividades efímeras. En suma, las transformaciones de sentidos políticos ocurren desde los silencios y puntos ciegos que generan nuestros sistemas de gobernanza y las grandes estadísticas agregadas.

Es la sumatoria y contradicciones de estos procesos lo que le da forma a la lenta anatomía del cambio. Las transformaciones de sentido político implican dar explicaciones nuevos a fenómenos que creíamos entender para abrir, así, trayectorias de acción alternativas. En otras palabras, las transformaciones de sentido político implican desafiar las explicaciones y narrativas por las que creemos que las cosas son (o no son) de cierta manera. ¿Cómo se establecen historias distintas? ¿dónde se está dando forma a esas historias? ¿cómo se da sentido a esas narrativas en las acciones cotidianas?

Para quienes vemos la producción de conocimiento como herramienta para avanzar en justicia, estas preguntas son parte de un esfuerzo intelectual y político necesario. Reconocer esas transformaciones de sentidos políticos que permanecen invisibles para las estructuras políticas formales es esencial para un proyecto transformador. Es, además, un motor de esperanza cuando los procesos institucionales están en crisis.