Patio de Disidentes: Desde 1854, más allá de un patrimonio
Hacia finales de octubre y principios de noviembre, se erige con fuerza el recuerdo histórico en donde Martín Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittemberg como sinónimo de “protesta” hacia la Iglesia Católica (31 de octubre de 1517), dicha acción, propició una relectura del fenómeno religioso en diversos lugares del mundo, más aún, una emancipación de la razón, libertad de conciencia, secularización de la religión y critica a la institucionalidad.
Ahora bien, fue durante el siglo XIX que un segmento de protestantes que venían en búsqueda de nuevos polos económicos arribaría a Chile, sin embargo, estos se encontrarían con que al final de sus vidas no tenían lugar para ser sepultados. Tal vez, el denominado Día Nacional de las Iglesias Evangélicas y Protestantes rememora entre otras cosas un hecho que ha trascendido desde el siglo XIX hasta nuestros días; el problema de sepultura que enfrentaron los disidentes fallecidos en suelos nacionales.
Primero, en 1854 se habilitó un sector del Cementerio General para albergar las tumbas de los primeros protestantes, que hasta ese momento no tenían derecho a sepultura. En este espacio se encuentran sepultados personajes como Juan Canut Le Bon (pastor evangélico de origen español que inició las prédicas en la calle en Chile) o el propio José M. Ibáñez, el primer obispo chileno protestante, dicho sea de paso, estandartes y referentes de la misión cristiana en nuestro país.
Recordemos que a mediados del siglo XIX la comunidad británica solicitó al Estado un espacio para sepultar a sus difuntos. Buena parte de ellos habían obtenido altos rangos en el Ejército y la Armada y en ese entonces la Iglesia Católica impedía que fueran enterrados en los cementerios, por no profesar su fe. Restos de musulmanes, judíos, entre otros tantos, eran arrojados al mar, abandonados en basurales o enterrados en playas; un ejemplo de aquello era el que existía en las laderas del cerro Santa Lucía.
Segundo, fue en 1854 que los protestantes (disidentes) pudieron adquirir un predio a un lado del Cementerio General. Cabe señalar que fue en 1871 que se inició la construcción de un muro que, según las leyes canónicas, debía tener tres metros de ancho y siete de altura, así, relegar toda posibilidad “mancillar, contaminar o ensuciar” el cementerio en cuestión. Las diferencias sólo terminaron en 1884, cuando la legislación incorporó los cementerios al derecho común.
Tal vez, una de las acciones más simbólicas con relación a esta temática tuvo lugar a través de un Proyecto Bicentenario que, históricamente, pretendía restaurar los muros que desde 1871 separaron dicho lugar del patio del Cementerio General. El Patio de los Disidentes de Santiago, permitió dar sepultura a las personas no católicas (protestantes, judíos, masones, etc.), quienes no podrían ser enterrados en el campo santo del Panteón de Santiago. De ahí que el mundo protestante tiene un lugar donde colocar a sus difuntos y visibilizar mediante este acto una necesidad laica. Para los cristianos evangélicos el Patio de Disidentes refleja un lugar lleno de historia y guarda un valor inconmensurable para la tradición protestante asentada en suelos nacionales, aquí están enterrados alrededor de 5 mil personas, que en su mayoría son protestantes.
Por último el académico, teólogo, abogado, sociólogo y referente en la temática religiosa y de Derechos Humanos, Don Humberto Lagos Schuffeneger (PhD Sociología de la Universidad Católica de Lovaina y excandidato al Premio Nacional de Literatura año 2022 en Chile) inscribe líneas de historia, memoria y laicidad respecto de nuestra temática, este declara lo siguiente: “La situación de cementerios para disidentes constituyó, en sus comienzos, una reivindicación religiosa protestante que, una vez concretada por la mediación política liberal, debilitó la posición hegemónica de la Iglesia Católica en un punto fundamental para su dominación confesional […] En los momentos de fuertes controversias políticas y sociales sobre el tema de “enterramiento” de protestantes, ateos y suicidas, un sector ubicado en dirección oriente del Cerro Santa Lucía y ocupado como basural, fue asignado para inhumar los cuerpos de aquellos. El líder político Benjamín Vicuña Mackenna, que influyó para resolver el conflicto a favor de la disidencia religiosa, hizo instalar en el sendero que bordeaba el “cementerio disidente” un pequeño monolito con una placa en piedra o mármol, conteniendo el siguiente texto “A la memoria de los desterrados del cielo y de la tierra” (Humberto Lagos Schuffeneger. Herejía en Chile: Evangélicos y protestantes desde la colonia hasta 1925. Santiago: Ediciones SBCH, 2010. pp-51).
En síntesis, estamos frente a un lugar lleno de recuerdos, sentimientos y nostalgia, aunque su valor es sustentado en la historia y memoria sufriente del mundo protestante, una que gimió por sepultura digna como símbolo de laicidad en el siglo XIX chileno, de ahí que el denominado Día Nacional de las Iglesias Evangélicas y Protestantes rememore, entre otras cosas, al Patio de Disidentes como insignia de la tradición protestante yuxtapuesta a parte del patrimonio público de nuestro país.