Sarín, la obra sobre armas químicas de Pinochet: "¿Dónde está? ¿a quiénes mataron con él?"
Eugenio Berríos, el bioquímico que preparaba gas sarín para la dictadura de Pinochet, padre del Proyecto Andrea y muerto de dos balas en el cráneo.
De su peculiar historia de Sarín, obra donde cuatro talentosos actores serán los encargados de dar vida a un texto en el que los datos históricos duros se entrelazan con las actitudes contradictorias, mezquinas y delirantes de científicos, militares, comunicadores y artistas.
Los integrantes del elenco asumirán múltiples roles que les permitirán activar las voces de víctimas y victimarios, así como las de ciudadanos contemporáneos que se sienten atormentados por las pulsiones de la memoria.
Proyecto financiado por el Fondo Nacional de Fomento y Desarrollo de las Artes Escénicas, convocatoria 2023, “SARÍN” constituye la entrega final del ciclo que Eduardo Vega Pino ha bautizado como “Trilogía del Horror”.
Esta saga, donde se abordan distintas figuras involucradas en las atrocidades cometidas por el régimen de Augusto Pinochet, comenzó en julio de 2017 con el estreno de “#8800 Jardín del Edén” (obra centrada en el trágico personaje conocido como “El mocito”) y continuó en julio de 2018 con la llegada a las tablas de “La mujer de los perros”.
“SARÍN” se podrá ver este viernes, 25 de agosto, en el Sitio de Memoria Túnel Andes, puerta 22, Estadio Nacional. Acceso por Av. Pedro de Valdivia 4801, Ñuñoa.
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- ¿Por qué contar la historia a través de una serie de cuadros que dan cauce a la historia del gas sarín?
Los cuadros permiten tener una visión más panorámica al presentar la narración de una forma más fragmentada. Permite tener una panorámica de los orígenes de las armas químicas. Al tener este recorte nos permite como rastrear los orígenes de la creación del gas sarín, o de las armas químicas como el gas mostaza u otros que se usaron en la Primera y la Segunda Guerra Mundial que después van siendo perfeccionados, y se siguen utilizando en otros conflictos a pesar de los tratados que se firmaron en posguerra como el tratado de Versalles. A pesar de esto, igual se rompieron estos pactos y se siguieron utilizando. Entonces el tener esta obra en cuadro nos permite tomar cierta distancia y que el público en el fondo arme el puzle de pequeños detalles sigue estando presente la utilización de ciertos agentes que son tóxicos.
- ¿Qué herramientas les da el teatro documental para este tipo de historia?
Las herramientas que nos da el teatro documental es poder trabajar con el documento directo, la fuente y poder manipularla, es decir, darle un tratamiento a esa noticia que encontramos en el diario, a esa cita del libro, la investigación periodística, entonces nos da elementos para trabajar con la idea del collage. Esta obra se trabajó mucho con esa idea, de ir pegando distintos materiales para ir componiéndola.
Y asimismo con el material que fuimos encontrando en diarios y que a mí me hacía sentido mostrarlo. Por ejemplo, la manipulación de la prensa hace 50 años atrás que sigue funcionando exactamente de la misma manera, a través del morbo, la mentira como del montaje de cosas que no son ciertas, pero las hacen ver como si fuera verdad.
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- ¿Cómo la historia de Eugenio Berríos permite indagar entre los cruces entre ciencia y horror?
La ciencia siempre ha estado presente en la humanidad, pero pienso que hay ciertos periodos en donde el conocimiento técnico o científico, como el avance de esos saberes, ha permitido generar grandes descubrimientos, pero también pueden ser catastróficos para el ser humano, a veces por desconocimiento o por accidente. Por ejemplo, hay un libro que nos sirvió bastante también como referente para esta obra, Un Verdor Terrible de Benjamín Labatut, que hace un rastreo de creaciones científicas, químicas, que causaron gran daño, como el Azul de Prusia, que intoxicaron niños porque los juguetes estaban pintados con un color que era altamente tóxico y tenía plomo.
Entonces, a veces siento que son accidentes ocurren por error, o también se utilizan con un mal fin. Sarín no es una obra tecnofóbica, sino como el peligro mínimo de que un cierto conocimiento se transforme o se utilice para generar mal y este terror en la población. Entonces, este conocimiento que nos iba a hacer libres termina finalmente causando nuestra propia perdición.
-Esta es la tercera obra de tu trilogía del horror ¿Qué reflexiones puedes sacar después de indagar en tres historias de personas que cometieron actos de tal nivel de violencia y enajenación?
Fue un proceso de gran aprendizaje para todos quienes trabajamos en esto, de conocer capítulos de nuestra historia que no nos enseñaron en la escuela o que estaban olvidados. Entonces, siento que estas obras vienen un poco a remover eso que está oculto como personajes que muchas veces terminan en la impunidad absoluta, sin ser juzgados y sin castigo. Eso nos causa muchas preocupaciones, por ejemplo, ahora que se cumplen 50 años y hay personas que siguen negando todo. Estas obras apuntan finalmente, no sé si a ese público, porque quizás ellos no van a ver la obra, pero si en contra del negacionismo. Pienso La Mujer de los Perros, que fue la obra que se hizo sobre el cuartel La Venda Sexy y es un espacio al cual hay ciertas organizaciones que han luchado por su recuperación y el Estado no ha podido conseguir.
Este tríptico que denominamos trilogía del horror, viene un poco a eso, a traer como a personajes, en el caso de la primera, Jorgelino Vergara, y el cuartel La Venda Sexy él siempre asumió total inocencia de estos hechos. Y en el caso de Eugenio Berrios, que ahí en un acto coordinado, la Operación Cóndor, como entre Chile, Uruguay, deciden también matarlo porque sabía mucho, porque había cosas que él no podía decir, entonces finalmente deciden hacerlo desaparecer. Ahí surgen esas preguntas de dónde está, qué hicieron con él, a quiénes mataron con él, porque la forma de camuflar esa muerte era muy silenciosa.