Hablar de pobreza multidimensional
La pobreza es un concepto. Es la representación de una situación, no es la situación.
El significado más estandarizado de la pobreza está asociado a los ingresos, que implica que una persona no dispone de los recursos económicos suficientes para asegurar su subsistencia. En Chile, de acuerdo con las definiciones que entrega el Ministerio de Desarrollo Social y Familia, se considera que un hogar está en situación de pobreza si sus ingresos totales per cápita mensuales no le permiten cubrir sus necesidades básicas alimentarias y no alimentarias. A su vez, un hogar está en situación de pobreza extrema si sus ingresos totales per cápita mensuales no son suficientes para financiar el valor de la canasta de necesidades básicas alimentarias. En Chile esta definición del concepto, con modificaciones en el tiempo, opera desde los años 80.
Qué compone la canasta básica alimentaria y no alimentaria, y cómo se calculan, son preguntas que van hilando un complejo entramado metodológico. Estas discusiones se abren en comisiones políticas, con académicos y el asesoramiento de expertos e institutos de medición tanto de Chile como el extranjero. Esto le va dando consistencia, legitimidad y confiabilidad a las metodologías empleadas. Ahora bien, sabemos que esta discusión no termina ahí. O, al menos, no debería terminar ahí. La representación de la situación de la pobreza no está completa si no considera las voces de quienes dice representar.
Quienes vamos a terreno y trabajamos junto con personas que viven en situación de pobreza sabemos que la identificación con el concepto es relativa. Muchos quienes, en principio, cumplen con las condiciones para ser identificados como pobres, dicen abiertamente no serlo. En el campo, hace pocos meses un agricultor indígena que calzaba con todos los indicadores oficiales de pobreza nos decía, “nosotros no somos pobres, tenemos tierra, la trabajamos y producimos nuestros alimentos. Vivimos sencillito, pero salimos adelante”. Y hay veces que sucede lo contrario, hay quienes reclaman no recibir “ayudas” del Estado por no clasificar en los indicadores al poner demasiada atención a los ingresos que percibe algún miembro de la familia o la recepción de remesas, obviando el contexto en el que vive una familia.
Estos no son casos aislados, y las discusiones en torno al desarrollo humano lideradas por las Naciones Unidas hacia fines de los años 80 introdujeron la noción de la multidimensionalidad para entender las condiciones que permiten tener una vida digna desde una perspectiva que integra mayor complejidad. Ahí se añadieron las variables de salud y educación como componentes del desarrollo humano, y desde entonces esto ha permeado también las definiciones de la pobreza.
En Chile, la pobreza multidimensional se institucionalizó el año 2015. Es decir, desde ese año se mide a través de la encuesta Casen y se pueden comparar los datos a través del tiempo, igual como se compara la pobreza medida solo por ingresos. Este año, la pobreza multidimensional integra 5 dimensiones: educación; salud; trabajo y seguridad social; vivienda y entorno; y redes y cohesión social. Y si uno compara los porcentajes de pobreza entre una y otra conceptualización, estos son bastante diferentes. Quisiera referirme a algunos datos para mostrar las implicancias de estos.
En Rimisp, a fines del año 2022, hicimos dos encuestas sobre seguridad alimentaria representativas a nivel regional en La Araucanía y Los Lagos. Los datos arrojan que en La Araucanía un 18,7% de la población presenta inseguridad alimentaria moderada y grave, mientras que en Los Lagos representa un 15,1%. Esto quiere decir que más de un 15% de la población de estas regiones experimenta dificultades para alimentarse. De acuerdo con las definiciones que entrega la FAO, esto significa, por ejemplo, saltarse alguna de las tres principales comidas del día, comer una cantidad menor a la necesaria, conseguir alimentos poco variados o de bajo valor nutricional.
Las tasas de pobreza por ingreso en esas regiones, de acuerdo con los datos que entrega la última encuesta Casen (2022) son de 11,6% en La Araucanía y 7% en Los Lagos. Al contrario, las tasas de pobreza multidimensional son 19,8% y 19,7% para las mismas regiones.
Al ver los números, vemos que las tasas de inseguridad alimentaria son más cercanas a las de pobreza multidimensional en cada región. Y esto está vinculado a un argumento que estamos contribuyendo a posicionar en el debate público, que los temas de alimentación no se pueden medir sólo desde la perspectiva del ingreso, aunque este sea un factor fundamental. También importa entender el contexto en el que se desenvuelven los individuos, cómo se vive, en qué se trabaja, las condiciones de salud, con quienes se vinculan las personas, entre otros factores que también describen de otra forma un enfoque territorial.
En síntesis, una estrategia para enfrentar la pobreza, focalizar recursos, construir consensos sobre cómo direccionar herramientas del Estado e integrar las voces de quienes se acercan a la definición de la pobreza, está vinculada a entender esta situación desde la perspectiva multifactorial. Los ingresos económicos, por supuesto, son una variable explicativa muy importante. Eso no se puede desconocer, pero no es lo único.
El término opuesto de pobreza no siempre es la riqueza, es más bien la integración social, y esa integración está asociada a factores tan importantes como las condiciones que envuelven a las personas en su vida laboral y social. Hoy existen las 5 dimensiones antes descritas para hablar de pobreza multidimensional y lo cierto es que esta medida, si bien no es perfecta, porque es una medida (entre muchas otras posibles), permite darle mayor profundidad a una situación que transitan millones de personas en el mundo.
Por eso, debiésemos hablar mucho más de pobreza multidimensional que de pobreza por ingresos para conducir las políticas públicas.