Touraine: Un aula para el debate de ideas
Las tres últimas columnas (con esta) que me han publicado en El Desconcierto han sido homenajes póstumos a pensadores y escritores. Y es que, lamentablemente, han ido desapareciendo de nuestro mundo, en estas semanas, destacadas figuras que todavía podrían haberle traído mucho beneficio con sus ideas. Pero que nos han legado sus reflexiones plasmadas en ensayos, manifiestos, novelas y relatos, que nos quedan como lecciones de vida y cuya lectura recomendamos.
En esta ocasión quiero referirme a algunas ideas de Alain Touraine, sociólogo francés que falleció el 9 de junio pasado. Entre los temas que le preocuparon y ocuparon intelectualmente estaba la educación. Propuso un modelo educativo que llamó “la Escuela del Sujeto”, consistente en preparar estudiantes no tanto para las funciones sociales que deben asumir en el futuro, sino para fortalecer su personalidad, mejorar su calidad de vida y atender a sus proyectos personales.
En una entrevista, en el año 2006, Touraine lo expresó así: “Hay que pasar de una escuela de la oferta a una escuela de la demanda. Me refiero a una escuela que no esté orientada hacia la escuela o hacia los maestros o hacia el mercado de trabajo, sino hacia el alumno (…), un alumno que tiene la posibilidad de aprender por sí mismo, de aprenderse y de crear”.
En este modelo educativo, Touraine atribuía gran importancia a la práctica escolar de la comunicación, a la preocupación pedagógica por la capacidad de expresarse de los y las estudiantes. En su libro ¿Podemos vivir juntos? escribió: “Es preciso que la escuela haga dialogar a los alumnos y les enseñe a argumentar y contraargumentar mediante el análisis del discurso del Otro, para aprender a manejar la lengua nacional y, al mismo tiempo, ser capaces de percibir al Otro, lo cual es la condición de una vida en común”.
Por sobre el origen social, aseveraba Touraine, la relación entre el profesor y los estudiantes tiene mayor efecto sobre los resultados académicos de estos últimos y sobre su vida profesional posterior. Por ello la responsabilidad de los maestros es fundamental en la formación de los jóvenes.
Si los docentes adoptan una actitud autoritaria y se suponen una fuente exclusiva de conocimiento e información hacia sus alumnos estarán en las antípodas de una escuela del Sujeto y alejados de formar personas autónomas, reflexivas, críticas, creativas y responsables.
Si, por el contrario, los profesores construyen un espacio donde se permita el diálogo sin límites entre ellos y sus educandos, si fomentan incluso el debate de ideas admitiendo razones contrarias a los que ellos plantean y si estimulan que los estudiantes aprendan también de sus compañeros y compañeras (lo que conlleva a aprender a respetar las diferentes opiniones, a responsabilizarse por los propios argumentos y a fundamentar los juicios emitidos) estarán creando un aula donde se reconoce y se participa de importantes valores democráticos.
Este tipo de educación, propugnada por Touraine, no forja adolescentes que se adapten al modelo de sociedad en que vivimos, sino que sean capaces de cambiar nuestra sociedad; no prepara futuros empleados moldeados para el sistema imperante, sino seres humanos habilitados para la vida adulta en general y, en particular, facultados para convertirse en ciudadanos responsables, deliberantes y libres, con clara conciencia de su libertad y de que los límites de esta alcanzan hasta el reconocimiento solidario y empático de los valores, las ideas y los derechos de las demás personas.
No hay duda de que nuestras sociedades necesitan jóvenes preparados de este modo ante los constantes retos que debe enfrentar nuestra convivencia democrática. Y, por tanto, necesitan profesores que atiendan a las ideas de Touraine, pedagogos constructores de un ambiente en que –parafraseando a Plutarco– la mente de alumnos y alumnas no se perciba como un recipiente por llenar, sino como una lámpara por encender.