La "hipótesis colapso" lo cambia todo: Caos climático y educación
La imagen es elocuente y, como se acostumbra a decir en estos tiempos, “se ha vuelto viral”: Ana, una trabajadora que viajaba como todos los días de su pueblo a Zaragoza, España, se ve inmersa en un torrente de agua que rodea a su automóvil. Tiene que subirse al techo mientras el agua no para de subir.
Ella resiste, aterrada, a la corriente que la rodea, sin saber dónde agarrarse. Los vecinos del barrio intentan tranquilizarla gritándole frases de apoyo. Se trata de una tromba de agua “histórica”.
Cincuenta y cuatro litros por hora y metro cuadrado, con momentos de diez minutos de más de cien litros, transformaron calles y avenidas en ríos desbocados y crueles que arrastraban todo a su paso. Los climatólogos afirman, como ya es habitual, que lo sucedido “superó cualquier previsión”.
En Chile, Carlos es un agricultor de la zona centro-sur del país. Recientemente, un frente de lluvias inusuales e intensas significó que sus hectáreas de frutales cultivadas “para la exportación” quedaran totalmente anegadas.
No dispone de recursos para enfrentar los daños. El Gobierno decretó Estado de Emergencia Agrícola para las zonas afectadas por las inundaciones. De un día para otro, literalmente, su situación cambió drásticamente: un frente de lluvias “nunca vistas” en su intensidad y concentración en un período corto de tiempo convirtió tierras sedientas en barrizales.
El presidente de la federación de productores de fruta a la que pertenece Carlos afirmó que “en Chile no tenemos infraestructura hídrica para evitar el colapso que estamos enfrentando”.
Lo paradójico es que ambas situaciones de lluvias intempestivas y destructivas se dan en el contexto de fuertes sequías y, en caso español, con olas de calor que no dejan de sucederse unas detrás de las otras, siempre rompiendo mediciones anteriores.
Las dos situaciones presentadas ejemplifican uno de los efectos del caos climático, que es algo mucho más complejo que el “simple” cambio climático. Es fundamental distinguir ambos conceptos.
El cambio climático es un proceso continuo, que ofrece mayores posibilidades de modelización y, por lo tanto, de predicción y previsión.
Los procesos caóticos, por el contrario, son intempestivos, aceleran los cambios, los hacen súbitos y más difíciles de modelizar. Los sistemas caóticos se hacen aleatorios y, por esta causa, más impredecibles. Pequeñas variaciones al comienzo generan grandes variaciones al final.
El caos aumenta la incertidumbre y los riesgos y, por lo tanto, las decisiones se deben tomar con una base de información más reducida. Por ejemplo, ¿continuará lloviendo? ¿durante cuánto tiempo? ¿con qué intensidad? ¿vendrá después una ola de calor? ¿a qué tipo de clima tendrán que adaptarse los cereales que plantaremos este invierno? ¿qué tipo de especies son más resistentes a las previsibles olas de calor?
Estas son las preguntas que en muchas partes del mundo se hacen campesinos, agricultores, empresas, comunidades y gobiernos. Y las respuestas no son fáciles y queda poco tiempo para encontrar las adecuadas a los desafíos que tenemos a la vista.
El caos climático, junto a otros fenómenos fuertemente interrelacionados, como la contaminación generalizada, el agotamiento de los combustibles fósiles, la acidificación de los océanos, el derretimiento de polos y glaciares, la extinción de especies, entre muchas otras consecuencias, está haciendo de este mundo un lugar poco amable y poco acogedor con sus habitantes humanos y no humanos.
O más bien, sin eufemismos: el caos climático está contribuyendo a disminuir nuestras posibilidades de supervivencia como especie y como civilización.
Esto es lo que definimos como “hipótesis colapso” es decir, una conjetura, como toda hipótesis, razonada y razonable, que afirma que, a partir de los datos de que aportan miles de investigaciones y la convicción de miles de científicos en todo el mundo, como el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU, (IPCC), estamos viviendo cambios catastróficos en nuestras condiciones atmosféricas y energéticas.
Esto conduce a prever un declive ecológico y civilizatorio en un plazo de tiempo relativamente corto.
Todas las instituciones y organizaciones sociales están, y estarán aún más, tensionadas por el desorden climático y otras alteraciones en la biosfera como efecto de la actividad humana, mediada por un modelo económico y cultural expansivo y depredador.
El sistema educativo es una de las instituciones que, frente a estos escenarios debería modificar radicalmente su comportamiento para transformarse y adecuarse, creativamente, a las nuevas realidades del colapso previsible.
Según nuestra opinión debe hacerlo tanto curricular como organizativamente. “Otra escuela” es necesaria para enfrentar las tareas y desafíos de la época. Y debería ser una escuela que anticipe escenarios (pre figurativa), enfocada hacia la difusión y creación de saberes dirigidos hacia la supervivencia e innovadora en pedagogías colaborativas y adaptativas con fuerte arraigo comunitario.
Pero para ello debe admitir que su diseño actual no se corresponde con estos imperativos. La escuela hegemónica e incluso la mayoría de las llamadas “alternativas” fueron pensadas y diseñadas para un mundo que ya no existe y no existirá más.
Fueron concebidas, para ilustrar, “formar”, educar, capacitar, entrenar etc. a las poblaciones escolares y así prepararlas para el ingreso al mercado de trabajo, dentro de un modelo productivo basado en el crecimiento económico ilimitado.
Ese modelo voraz y globalizado ha llevado al sobre pasamiento (overshoot) de muchas fronteras ecológicas de manera irreversible. El mundo social y biológico al que nos hemos adentrado tendrá poco que ver con el que ha servido de contexto y referencia a la escuela que hemos conocido.
Desgraciadamente, ni las instituciones en general ni la educativa en particular, están trabajando con la premura, intensidad y la racionalidad necesaria para hacer frente al mundo intempestivo y caótico al que nos enfrentamos ahora, no en un futuro más o menos lejano.
La escuela ha introducido hace algunas décadas una “educación ambiental” destinada a crear “conciencia de la protección del medio ambiente”, dentro de los lineamentos del “Desarrollo sostenible”.
Pero el “Desarrollo sostenible” es un proyecto fracasado. Eso es evidente a la vista de las alteraciones de la biosfera que estamos sufriendo hoy. Las urgencias son otras. Una educación adecuada a los desafíos y tareas de la época debería utilizar la “hipótesis colapso” como referencia, científica y ética y diseñar las modificaciones organizativas y curriculares necesarias.