Salida de Fernández de los 50 años: Lugares comunes o mínimos comunes
Encontrándonos a dos meses de los 50 años del golpe de Estado de 1973, seguimos discutiendo sobre la forma cómo denominamos al hecho mismo, el quiebre de la institucionalidad y las violaciones a los DDHH.
En breve, podemos decir que la frase que gatilló los cuestionamientos a Patricio Fernández, ahora ex encargado del relato oficial de esta conmemoración, fue la siguiente: ‘Ok, tú podrás y los historiadores y los politólogos discutir cómo se llegó a eso, pero lo que podríamos intentar acordar, es que sucesos posteriores a ese golpe, son inaceptables en cualquier pacto civilizatorio’.
Yo creo que debemos ordenar un poco las ideas para intentar sacar en limpio algo de este atasco:
Primero, el asunto del relato sobre el golpe de Estado siempre ha sido un tema controversial, partiendo de la premisa que parte de la sociedad no quiere llamarlo por su nombre: golpe. Es por esto que pretender guiar una reflexión que tenga como objetivo dejar a todos contentos es un error. Asimismo, la forma de exponer sobre qué debemos reflexionar es importante y esa era, justamente, la labor de Fernández.
Elegir cómo nos vamos a referir al golpe y sus consecuencias, significa necesariamente desechar otra alternativa. En este caso, al elegir referirse de manera separada al golpe y a los sucesos posteriores, dejando solamente a los segundos como inaceptables, lo complicaron. ¿Por qué? Porque intenta relatar el golpe desde las circunstancias previas, cuando es injustificable en sí mismo, no por los sucesos que se sucedieron después (como si no tuvieran ninguna conexión).
Se puede hacer el ejercicio de reflexión sobre las condiciones en las que se encontraba el país, pero al elegir estas palabras, inevitablemente se quita énfasis en la opción voluntaria antidemocrática de un golpe, de la destrucción de la institucionalidad a discreción, la creación de un sistema diseñado para quebrar el alma y los cuerpos de sus compatriotas por ser contrarios a sus ideas.
¿Se pueden decir ambas cosas? Sí, claro. Pero el relato debe ser construido con la claridad suficiente para que no quede duda que el golpe en sí mismo no tiene justificación alguna, así como que es imposible separarlo de las violaciones a los DDHH, que necesariamente son parte de una dictadura que duró 17 años.
Es justamente en esta parte en la que falló Fernández y por supuesto esto no lo convierte en un negacionista ni nada cercano, pero la verdad es que en ciertos temas ser poco claro es muy costoso. Sobre todo en este asunto, precisamente en que a las víctimas no se les ha entregado la verdad que se merecen, en muchos casos no se les ha confirmado dónde se encuentran sus muertos ni qué ocurrió con ellos.
Si diversas agrupaciones de DDHH y familiares de víctimas han cuestionado el tono de la conmemoración oficial, no parece razonable hacer oídos sordos a esta controversia, que proviene justamente con quienes estamos moralmente obligados a reparar.
Finalmente, la crítica hecha a Fernández no fue antojadiza. La selección de declaraciones que hizo Fernández, pobladas de lugares comunes y poco precisas, no es un lenguaje nuevo. Este relato que tiende a quitar certezas ha sido empujado desde siempre por los sectores y gremios que han justificado el golpe y en versiones más solapadas, quienes esperan separar a la derecha civil tradicional de los horrores de la dictadura dejándole la única responsabilidad a los militares.
Lo realmente cuestionable es que estas dudas van abriendo espacios a conversaciones que permiten conclusiones insostenibles. Por ejemplo y bajo la premisa que nosotros, las generaciones más jóvenes, no vivimos el golpe ni sus años posteriores se han generado una serie de aseveraciones imprecisas, como por ejemplo: que el golpe contaba con apoyo popular.
Frases tan desafortunadas como ésta (que he leído en más de una oportunidad esta semana) deben ser tratadas con sumo cuidado porque la falta de rigurosidad conceptual es abismante y peligrosa. Separemos: ¿era el golpe una posibilidad que una mayoría se representó antes del hecho? Sí. ¿significaba esto que esa misma mayoría quería que ocurriera un golpe? No ¿hubo sectores que empujaron un golpe? Claro. Entonces no podemos afirmar tan tranquilamente que contaba con apoyo popular.
¿Acaso esto quiere vendernos la idea que el golpe ya no es reprochable porque era clamor popular?
Y este es el mayor problema que produce la falta de claridad es cara en este tema. Permite que todo lo revisitemos y en una confusa búsqueda de lugares comunes, terminemos desdibujando la historia para complacer a los que quieren hacer como que nada pasó.