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Guarello: "El desmantelamiento de la educación pública tiene reflejo en los futbolistas chilenos"

Por: Matias Rojas | 06.07.2023
“No es una novela en clave”, afirma Juan Cristóbal Guarello sobre su último libro, Un Muerto en el Camarín (2023). Aunque resuenan miles de personajes que dan forma a la fauna del balompié chileno. Una obra que define como “no solo para futboleros” y que le da pie para conversar con El Desconcierto sobre el desmantelamiento de la educación pública y sus consecuencias en la actividad, el miedo de los futbolistas chilenos a su propio lenguaje y los cambios que ha experimentado el periodismo deportivo a lo largo de los años.

La zurda de William Colipi envuelve el balón, lo esconde y no permite que ningún rival se lo robe en las rasposas canchas de la Primera B. Es la nueva promesa del fútbol chileno y juega en Iberia. “El Messi Mapuche”, entre muchos otros apodos, que dan cuenta de su talento, el único que puede salvar a una alicaída selección chilena que de tumbo en tumbo se ha quedado fuera de otro mundial.

Además, de paso, puede hacer millonario a algún representante vivaz luego de venderlo a algún club en el extranjero. México, Turquía, Arabia; poco importa si en la ecuación hay autos, plata fresca y un par de partidos asegurados en el combinado nacional.

Pero el tiempo pasa y la promesa se diluye como tantas otras. La razón, distinta a la de otros encumbrados fracasos es ver a un muerto en Juan Pinto Durán, algo que cambia para siempre la psiquis del jugador chileno.

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Así transcurre la segunda novela de Juan Cristóbal Guarello, autor, de entre otras obras, de Gente Mala (Ediciones B, 2014), Aldo Marín: carne de cañón (Debate, 2018) con el que ganó el Premio Municipal de Literatura de Santiago 2019 en el género de Investigación Periodística.

Un Muerto en el Camarín (Zig-Zag, 2023), es su vuelta a la ficción, una novela que el Premio Nacional de Periodismo Deportivo (2011) define como un un “Spaghetti Western”, pero que también bebe del género negro, de la intriga con investigadores de gabardina y mujeres fatales que en esta obra dan paso a futbolistas estrellas, novatos, periodistas con años de oficio y cancha, un representante trepador apodado "El Banana" y hasta un detective fanático de Colo-Colo.

Todos personajes que podrían adornar la fauna futbolera local, aunque para Guarello es un error buscar comparaciones con la realidad. “No es una novela en clave”, afirma.

Lo importante es la  ficción, es para entretenerse”, en un libro que define como “no solo para futboleros” y que le da pie para conversar con El Desconcierto sobre el desmantelamiento de la educación pública y sus consecuencias en el balompié nacional, la vida de los deportistas luego de la actividad y los cambios que ha experimentado el periodismo deportivo a lo largo de los años.

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¿Cuáles fueron  tus referencias al momento de escribir “Un Muerto en el Camarín”?

El periodismo deportivo, escribir para ser desechado. Es otra velocidad que la de la literatura. Hay escritores que tú los lees y se les nota esa escuela. Pero yo no tengo nada que ver con eso. Mi primera experiencia es la revista Estadio o El Gráfico, las páginas deportivas de los diarios, los comentarios de los partidos, las entrevistas a los jugadores, crónicas de viaje. El periodismo tiene otra textura, otra sintetización y esa es mi nave nodriza.

¿Cómo vislumbras los cambios en el periodismo deportivo, el paso de las revistas a la irrupción de lo sitios web y lo digital?

Muchos de esos sitios para enganchar a la gente en la lectura ponen la noticia al final, para mi eso va en contra de todo lo básico del periodismo. “Estrella de Colo-Colo finalmente lo dijo”, una cosa así. Son tres párrafos de pura basura. “Quinteros lo reveló”, y lo más probable que sea una idiotez. Esos son maquinas de buscar clics, eso no es periodismo. No aclaran, oscurecen. Está mal redactado, parece un vómito de curao, no se entiende. Es una neo-forma de escribir. Además, que son páginas que son ladronas de otras cosas. Es una deformación de la información.

Antes, el partido que tu no veías lo revivías gracias al periodismo de revistas. En la medida, que tu puedes ver un compacto de diez minutos, ya esa crónica no puede competir. Porque siempre un buen cronista te mostraba cosas que tu no habías visto, te llevaba a lugares en los que no te habías fijado.

¿Cómo construiste el personaje de William Colipi? En él resuenan miles de jugadores chilenos jóvenes que en un momento fueron promesas, y luego eso no se vio reflejado en lo que lograron en su carrera.

Es un arquetipo mucho más amplio, el del "nuevo Maradona", el "nuevo Messi", el nuevo algo, básicamente. Es una carga muy pesada que Colipi, que es un tipo de deportista distinto al actual jugador chileno que no terminó el colegio, habla mal, es agresivo. En cambio, Colipi es buen alumno, vive solo con su mamá que es su núcleo sólido. Lo estoy pensando ahora, no cuando lo escribí, pero quizás se parece un poco a Marcelo Salas. La tiene clara, no se confunde. No piensa cuando va a retirarse, en ganar mucha plata. Después le suceden cosas que le termina afectando la carrera, que es algo que les sucede a muchos jugadores que tienen mucha proyección pero que después no pueden dar el paso al nivel siguiente. Colipi no falla por su entorno, ni los amigos ni la fiesta. Al personaje no se lo lleva la noche, es una cuestión puramente literaria que sucede en la novela.

¿Cómo ha cambiado la relación entre los jugadores y los periodistas?

Hay una distancia de ingresos cada vez más sideral entre los deportistas y los periodistas, que produce un alejamiento. Antes, entrabas a camarines a hacer notas, eso se acabó. Ahora los futbolistas, algunos, hablan en zona mixta, si es que. Entrabas a los entrenamientos, veías trabajar al entrenador, después hacías las notas que querías. Ahora habla uno solo en conferencia de prensa, lo que es muy cómodo para el club, porque cuando hay un tema polémico, como la crisis de un entrenador, por ejemplo, la de Ariel Holan en la Universidad Católica, tiran a Gonzalo Tapia, que no es el indicado para hablar de eso. Otro ejemplo, es cuando dentro del camarin de Colo-Colo hay un problema, mandan a un juvenil a dar la cara. Entonces, después los jugadores andan lloriqueando que se anda especulando, pero también ellos tienen periodistas amigos a los que le mandan WhatsApp y le cuentan todo. Antes, había una suerte de fairplay. Hoy, por un lado, tienes a los jugadores que tienen mucho miedo a hablar, en particular los chilenos. Ellos son superestrellas, que tienen un ejercicito de relacionadores públicos. Un ejemplo, es Fernando Felicevich que no deja hablar a sus representados, sobre todo los más importantes, el único que se escapa es Vidal que te da una nota al paso. Él tiene instruido a sus jugadores no expresarse porque le puede perjudicar el negocio. Los mismos jugadores chilenos tienen miedo a su propio lenguaje, en Argentina y Uruguay eso no es problema, porque entienden que entre más hablan, más se valorizan.

Al final en el fútbol chileno uno solo escucha a jugadores argentinos hablando...

Cada vez la educación pública en Chile está peor, los jugadores hablan peor, se les enseñanza a hablar mal, a temerle a su propio lenguaje.

¿Antes los jugadores chilenos tenían más capacidades para expresarse?

Ni siquiera hay que irse muy atrás, el sub-17 de Japón, tu podías hablar con cualquier jugador. Frank Lobos, Dante Poli, Manuel Neira. Todos se expresaban muy bien y viniendo muchos de extractos muy humildes. Lo que ha pasado en los últimos diez años es una deformación del lenguaje. El desmantelamiento de la educación pública tiene un reflejo en los jugadores chilenos. Podemos decir que la culpa es de Aránguiz y Gaete que eran los ministros de Educación de Pinochet, pero también no colaboran nada los que están por la destrucción de la educación pública para refundarla. Son parte grande del problema. No solo no ayudan, sino que están quemando lo poco que queda.