El exilio y la validez de las palabras
En los últimos días las declaraciones de la reconocida escritora Isabel Allende acerca de su último libro, acompañadas también por sus impresiones respecto de lo que la gente en Chile hoy pediría en términos de representantes políticos no han pasado desapercibidas en RR.SS.
Algunas personas han argumentado que sus palabras, como por ejemplo, y cito textual:
“En Chile la gente está añorando a un Bukele. Yo digo: cuidado, eso fue Pinochet” carecen de validez debido a su residencia en el extranjero, y en particular, por referirse a una figura política actual desde una perspectiva histórica.
Sin embargo, es esencial que como sujetos que desarrollan su vida en contextos históricos y políticamente definidos, tengamos cuidado de caer en el error de menospreciar las opiniones de quienes viven fuera de nuestras fronteras ya que la distancia no anula la legitimidad de las experiencias y conocimientos adquiridos.
El argumento de deslegitimar las palabras de Isabel Allende por vivir en el extranjero es un recurso falaz que busca desviar la atención del contenido de sus afirmaciones en tanto la crítica a la dictadura y al fascismo como ideología segregadora y violenta no es una postura que dependa únicamente de la experiencia de vivir en espacios represivos, sino que en ella también confluyen saberes compartidos, como por ejemplo la filosofía o la psicología, que nos invitan a reflexionar y aprender de nuestro pasado en virtud de no volver a repetir ciertos horrores y dolores que son muy difíciles de tramitar, así como también saberes que se han construido alrededor de experiencias personales y desde las cuales el sujeto ha podido elaborar una verdad.
Establecer que sólo aquellos que viven en el país tienen la autoridad para opinar sobre asuntos “internos” es un acto de cerrazón intelectual y que limita la posibilidad de enriquecer el debate con diferentes perspectivas.
El exilio, por ejemplo, no sólo implica la pérdida de un lugar físico, sino también la experiencia de la ausencia, el desarraigo y, en muchos casos, el compromiso inquebrantable con los ideales de justicia y libertad.
Es por ello que resulta crucial entender que el exilio, en sí mismo, no invalida las vivencias y el conocimiento que se adquieren, sino que mas bien en muchas ocasiones, a propósito de cierto distanciamiento geográfico, permite una reflexión más profunda.
El exiliado, lejos de su tierra natal, enfrenta el desafío de mantener viva la memoria histórica y de mantenerse informado sobre los sucesos que ocurren en su país. Esta situación de observador externo puede ofrecer una perspectiva valiosa y crítica sobre los eventos actuales y pasados.
Cuando Isabel Allende menciona la figura de un líder que comparte ciertas características o visiones de mundo con otros que han gobernado anteriormente este territorio, al establecer el paralelo con un pasado Pinochetista, nos enfrenta a una reflexión filosófica profunda sobre las dictaduras y el fascismo como ideologías que tienen efectos particulares sobre la población, como el dolor y el terror.
La historia nos ha enseñado que estos regímenes totalitarios se basan en la supresión de las libertades individuales, en la manipulación de la verdad y en la persecución de aquellos que piensan diferente.
Son sistemas que generan una sociedad fracturada, en la que las violencias y el control se convierten en herramientas cotidianas de control.
Desde una perspectiva filosófica podemos recurrir a las ideas de pensadores como Hanna Arendt y su concepto de la “banalidad del mal” en tanto ella nos enseña que la violencia y segregación no son exclusivas de estos líderes, que en imagen se presentan carismáticos y malévolos, sino que también puede ser perpetuada por individuos comunes y corrientes que siguen órdenes sin cuestionarlas.
Esta reflexión nos invita a reconocer que la historia no se limita a un único individuo sino que hace falta un sistema, un engranaje, que haga funcionar dicha máquina en la sociedad.
Si la postura ante las palabras de Isabel Allende es la del cierre, tendríamos que preguntarnos qué de aquella reflexión resulta intolerable que ha de recurrirse al argumento de que se necesita estar en el país para desvalidar el contenido de sus declaraciones sin siquiera abrirle espacio para su abordaje e interpelación.
¿Hasta qué punto somos capaces de aprender de nuestra historia si no queremos integrar los pasajes dolorosos y oscuros que la componen? Isabel Allende, a través de la figura del exilio, nos recuerda que las dictaduras no terminan una vez relevado el dictador.