Violencia y microhegemonías al interior del colectivo LGBTIQ+
Junio, mes del orgullo LGBTIQ+. Otra oportunidad para visibilizar los problemas que afectan a las minorías y disidencias sexuales. Otros 30 días para enrostrar la constante vulneración de derechos humanos que sufre este grupo de la población.
En distintas ciudades del mundo (o al menos en aquellas en la que expresar una orientación sexual o identidad de género que sale de la heteronorma no es ilegal) se despliegan grandes marchas de protesta y celebración. Protesta por la desigualdad, la discriminación y la violencia. Celebración por la diversidad, la identidad, el orgullo de ser a pesar de la sociedad heteronormada y, por supuesto, celebración del amor en todas sus formas.
En este mes, las redes sociales se llenan de frases grandilocuentes que abogan por la igualdad y la no discriminación. Activistas impulsan nuevas estrategias para visibilizar la realidad -o las realidades- de la comunidad LGBTIQ+. Organizaciones no gubernamentales y fundaciones que trabajan en pro de la minorías y disidencias sexuales ponen en el centro de la opinión pública la necesidad de impulsar políticas que erradiquen la discriminación por orientación sexual e identidad de género.
Junio, un mes en el que nuevamente reflexionamos sobre la sostenida discriminación y violencia ejercida hacia este grupo de la población por parte del “sistema patriarcal”. Patriarcado, ese algo que no vemos, que nos cuesta identificar, conceptualizar, pero que invisiblemente opera como sistema político que persigue, aplasta, violenta y erige las normas sociales.
Este patriarcado que es, sin más palabras, una “hegemonía”. Una que tiene el poder de operar sobre fuerzas más amplias. Una que tiene la capacidad de cambiar la subjetividad de dichas fuerzas, logrando así que adopten sus ideologías y objetivos. Una hegemonía que, tal como lo plantean Laclau y Mouffe, no se limita a la mera dominación o imposición de una voluntad sobre otros, sino que implica la capacidad de articular y convencer a diferentes actores sociales para que se encarrilen en sus intereses de grupo dominante.
He aquí un acto de violencia. En la “hegemonización”, hay violencia. Para Slavoj Žižek, la violencia es una fuerza mortal, un exceso que perturba el curso de las cosas. Nada es suficiente para los opresores, sino que desean siempre más y más. Nunca se sienten satisfechos. No saben cómo detenerse, no conocen límites. Buscan el poder para no ser dominados, pero han sobrepasado el límite que separa su libertad de la libertad de los demás.
Hasta aquí es fácil identificar la relación opresores-oprimidos. Una sociedad patriarcal que domina, somete, violenta y vulnera a quien quebranta los cánones de la heteronormatividad, a quien no sigue reproduciendo las nociones políticas de lo que es considerado “normal”, a quien o a quienes con su cuerpo y sexualidad proponen nuevas identidades y se rebelan en contra de las formas sistemáticas de opresión y exclusión.
¿Pero podemos afirmar que esta relación opresores-oprimidos es estática? ¿Las personas LGBTIQ+ solo sufren esta forma de opresión/dominación o podríamos sostener que al interior de la minoría oprimida existe una microélite, una microhegemonía de vulnerados que vulneran? Es decir, ¿oprimidos que se convierten en opresores?
El discriminado hace tiempo que se ha convertido en discriminador. Los casos de homofobia entre gais se han multiplicado, especialmente desde el surgimiento de ciertas plataformas digitales que favorecen el anonimato. Existe una pequeña cúpula elitista (una élite de oprimidos, una microhegemonía) que pregona una descarada superioridad moral sobre otros cuerpos, sobre otras identidades; obligando a sus pares a experimentar nuevos espacios de opresión y violencia.
Es a través de la opresión que consiguen “sanar” las heridas que les dejó la opresión. A través de la violencia y la dominación hacia sus pares recobran el poder, la fuerza, la potencia, la autoridad que se les arrebató por maricones.
Veamos algunos ejemplos de violencia al interior del colectivo. El homosexual blanco es gay. El homosexual negro, maricón. El homosexual de cuerpo hegemónico es gay. El homosexual gordo, maricón. El homosexual seronegativo es gay. El homosexual seropositivo es maricón y sidoso (o en buen chileno “está pedido”). El homosexual abogado es gay. El homosexual peluquero, maricón. ¡La discriminación entre pares es insostenible!
Pero todavía hay más. Las ONG que trabajan a favor de las minorías sexuales por muchos años obviaron de sus publicidades otros cuerpos, otras identidades. Al parecer, resultaba más fácil calar en la opinión pública con la imagen de dos hombres blancos, delgados, rubios, ojos azules. Sin nombrar la histórica invisibilización que por años estas ONG ejercieron en contra de las lesbianas. Ellas no solo tenían que soportar esta invisibilización, sino que también lidiaban con la hipersexualización generada por el morbo del hombre hetero cis género (hipersexualización que hombres gais aprovechaban para conseguir aprobación masculina. Sin duda, otra forma de violencia al interior del colectivo).
Todavía no hemos hablado de las aplicaciones de encuentros gais. En esos espacios la violencia es mayor. “No afeminados”, “no mujercitas”, “sin plumas”, “solo masculinos”, “solo machos”, “solo discretos” y “no fuera de closet” son solo algunas de las frases que podemos encontrar en estas plataformas. Porque, en realidad, si algo tienen en común las microhegemonías con las hegemonías es que les molesta el gay libre. Ese gay que, como decía Pedro Lemebel, se le notaba lo maricón, lo loca. Ese gay que incomoda por lo efusivo de su demostración, de su identidad y expresión. A la hegemonía le molesta porque fragmenta su principio político y simbólico de lo moralmente establecido. A las microhegemonías porque no quieren estar fuera de ese principio, porque están cansadas de no pertenecer.
Junio, mes del orgullo LGBTIQ+. Otra oportunidad para reflexionar sobre la homofobia interiorizada. Otros 30 días para entender que el colectivo es diverso en sus identidades, expresiones y realidades.
Atrás debe quedar la justificación, interiorización y reproducción de esquemas discriminatorios. Seguir construyendo espacios seguros es el único camino. Espacios que cobijen y mantengan la vida que se resiste a la violencia heteronormativa.