El renacer de Valparaíso
Caminar hoy por las calles de Valparaíso es como recorrer un lugar recién salido de alguna catastrofe natural, de una guerrilla urbana o de un bombardeo militar: todos acontecimientos que, en más de una oportunidad, han dejado en la ruina a esta ciudad (el terremoto de 1906, los bombardeos de los españoles y la revuelta de octubre de 2019).
En la reciente Cuenta Pública pudimos ver a las principales autoridades del país entrar al imperial edificio construido por Pinochet (edificio instalado en el mismo perimetro donde nació el dictador), entre improvisadas tiendas de ropa usada que colgaban en las rejas del Congreso, todo con vista panorámica a un grafiteado entorno en el que destaca una iglesia cuasi derrumbada y un terminal de buses (rodoviario) que debe ser el más tercermundista de los terminales del Tercer Mundo.
Podemos seguir el recorrido por la avenida Pedro Montt con sus decenas de improvisados toldos de comercio ambulante y sus horribles mall chinos (¿habrá algo más decadente que la cultura de las baratijas “copy paste” de los chinos?), antros que han terminado por tomarse los restos de otroras lujosos teatros, cines y casonas porteñas.
También podemos acceder a la calle Condell, arteria que sufrió sistemáticamente la furia de delincuentes que hasta hace solo tres años eran, por muchos, denominados como “luchadores sociales”. Esa calle nunca ha vuelto a recuperarse y, aun cuando es la avenida donde reside el edificio consistorial en el que habita el alcalde, pasó de ser un emblemático reducto del comercio local (es cosa de ver las fotos de esta calle hasta la década del 90) a un lugar en ruinas, oscuro y donde solo el esfuerzo del cine Insominia y de discos Maira, resisten a la invasión de chumbeques y tiendas de carcasas de celulares.
Terminar este recorrido en el casco histórico de Valparaíso es sencillamente penoso, pues ahí uno entra a recordar que ese lugar es Patrimonio de la Humanidad, reconocimiento que la Unesco diera al barrio donde floreciera la modernidad en el continente. Un barrio que, hasta comienzos del siglo XXI, rebosaba de bohemia, tocatas, fiestas y boliches que sonaban hasta el amanecer, ahora es un sitio que parece sacado de esas películas de zombis donde los protagonistas deben esconderse cuando cae la noche o de lo contrario arriegan ser atacados por los muertos en vida.
Sin embargo, la ciudad de Valparaíso es como esas bellas femme fatale que, aun en sus peores momentos, conservan una inexplicable belleza por la que marineros de todo el mundo son capaces de dejarlo todo. Valparaíso es una amante que, cada cierto tiempo, cae en desgracia pero en el momento menos esperado amanece radiante y cautivando la mirada de todos los de la fiesta.
Aun cuando hoy las calles de esta ciudad exhudan miseria y desorden, siguen siendo apetecidas por el turismo nacional e internacional. De hecho, el nombre de Valparaíso en el mundo es imposible que pase sin que alguien, incluso en el lugar más recondito del planeta, diga que no sabe de qué se trata. El problema es que la ciudad, cual mujer fatal, ha dejado a muchos despechados en el camino: políticos, empresarios, profesionales y revolucionarios que arrancaron con el corazón roto de un lugar que, de seguro, resultó demasiado intenso para sus rutinas.
Hay hechos que dan para hablar de un despertar de Valparaíso: una serie de acciones, inversiones y obras en marcha que dan cuenta de este nuevo amanecer de la ciudad que siempre se ha caracterizado por ser vanguardia social.
Solo por mencionar algunos de estos hitos en curso: el puerto de Valparaíso recibió un total de 41 mil personas en la temporada de cruceros 2022-2023, cifra que dobla a la recibida en la temporada previa a la pandemia; esta semana la Subsecretaría de Relaciones Económicas Internacionales (Subrei) informó que las exportaciones chilenas totalizaron 42.554 millones de dólares entre enero y mayo de este año, de las cuales un 88% se hicieron por vía maritima y mayoritariamente desde los puertos de San Antonio y Valparaíso; se reactivó la discusión para hacer estudio de implementación del postergado proyecto “T2” que busca ampliar los recintos para puerto de carga en el borde costero ( increíble como Valparaíso ha postergado la ampliación de su puerto con el flujo de cargas que hoy exhibe Chile); el Instituto Profesional ARCOS adquirió el ex edificio de la Facultad de Ciencias de la Universidad Católica porteña (ubicada a un costado de la caleta El Membrillo) y se instalará con una sede regional que proyecta recibir a 6 mil alumnos; privados compraron y remodelaron la histórica Sala Rivoli en el sector Almendral, lugar que queda habilitado para la presentación de música en vivo (la semana pasada se realizó un concierto de Víctor Heredia); hace poco el Ministerio de las Culturas develó el estudio de impacto económico y social que dejó el festival Rockódromo 2022, instancia que durante dos días de escenarios musicales, desarrollados en el parque Alejo Barrios de Playa Ancha, significó un impacto económico de 1.040 millones de pesos para la comuna; en el mes de noviembre la ciudad de Valparaíso va a recibir a más de 40 universidades públicas asociadas en el grupo de Montevideo, instancia que es presidida en la actualidad por el rector de la Universidad de Valparaíso; y, por supuesto, cómo no destacar el reestreno del Bar Cinzano, lugar que junto a la discoteque Máscara animan las lascivas noches de la plaza Aníbal Pinto.
De los anuncios del gobierno central en la Cuenta Pública, pocos indicios concretos: seguimos esperando los estudios de factibilidad del tren Santiago-Viña del Mar, seguimos esperando la concreción del siempre bullado Parque Barón, seguimos esperando conocer en qué se traducirá el anunciado aporte al casco histórico y seguimos esperando que el Consejo de Monumentos Nacionales haga luego su trabajo para que se pueda concretar la construcción del edificio de neurociencias de la Universidad de Valparaíso en el corazón del barrio puerto.
El poeta Neruda decía que Valparaíso se despertaba despeinado y medio desnudo, loco y disparatado. Pero eso era en los tiempos de los poetas.
Hoy la tarea de Valparaíso es dejar de lado tanta poesía y comenzar a tomarse en serio la materialidad del existir. Para ello, también es hora de que las autoridades dejen de lado la inmadurez del joven universitario y del activista del Primer Mundo, y den paso al pragmatismo del comerciante que, alguna vez, hizo grande a este puerto: el puerto donde floreció el capitalismo en Chile.