Litio, cobre, hidrógeno verde: la narrativa de Chile
El litio es un componente esencial del programa de desarrollo de Chile junto a los demás recursos naturales del país, como el cobre y las energías renovables. Estas últimas por los bajos costos de producción comparativos que representan, entre otras cosas, para la producción del hidrógeno verde, dada la alta radiación solar y los vientos que el país dispone.
Otros componentes de su desarrollo deberían ser los avances hacia una agricultura moderna y sustentable, con bajo nivel de emisión de metano.
El cobre y el litio son las materias primas más requeridas para la transición energética que necesita urgentemente la humanidad para superar la era de las energías fósiles contaminantes, y entrar definitivamente a la era de la electrificación del transporte y la carbono neutralidad en la producción mundial.
Todas las actividades económicas van entrando a un circuito de clima neutralidad, incluso algunas de aparente bajo nivel de emisiones, como, por ejemplo, la construcción o la infraestructura médica, y todas requerirán de acumuladores de litio de distinta complejidad y de conductores de cobre elaborado.
Chile es un país que le ofrece el mundo una plataforma confiable de cooperación público-privada para disponer y procesar los recursos naturales no renovables que permitan transformar el sistema productivo mundial. De esta manera, se puede enfrentar el calentamiento global y participar en la creación de un nuevo tipo de vida sustentable, que posibilite la sobrevivencia de la especie humana y la preservación de la biodiversidad del planeta.
Este debería ser el sello del país y su imagen en el exterior, pues lo posiciona en la óptica de lo más actual y urgente de los desafíos de la humanidad. Por cierto, también debe ser valorizado su impacto geopolítico, en un contexto multipolar de alta complejidad.
En lo interno, el procesamiento de esta materia prima es la base de la estrategia de descarbonización y clima neutralidad de Chile al año 2050, pues permite la creación de una industria nacional basada en motores económicos existentes como un capital natural, con el que se puede innovar para un procesamiento tecnológico y “verde” de estos recursos.
La minería responsable implica la protección de los ecosistemas, puesto que, por ejemplo, los salares son ecosistemas complejos parecidos a los humedales y el tema del cuidado del agua es de vital importancia para cualquier emprendimiento.
Este esfuerzo de regulación y de innovación debería generar impactos adicionales, como la incorporación del segmento científico al sistema político, no sólo en la cúpula del Ministerio del Medio Ambiente, sino facilitando también el ingreso sistémico a las cadenas más complejas del desarrollo tecnológico, adaptando las universidades, especialmente las de regiones, a la creación de nuevas ingenierías y nuevos centros tecnológicos.
Por esta vía se pueden generar puentes con lo más sofisticado del conocimiento en áreas como la digitalización o la inteligencia artificial. Y de esta forma se evita quedar excluido de las redes globales de innovación estimuladas por la producción de micro procesadores, chips y semi-conductores, que es el desafío tecnológico actual.
También debería ser posible combinar el acceso sistemático al conocimiento más avanzado con el desarrollo de una estrategia nacional de crecimiento y desarrollo sustentable que incluye también un intenso diálogo con las comunidades.
Desde otra perspectiva, se trata de producir un entronque histórico con lo que intentó en su tiempo Eduardo Frei Montalva con la chilenización del cobre y posteriormente Salvador Allende con la nacionalización del cobre y los recursos naturales del subsuelo, buscando lograr generar un efecto de encadenamiento productivo con otras áreas de la economía.
Hoy se trata, a través de la industria del procesamiento de la materia prima, de crear otras áreas industriales clima neutrales o ecológicamente sustentables, en primer lugar, descarbonizando la matriz energética. Este es un camino para lograr el sueño del salto al desarrollo, y producir un efecto múltiple, con nuevos recursos como el litio, que permitan enfrentar los costos económicos de la cuestión social y la desigualdad, el mejoramiento productivo, la incorporación de tecnologías verdes, una reorientación educacional, integración y movilidad social.
Este debería ser el gran relato político-cultural del país, la narrativa que puede unificar las fuerzas de la nación, a todos los chilenos bajo la mística y el orgullo de que el litio y los recursos naturales son de todos los chilenos, e intentar además una nueva forma de relación virtuosa con el gran empresariado nacional, que ha demostrado hasta ahora más bien una visión escéptica y tradicional extractivista, al que -sin embargo- también se le abren posibilidades de asociación y de nuevos negocios con oferentes extranjeros.
Es decir, es una meta actual mostrando un camino a futuro, algo similar a lo que dijo Kennedy con colocar un hombre en la luna. También Deng Xiaoping construyó un relato con su lema que no importa el color del gato, lo importante es que cace ratones. Estas narrativas nacionales permitieron la construcción de un mito político, que orientó a sus países hacia el futuro. Esta narrativa debería ser también la gran oferta del progresismo chileno, el relato que permita ordenar el debate nacional, más allá de los temas migración y delincuencia.
Es una oferta que necesita, sin duda, ser debatida en la sociedad para hacerla más precisa, y puede tener como horizonte la elección presidencial de noviembre de 2025. De esta manera, Chile y el gobierno pueden efectivamente sobreponerse a estos años de polarización y bloqueos en el sistema político, para proyectar al país en una mirada de largo plazo.
También de esta forma se podrán generar recursos adicionales, negados por la inviabilidad de una Reforma Tributaria, para mantener la orientación hacia la construcción de un Estado social y de derechos, paso irrenunciable para mejorar la calidad de vida de todos los chilenos.