Jorge, Carlos y Camila: colonialismo mediático en tiempo “progresista”
Cuánta claridad tuvo Jorge González al escribir en “Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos”, que este pedazo del mundo le seguía “paso a paso la vida a Carolina”, en referencia a la princesa Carolina de Mónaco. Los años 80 se han ido, pero la fascinación por ese mundo lejano que aparecía en revistas de papel couché, no. Tal seducción colonial permanece y los medios, cómo no, la alientan.
Este fin de semana TVN, el canal de todos los chilenos, la única señal pública del país, transmitirá durante alrededor de 10 horas material ligado a la coronación de Carlos III como rey del Reino Unido y soberano de los otros 14 reinos que forman parte de la Mancomunidad de Naciones. Durante viernes y sábado emitirá documentales de CNN y la BBC sobre la realeza de aquellos lares y seguirá en vivo, con especialistas y enviado especial, la coronación, en la que debe ser la mayor transmisión de algún evento internacional de los últimos años por su señal.
La decisión del canal habla no solamente de la vigencia de las palabras del líder de Los Prisioneros, sino que de una perenne condición que sabe a disgusto y resignación.
Disgusto, porque uno asume que lo que pone en televisión el canal público –más aún si es por 10 horas, con transmisión en vivo, periodista en Inglaterra, cobertura en redes sociales y más– es algo relevante para lo público en Chile, para la ciudadanía criolla, y para el deber ser de un medio de comunicación que tiene la capacidad de influencia y penetración de la televisión. Disgusto, porque la monarquía británica está lejos de ser un ejemplo de algo que no sea racismo y opresión para con buena parte del mundo (no conquistaban territorios ni sometían pueblos jugando al cachipún). Y resignación, porque la condición colonial largamente incrustada en nuestras tierras es alentada por un Estado que nos considera sujetos indignos de tener voz. Tanto así, que prefiere admirar las joyas (robadas) de la realeza que la realidad histórica y actual de su pueblo.
Y eso no es extraño.
Hace pocos días, la ministra de la Secretaría General de Gobierno, Camila Vallejo, expuso sobre libertad de expresión en la conferencia global de Unesco en Nueva York. Ante la Asamblea General de Naciones Unidas, agradeció que Chile sea en 2024 sede mundial del Día de la Libertad de Prensa y habló sobre el proyecto de ley impulsado por el Ejecutivo que busca garantizar la protección de las trabajadoras y los trabajadores de la prensa. Hasta ahí, bien, pero este gobierno no tiene nada más que decir en materia de medios de comunicación, y eso resulta preocupante.
Es preocupante, porque Chile posee –junto con el problema de las agresiones a periodistas– un muy sesgado espacio mediático, donde el control de los medios está dado por grandes conglomerados con afinidad ideológica y donde lo que manda es el maridaje local de influencia y lucro.
Es decir, lo que vende se pone (en lógica de los menores costos posibles) y lo que se pone lo decide el perfil ideológico de los dueños del medio y sus avisadores. No hay medios públicos, salvo TVN y ya vemos qué cosas hace TVN. Por ende, cuando hablamos de libertad de expresión, hay que insistir en que dicha capacidad, en Chile y a nivel de medios, es un privilegio sólo para quienes gozan de abultada billetera.
Por algo Juan Sutil sostuvo hace un tiempo, tan suelto de cuerpo, que estaba pensando en comprarse CNN. Por algo una empresa le quitó el respaldo al canal La Red tras emitir el premiado –pero políticamente molesto para sectores golpistas– documental La Batalla de Chile sin empacho, y por algo un millonario como Andrónico Luksic tiene un canal de televisión que llega a todo el país.
Celebrar la libertad de expresión en Chile es celebrar hacer el gol de descuento en una derrota por 8 tantos. Es un gesto valorable, pero lejos de un triunfo, cuando todos los gobiernos de las últimas décadas han dejado en la orfandad la capacidad de expresión y el derecho a la comunicación a todo quien no tenga dinero – momento en que el derecho se convierte en privilegio, claro está.
Menos triunfo es cuando el actual gobierno no ha dado pistas de qué va a hacer con el informe "Más amplitud, más voces, más democracia" elaborado –a petición suya– por las universidades de La Serena, de La Frontera y de Chile. Tal informe, entre otras cosas, recomienda una decidida acción en torno a la creación de medios de comunicación para los pueblos originarios; “fomentar medios de comunicación con responsabilidad pública, cuya propiedad esté radicada en el Estado con control de la ciudadanía a través de diferentes formas de representación y mixturas en la composición de su titularidad, participación pública y ciudadana; crear políticas públicas de apoyo a los medios de comunicación locales y regionales”, entre otras iniciativas que podrían remendar la histórica falta de voz ciudadana en Chile.
Hasta ahora, dicho informe descansa sin ánimo de moverse. No se sabe qué pasará con él. Lo que sí sabe es que poco se puede esperar. Lo digo, nuevamente, con resignación y disgusto.
Resignación, porque creo que ninguna de las propuestas sustanciales del informe reseñado más arriba (que, por cierto, es limitado y tiene aspectos que deben ser mejorados e incluidos) se va a aplicar, a pesar de ser esta una administración que habita La Moneda presumiendo de irle al progresismo. Y disgusto, porque teniendo la chance de perfilar TVN como un canal al servicio de lo público, con participación, vinculación, y acción ciudadana en todo su territorio, apoyando el ejercicio de la voz de quien pugna por ser actor de la vida colectiva, opta por no hacerlo, opta por –como cantaran Los Prisioneros en los 80– seguirle “paso a paso la vida a Carolina, como si esa gente sufriera del subdesarrollo. Estamos en un hoyo, parece que en realidad Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos”.
Para tristeza nuestra, lo que Jorge cantaba en los 80 bien vale para los años 2020.