Mario Góngora y la invención colonial en Chile
Un estudiante de derecho de la Universidad Católica de Santiago escribe en su diario de vida el 29 de junio de 1935: “Profundo interés por la historia colonial, por nuestra verdadera historia que no es la de los textos oficiales imbuidos de democratismo, sino la de nuestra realidad, esencialmente aristocrática” (Mario Góngora, Diario).
El joven Góngora admira el tiempo aristocrático colonial. Declara su afinidad política con Jaime Eyzaguirre. Le fascina el espíritu antidemocrático del momento. “Quisiera luchar, y quisiera ver en Chile, como por todas partes, el triunfo de la verdadera contrarrevolución conservadora” (Diario, noviembre 1935). El 30 de junio de 1934 estampa en su diario: “Agria discusión en las Agustinas sobre la democracia con Tomic” (Diario, 56).
Con los años, Radomiro Tomic pasa a ser un político democratacristiano de alcance nacional. Mantiene una inestimable amistad con Gabriela Mistral, quien estimula sus convicciones democráticas. En 1970 encabeza una candidatura presidencial que hasta Allende considera en algunos aspectos más avanzada que la misma Unidad Popular.
Por su parte, ese decisivo año 1970 Góngora, historiador reconocido en los círculos universitarios, publica Encomenderos y estancieros. Estudios acerca de la Constitución social aristocrática de Chile después de la Conquista 1580-1660. Góngora comprueba con escogidas fuentes archivísticas sus tempranas convicciones de juventud. La Constitución, así con mayúscula, social aristocrática de Chile es la base del proceso colonial. El poder económico y social de una minoría de hombres ricos, establecido a costa de explotar la naturaleza, los indígenas, los africanos, y los animales, las vacas, las ovejas, los chanchos, el ‘ganado’.
Para Góngora este es el acontecimiento histórico trascendental de la “Alta Colonia” chilena. Los ricos y sus haberes. Los seres humanos, la tierra y los animales a merced del señorío católico de los blancos. El autor apenas nombra, sin darle la palabra, al obispo de Santiago fray Diego de Humanzoro, religioso franciscano que ha denunciado con cartas fogosas a las autoridades de Madrid y Roma la exasperante opresión de los encomenderos a los pueblos ancestrales de Chile (Encomenderos y estancieros). A Góngora lo inspira la perspectiva sobre la historia constitucional territorial de la Europa medieval de su colega austríaco Otto Brunner (O. Brunner, Land und Herrschaft, 1939).
El interés de la intelectualidad tradicionalista de Santiago al promediar el siglo pasado es demostrar la autoridad y el prestigio de la sujeción colonial, del sujeto colonial. Con un estilo elegante y académico Jaime Eyzaguirre, como experto abogado de una guerra justa, lo argumenta en sus clases universitarias y en títulos como Ventura de Pedro de Valdivia (1942), Hispanoamérica del dolor (1947), Fisonomía histórica de Chile (1948), El Conde de la Conquista (1951), Chile en el tiempo (1961).
En este último manifiesta el estilo de un país hecho a “golpes”: “Chile es un país ‘más duro’ que otros países hispanoamericanos, porque se forjó en lucha con una naturaleza más difícil de conquistar. Podemos decir también que en la guerra larguísima con el Arauco indomable el pueblo chileno encontró en su contorno humano el ‘estímulo de los golpes’, que le permitió superarse militar y políticamente para ganar la Guerra del Pacífico, conquistando el desierto norteño, y realizar después la notable expansión hacia el Sur con una estupenda obra de agricultura y colonización” (Chile en el tiempo, 1961, 34-35).
Su pensamiento queda deslumbrado en el esplendor de la España de los Austria. Gracias al imperio católico el país se vuelve historia, destino, proyecto, divino. Los indígenas, los africanos, las mujeres, los pobres, ¿aportan a la gran historicidad chilena? Una “manada furiosa de indios” se dispone a acabar con la vida de Pedro de Valdivia, el fundador de Chile (J. Eyzaguirre, “El crepúsculo de la caballería”, Fisonomía histórica de Chile).
Cuando llega el instante del golpe mayor del 11 de septiembre de 1973, Jaime Guzmán, profesor de Derecho en la Universidad Católica de Santiago, invoca a Jaime Eyzaguirre, su maestro, y su utopía de Chile.
Al cumplirse el primer mes de gobierno militar lo recuerda relatando a su madre la celebración en el nuevo edificio Diego Portales, despojado de su nombre original, Gabriela Mistral. Con similar entusiasmo Mario Góngora recibe el golpe militar, como había festejado a los generales españoles de 1936: “Por fin ha estallado la revolución en España. Los generales Franco, Queipo de Llano y otros se han levantado […] contra el régimen vergonzoso del Frente Popular […]. El triunfo significará una dictadura militar que servirá, por lo menos, para aniquilar la Izquierda política.” (Diario, 19.7.1936). En 1981 afirma: “[El] 11 de septiembre de 1973 el país salió libre de la órbita de dominación soviética” (Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, 1981).
A pesar de esta hazaña de alcance mundial el historiador advierte compungido que, al optar por la Escuela de Chicago, los militares tropiezan en la oposición complementaria del marxismo. Ambas formas de actuar a su juicio, “proceden de una misma raíz, el pensamiento revolucionario del siglo XVIII y de los comienzos del siglo XIX” (Ensayo).
Su descarnada crítica a la ideología neoliberal está determinada por el mundo de ideas del tradicionalismo europeo que lo apasionó desde la década de 1930. En su ensayo sobre el Estado chileno de los siglos XIX y XX, la vida palpitante de los pueblos indígenas y africanos, las mujeres, la naturaleza, los animales sacrificados desde los tiempos de la “Alta Colonia” no tiene lugar en su narrativa. Góngora ve el paso y el peso del tiempo desde la “civitas” occidental, desde el Estado civilizador, al que considera el sujeto determinante de la historia.
Su habla pesimista permanece en “la inacabable crisis del siglo XX” (Ensayo). En noviembre de 1985, tres días después del fallecimiento del historiador, una concentración multitudinaria en el Parque O´Higgins de Santiago expresa el fervor de las jornadas populares de protesta contra la dictadura militar.
El único orador es el dirigente democratacristiano Gabriel Valdés, el “arcángel Gabriel”, como lo llamó afectuosamente, cuando niño, Gabriela Mistral, amiga de su familia. El lema del día: “Chile exige democracia”.
En 1942 Gabriela, mujer libre, autónoma, entusiasta, abría su corazón a la familia Tomic Errázuriz: “A mí me da una real sensación de alivio saber que los muchachos -Frei, Tomic y los demás- se han ido con las democracias sin más, sin tiritar como los conservadores con ese tiritón de los viejos, y sin creer como nuestros ricos en que todo puede echarse a la pira, cristianismo, decoro, todo, con tal de salvar los reales” (Petrópolis, diciembre de 1942).