Javier Agüero Águila y la restauración conservadora: "El gobierno no ha podido disputarle el relato a la derecha"
“Nadie puede estar contento porque mueran carabineros o carabineras, no es el caso, pero la forma en que se enfrentan estas pérdidas expresa la manera en que una sociedad toma un camino”, dice el filósofo Javier Agüero Águila, en un momento histórico y político que el mismo defino como difícil de rotular.
Aún así, cree que existe algo que llegó para quedarse y que se ha impuesto con “fuerza de ley”: el paradigma de la seguridad y la restauración conservadora. Un nuevo marco normativo mezcla “entre conservadurismo, neoliberalismo sin renuncia, y populismo legal”.
Lo peor de todo no es la coyuntura misma, un momento propicio para toda suerte de populismos, sino la “ausencia total de un contrarelato en el que la izquierda pueda reconocerse y armarse”. Y es aquí donde el gobierno y el presidente Boric entran necesariamente al ruedo.
“La historia de Gabriel Boric es la historia de una desradicalización en un tramo de tiempo muy corto. Él no es necesariamente culpable de este fenómeno, en el sentido de que cuando estás en el poder no puedes instalar tus convicciones a costa de todos los demás actores políticos que exigen, de alguna u otra forma, moderarte y “centrarte”. Ahora, esto no lo puede eximir de la crítica ni se puede, a mi modo de ver, ser ciego a lo que ha venido pasando en Chile.
-¿Cómo evalúas, en este primer año de gobierno, eso que los analistas llaman relato?
Al día de hoy se pueden sacar ciertas conclusiones, sobre todo respecto a esta suerte de restauración conservadora y el paradigma de la seguridad que, sin duda, se ha instalado con éxito en un gobierno que, definitivamente, no ha podido disputarle a nivel de relato el naipe a la derecha. Lo que ha ido ocurriendo con Boric, por un lado, es la ritualización del perdón; pedir y pedir perdón cada vez que la derecha se lo exige. En la actualidad, lo que predomina, es el discurso que la derecha ha querido instalar y esto ha perforado la sociedad chilena a toda escala. Y esta cuestión es peligrosa: cuando el paradigma de la seguridad triunfa a nivel simbólico y fáctico, se extiende y se sedimenta, se genera el ecosistema propicio -como la historia lo indica- para que germinen los populismos más recalcitrantes, en este caso de extrema derecha. Es un canon, una suerte de standard histórico.
-El presidente ingresó a La Moneda deteniéndose en el cuadro de Allende, habló de las grandes alamedas. ¿Qué pasó en el camino?
Su primer discurso, la noche en que es electo presidente, termina citando a Allende, pero después, el mismo año a fines de noviembre, inaugura una estatua de Aylwin en el frontis de La Moneda; lo monumentaliza y lanza al mismo Allende al patio trasero. Estamos hablando de un personaje que, con matices o lo que se quiera, es efectivo que apoyó el Golpe de Estado. Para mucha gente eso fui muy doloroso. Por otro lado, probablemente, Aylwin era el significante principal que organizaba todo el discurso del Frente Amplio, en términos que en su negación se fundamentaba la crítica a lo que fueron los gobiernos de la Concertación. Los gestos de concesión han sido, a mi modo de ver, demasiados. Tenemos entonces a un presidente llamado de izquierda que finalmente termina haciéndose parte de la defensa de los 30 años, es decir de un cierto continuismo a todo orden, particularmente en torno a los discursos de la reconciliación -que no es más que un artefacto transicional y menos una realidad social intrínseca- y de la profundización del neoliberalismo.
Insisto en que la evidente restauración conservadora que deviene en la supremacía del paradigma de la seguridad -el nuevo ethos-, son imaginarios en los que el gobierno ha cedido y no ha podido disputarle el discurso a la derecha, no pudiendo vertebrar un relato consistente, con musculatura ideológica. No se trata aquí de negar que hay delincuencia o crimen organizado, los hay, ciertamente, pero se le enfrenta desde una perspectiva efectista, espectacularizante y con el fondo ideológico que coronan los sectores más conservadores.
- ¿Qué pasó finalmente con el pacto refundacional? ¿fue una ilusión? ¿un mito?
En esa fábula entramos todos y todas los que de alguna forma teníamos el corazón en octubre y que veíamos que por primera vez esto podía significar un cambio real. La política, sin embargo, deja muy pocos espacios. La lejanía con el poder radicaliza y la cercanía modera. Eso lo vimos con Boric y su gobierno de manera ejemplar.
Octubre no fue un mito, fue una realidad y una grieta que partió la historia de Chile en dos. Sin embargo, como dices, ahora pareciese que todo habita en una dimensión onírica: la “mitología” octubrista. Pero no olvidemos que el Estallido fue el movimiento de masas espontáneo más grande que conocimos y evidenció un sin número de realidades instaladas, quizás por siglos, que tenían que ver con la extendida y naturalizada cultura del abuso. Esto acorraló a tal nivel a las instituciones que estas tuvieron que recular, hacer un pacto y dar una salida política (y de paso darle oxígeno al gobierno de Piñera que a esa altura estaba en la UTI) y abrir la entrada a una Asamblea Constituyente. En definitiva, toda esa promesa de transformación estructural, el sueño de un nuevo vínculo que dejara atrás, tanto como se pudiera, la mercantilización de las relaciones humanas y en donde chilenos y chilenas se reconocieran en un lazo realmente social, quedó en el pasado y ya vez, tenemos un país cada vez más y más endurecido y conservadoramente restaurado. Al final el pacto lo firmará la oligarquía típica y será uno a su medida.
-En el fondo hubo una derrota del ethos del estallido social. Un fracaso.
Sí, claro, y lo que nos queda son ecos, lontananzas que resuenan a los lejos. Es duro, pero así es. Porque no olvidemos que la fractura de octubre significó también la rearticulación de toda una estética, de una discursividad, de un nuevo imaginario que abrió paso a otras urgencias como, por ejemplo, la necesidad de una Asamblea Constituyente soberana y 100% electa. No obstante, hoy vemos cómo el proceso constitucional no es algo que nos emocione. Por eso, y lo he dicho en otras partes, sostengo que este año va a ser un año incestuoso, porque va a convivir la conmemoración de los 50 años del Golpe con esta durísima restauración conservadora y del paradigma de la seguridad del que te hablaba. Es un imbunche cultural, políticamente bizarro, por traer a la mitología chilota a la conversación.
-Por eso en una columna usaste la figura de contorsionista para referirte a Boric.
Traté de proponer un concepto que fuera lo más idóneo posible y ese fue el de “torsión”. No creo que la palabra que defina a Gabriel Boric sea la de “traidor”, no, pero sí ha sabido ser sensible para articular una serie de torsiones según sean las exigencias de la derecha. Si te das cuenta, entre que sale electo y asume como presidente, no creo que haya existido un político que haya vivido un romance tan intenso con la sociedad chilena. Nunca fue tan popular y querido como antes de entrar a La Moneda. Pero el baño de realidad fue muy fuerte y se da cuenta, apenas asumido, que la política es un juego muy miserable y que transar no es una excepcionalidad sino lo ordinario, lo común. Estoy seguro de que para este ir y venir de transas y permutas propias de la política, él no estaba preparado, más bien no tenía idea de que la política del lobby era muy diferente a la de la calle, el megáfono o el perímetro ñuñoíno -donde podía dar rienda suelta a sus convicciones, a lo que creía-. Pienso que el presidente es un sujeto bien intencionado pero que, políticamente, ha demostrado falencias importantes y no ha podido, junto a su gobierno, resistir la furia de una derecha que llegó para restaurar su consabido y tradicional poder.
-Pero tampoco lo ha acompañado mucho la coalición.
Efectivamente, pero en tanto presidente es él quien se va a llevar las flores o los lumazos, figurativamente, claro. Pero tienes razón, su coalición tampoco ha estado cuadrada como se esperaría. Por un lado, un sector del PC, que representa, sobre todo, Daniel Jadue, ha tensionado permanentemente al gobierno puntualmente en lo que a la “renuncia” se refiere. Por otro, al socialismo democrático o derechamente a la Concertación, la hemos visto renacer gracias a este gobierno. La creíamos muerta, biodegradada, pero se les regaló un gran domingo de resurrección y con mucha proyección de la que, sin duda, son conscientes. Al día de hoy los personajes mejores evaluados son los viejos estandartes. Y digámoslo, si el gobierno se sostiene es básicamente por la injerencia de esa denostada tropa de “tecnócratas/continuistas”. Irónicamente quien más maltrató a la Concertación discursivamente (Frente Amplio) es quien la revive y la trae de vuelta al ruedo con mucha fuerza e influencia. La historia puede ser una comedia, en el sentido que los griegos le atribuían a esa palabra y que se confundía con la tragedia.
- ¿Crees que este gobierno va a terminar como un “gobierno en la medida de lo posible”?
Yo creo que sí, pero quizás peor, “en la medida de lo posible” respecto de lo que la derecha entiende como posible. Se ha construido toda una matriz -sé que la palabra tiene implicancias sociológicas serias- para que los sectores conservadores, vestidos algunos de ellos de un cierto liberalismo renovador, instalen su agenda y la transformen en paradigma social y cultural. Chile, en la actualidad, es una mezcla entre conservadurismo, neoliberalismo sin renuncia, populismo legal y ausencia total de un contrarelato en el que la izquierda pueda reconocerse y armarse.
-Una disonancia entre significante y significado, como dirían los semiólogos.
Psicoanalíticamente también lo podemos entender así. Por eso lo de monumentalizar a Aylwin con el gesto del patriarca abriendo los brazos y acogiendo a un país “reconciliado”, fue tan duro y fuerte para mucha gente. Y creo que Gabriel Boric no lo hizo movilizado por la crueldad, pero demostró con este movimiento mucho amateurismo, tratando de quedar bien con un sector de la sociedad chilena representado por ese centro volátil, amarillo, un centro más bien arqueado hacia la derecha. Ahí tienes otra evidencia de cómo se otorga el relato, cómo se deriva un imaginario y se posterga radicalmente un programa. Así es finalmente cómo los países se prefiguran, figuran y configuran. De esto es muy difícil salir.
-A ratos, en escenarios como éste, uno tiende a creer que es mucho mejor ser oposición…
El sentido común indicaría algo así, porque como oposición no tienes mucho que perder salvo que se te acabe la capacidad de dispararle al gobierno y, en este caso, la derecha tiene al gobierno agarrado de todos lados. Boric, entonces, está gobernando con la derecha y también, de alguna manera, para la derecha. No me hace ninguna gracias decir esto, pero no puedo sino constatarlo.
Se reflejó ahora con la ley Naín-Retamal…
Sí, claro, porque lo que hay en el fondo en todas estas leyes de tramitación express, es el triunfo de un paradigma que ya no se hizo esperar más para entrar a operar con toda la potencia que, ahora, un marco jurídico ad-hoc le entrega. Para que todo esto funcione se dio un momento perfecto para la derecha que comienza a medularse con el fracaso estrepitoso en el plebiscito del 4 de septiembre; después con el aumento de la criminalidad; también con el rol morboso de los medios de comunicación para instalar y crear un imaginario apocalíptico; obviamente con la creciente sensación de inseguridad y con un apoyo casi transversal de la población a todas las medidas que tengan que ver con endurecer las leyes. Y no hay más truco, en sociedades penalistas como las nuestras si las leyes se endurecen es la sociedad la que se endurece. A más leyes represivas tienes una sociedad más reprimida/represora. Este es el triunfo del paradigma de la seguridad y lo que hemos llamado restauración conservadora que, si no es con tanques, es vía leyes que se consolida. El resultado es el mismo y es en extremo peligroso.
Matinales, Carter y un país sublimado
- ¿Cómo has visto la labor del Congreso? No son pocos los que califican como el peor de la historia con la llegada de los amigos de Parisi, la doctora Cordero, los republicanos.
La política y la estética, en su definición más clásica, son dos fenómenos que están vinculados estrechamente y tienen un mismo origen. La política siempre ha sido estética y la estética, de alguna manera, siempre ha sido política. Pero hoy a lo que asistimos es a un predominio de la cultura del espectáculo. Y en la política, en sus definiciones más aristotélicas si tú quieres, el espectáculo no aparece como una variante propia de la política misma. Pero luego, con el libro La Sociedad del espectáculo de 1967 de Guy Debord, entendemos que la espectacularización de lo político se transforma en su estética.
-Es como lo que pasa en los matinales, que Carlos Peña hace poco definió como “un sucedáneo genuino del espacio público”.
No es muy novedoso lo que dice Peña en ese sentido. Es algo que viene ocurriendo desde hace mucho tiempo y que comienza con el auge de los medios de comunicación escritos y el surgimiento de los bares y cafés en el siglo XIX en Europa. Hay un texto de Habermas que se titula Historia y Crítica de la opinión pública que ya lo señalaba en el año 1962. Pero es más o menos obvio que los matinales vienen a reemplazar el ágora o, para efectos contemporáneos, el Congreso. Es algo muy llamativo y no se ha analizado mucho. Efectivamente el matinal ha reemplazado los lugares más trascendentes de la discusión política, instalándose como esa zona donde los asuntos de la polis se tensionan y donde todos quieren ir porque ahí está el verdadero rebote en la opinión pública.
-A propósito de esta política del espectáculo en los matinales, ¿qué piensas del show que ha montado Carter con la demolición de las casas narco?
Ahí hay otro ejemplo de cómo se cosifica la política. Una política cosista que busca fundamentalmente el impacto visual de corto alcance, pero que crea una realidad inmediata, por eso el alcalde Carter tiene una altísima aprobación. Efectivamente es completamente inútil lo que hace, no va a solucionar nunca el problema del narcotráfico apelando a “la ley del mono”, pero comunicacionalmente es brillante porque maneja muy bien los timing de la escena política cortoplacista, sin contundencia ideológica, pero precisa en el efecto. El otro día quedé pasmado cuando Boric dijo que iba a salir con los carabineros a las redadas, como un sheriff, sin ni siquiera medir el riesgo a los que él mismo se expondría como presidente de la República si acompañara a las fuerzas especiales al modo en que el presidente de los EEUU luchaba contra extraterrestres en la espantosa película El día de la independencia. Todo eso deja en evidencia que hay algo más estructural que ha ganado terreno. Hace tres años estábamos coreando que Chile cambió, despertó, y ahora estamos completamente en el lado contrario; estamos, a mi modo de ver, en el letargo de un sueño del que, si despertamos, no lo haremos sin dolor.
- ¿Cómo te explicas ese cambio radical en un periodo tan breve?
Escribí hace un tiempo en El Desconcierto una columna sobre “El país sublimado”. La sublimación es un concepto del psicoanálisis freudiano que explica cómo nos desviamos del objeto de deseo. Entonces somos como nómades del síntoma, vamos de sublimación en sublimación, y eso lo vivimos en Chile. En tres años hemos visto de todo. Hemos tenido la revuelta social más grande de la historia, por primera vez tuvimos una asamblea constituyente electa y luego Kast sacó la primera mayoría en primera vuelta y un 44% en la segunda. Después de eso gana Boric de manera histórica y, al final, una derrota brutal de este espíritu transformador con el plebiscito de septiembre. Ahora estamos al otro lado de la historia, donde la restauración conservadora y el paradigma de la seguridad esta cada vez más enquistado. Ideológicamente somos un país muy feble, no podemos agarrarnos a un proyecto de largo aliento y vamos cambiando según sean las estaciones y, al mismo tiempo, somos muy susceptibles a lo escenográfico.
-Vivimos en una época de extremismo y soluciones fáciles que abren la puerta al populismo. ¿Cómo poner la pelota en el piso cuando todos quieren llevársela para la casa?
Cuesta rotular qué momento es el que estamos viviendo en términos históricos, políticos, culturales. Creo que esta restauración es un hecho y llegó, además, con fuerza de ley. Nadie puede estar contento porque mueran carabineros o carabineras, no es el caso, pero la forma en que se enfrentan estas pérdidas expresa la manera en que una sociedad toma un camino. Y cuando lo normativo/jurídico es ese camino y cuando se arraiga en una sociedad lo puramente legalista, a modo también populista, entonces realmente esa misma sociedad se transforma. Es verdad que estamos en una época muy difícil de analizar porque todo cambia semana a semana y una crisis es tal cuando, precisamente, no puedes nombrar ni titular un momento político determinado.
-Y a propósito de esta liquidez política, ¿cómo explicas esta transición hecha por una asamblea constitucional electa, paritaria, con escaños reservados y lo que se está configurando hoy con la comisión de expertos?
También es parte de este proceso de restauración, porque al final del día pasaste de tener una Asamblea Constituyente soberanamente electa, donde entraron nuevos actores políticos trayendo demandas históricamente tachadas. Sin embargo, estas demandas -a todas luces justas y urgentes-, fracasan en su gestión política porque se maximizaron y no apareció la tan necesaria cintura política que le hiciera frente a la reacción conservadora que, a esa altura ya con todos sus medios disponibles, se había desatado. La derecha cuando se ve amenazada es cuando más efectiva es.
El proceso de ahora es completamente distinto, un proceso encapsulado, filtrado por el Congreso. No va a ser muy distinto a una elección de diputados y senadores. Es volver a lo que siempre hemos sido. Somos un pueblo al que se “le” decide” pero que jamás “se” decide.
-¿Cómo ves las próximas elecciones de mayo?
El tema del voto obligatorio va a marcar alguna diferencia, quizás, aunque con mucho desinterés en gran parte de la población porque este proceso no conmueve, no moviliza corazones, no eriza los pelos. Es un asunto hermético, distante, típico de cómo se hacen las cuestiones en Chile y, frente a eso, la ciudadanía también está mirando su propio ombligo. Creo que si tenemos una Nueva Constitución, está va a ser la “Constitución de la seguridad” (como lo dijo Rodrigo Karmy). Puede que mejore algo la situación, pero Chile va a seguir con un sistema neoliberal muy ordenado, muy cuadrado. Incluso si se aprueba, no creo que vayamos a ser testigos de un gran cambio. Este momento constituyente no tiene la densidad sociológica como para hacer operar una transformación de orden profundo.
- ¿Crees que sea posible un estallido 2.0 si es que salta alguna chispa por ahí?
Esa es una pregunta que siempre aparece, pero creo que es difícil. No hay dos terremotos grado 10 en tres años seguidos. Las sociedades efectivamente liberan energía, y el 18 de octubre fue una liberación de energía tectónica brutal, pero ese tipo de desplazamiento de placas sociales no opera tan seguido. No veo que haya agua o tierra o cancha para que efectivamente pueda emerger un nuevo movimiento social de esas características.
- ¿Cómo ves estos 50 años del golpe, cómo un proceso de reflexión o una puesta en escena?
Yo creo que hay mucha gente comprometida que va a querer hacer de esto un espacio testimonial, lo que es muy relevante, pero no creo que pase mas allá de ser una suerte de rito necesario. Además, se da en un año en que deberíamos estar “celebrando”, efectivamente, que estamos viviendo en otro país. Eso hubiera sintonizado y ecualizado perfectamente con la conmemoración de los 50 años del Golpe. Pero, de alguna forma, con la restauración conservadora, quien emerge de la tumba es el fantasma pinochetista y los que celebran es la derecha y no solo la derecha sino las derechas, incluida, por cierto, la extrema. A eso me refería con lo del “año del incesto”.