Juicio a Trump: cuando el deseo de pasar a la historia cobra su precio

Juicio a Trump: cuando el deseo de pasar a la historia cobra su precio

Por: Gustavo Gac-Artigas | 05.04.2023
Lo ocurrido con Trump prueba que la ley no tiene el mismo peso dependiendo de a quién se juzga, si a un multimillonario o a un cesante, si los abogados cobran una fortuna o son defensores públicos designados para aquellos miserables que no pueden pagarse su defensa, defensores que conocen las acusaciones y ven su defendido el día en que comparecen frente a la Corte, una de esas donde “nadie está por sobre la ley”.

El día de ayer fue un día triste, triste día de una triste historia. Un expresidente de los Estados Unidos, Donald Trump, era imputado en una triste sala en Manhattan.

La triste historia era acompañada por el mundo entero, como si la bajeza fuera aquello que mereciera llamar la atención, si la antipatía que se siente por un individuo nos permitiera refocilarnos en la desgracia de tan desgraciado personaje.

Los tambores de la historia resonaban en una estentórea sinfonía, las apuestas se cruzaban: lo veremos esposado, lo veremos humillado, lo veremos tras las rejas.

“Es el fin de su carrera”, cantaba un coro, el coro del frente anunciaba: “Esto lo favorece, saldrá de la Corte a una reelección en que la arrogancia pesa más que un programa, que su carácter”.

“Es la prueba de que ‘nadie está sobre la ley’”, repetían las cotorras. “Nadie está sobre la ley”, repetía la plaza pública en espera de la ejecución, como convenciéndonos, convenciéndose de que la ley es justa y pareja en los Estados Unidos y, dicho sea de paso, en el mundo entero.

Y sin embargo olvidaban que la ley no tiene el mismo peso dependiendo de a quién se juzga, si a un multimillonario o a un cesante, si los abogados cobran una fortuna o son defensores públicos designados para aquellos miserables que no pueden pagarse su defensa, defensores que conocen las acusaciones y ven su defendido el día en que comparecen frente a la corte, una de esas donde “nadie está por sobre la ley”.

Se prendieron las cámaras, se activaron los micrófonos, se levantó el telón y una triste historia se desarrolló frente a nuestros ojos. El anciano arrogante salió de dejar huella, las digitales, los ojos apagados, caminando hacia la historia, triste historia.

El juez leyó los cargos, las trompetas desafinaron. El expresidente pasó a la historia, el juez pasó a la historia. 34 cargos, 34 cargos económicos y morales, por lo tanto sin gravedad, que podrían ser graves al decir del juez, si es que hicieran parte de otro cargo, cargo no definido, que ese sí sería grave. Pero, claro, no se levanta un acta de acusación sobre conjeturas o posibilidades, así que este no figuraba en los cargos presentados, la historia exige seriedad.

En el triste cine de la historia los paquetitos de palomitas de maíz se desparramaron por el suelo, el trago fue amargo, de esos que intentan suavizarse. Es la pista del dinero, clamó la historia; no la ética, no el pago por servicios, la mujer desaparece y el porno aparece: la pornografía del poder y del dinero.

Histórico en una triste historia, sin triunfadores ni perdedores. Recordemos, “nadie está por sobre la ley”, todo es tan relativo.

Sí, hay perdedores: yo perdí, me sentí más triste, sentí que todo se trataba de las próximas elecciones, que una historia mal hilvanada pasaba su precio, abrió paso a uno de los candidatos, y de rebote, consolidó al candidato del frente.

La historia en la histora dio sus frutos, la sombra de Waterloo cubrió una triste sala en Manhattan.

Al final del día, al apagarse los micrófonos, al apagarse las luminarias, al caer el telón, desde las sombras de un triste día nos anunciaron: les robamos la posibilidad de elegir, regresamos al pasado, con más años, pero el pasado.

Se rayó la cancha. Los mismos candidatos se enfrentarán nuevamente y se debatirá más sobre su avanzada edad y la triste historia de un triste personaje que sobre las necesidades de la gente puesto que las elecciones, como la justicia, no cambian y tanto los derechos como la justicia no son iguales para todos.