Lola Bar, un nuevo sitio para estirar la noche
Para los restaurantes o bares, hay lugares que son malditos, que parecen tener una nube encima. Hace muchos años en el barrio Bellavista, por ejemplo, frente al Galindo, todos los locales que debutaban tenían corta vida. Fueran como fueran, el público no entraba y cada nueva aventura gastronómica terminaba en un fracaso. Hasta que llegó Ciudad Vieja y la historia cambió.
En Manuel Montt con Bilbao pasó lo mismo. Pasaron propuestas peruanas, principalmente, y alguna vez hubo un restaurant vietnamita, pero siempre sucedió lo mismo: el desinterés colectivo. Desde hace algunas semanas, el enfoque en ese sitio se modificó rotundamente. Si antes cada nuevo restaurant pintaba solamente las fachadas y el interior como símbolo de renovación, los dueños de Lola Bar –alguno de ellos con pasado en el exitoso bar La Providencia- lo hicieron todo de nuevo. Dejaron unas murallas intactas y pusieron hasta un techo corredizo para darle otra cara. Y vaya que lo lograron. Lo primero: hay buena energía en el lugar. El equipo se ve afiatado, bromean entre ellos y el trabajo fluye. El interior está siempre a media luz, ideal para ir con la pareja, o si se quiere, con un grupo de amigos. En un costado, una barra amplia y diversa de botellas de diferentes tragos y países.
Para partir, un cóctel Domingo en Bustamante, con pisco infusionado, toques de limón y soda. Es la réplica fresca en versión pisquera del clásico Tom Collins. Ni tan fuerte ni tan suave funciona como un correcto aperitivo.

El trago llegó casi al mismo tiempo que la Burrata Japo, que es una burrata de búfala servida sobre berenjenas asadas y glaseadas con miso dulce y maracuyá, acompañadas por unas tostadas y unas hojas de albahaca. Es un plato ingenioso, en que las mezclas funcionan.

El fondo, idealmente para compartir, fue unas Flautas Bien Puestas, que son flautas de trigo de pollo, con sour cream, rabanitos frescos, mousse de palta, cebolla morada encurtida y cilantro servido sobre una mole casera. Cumple, aunque sin volverse loco. Un gin tonic –el trago perfecto para la temporada estival- fue el cierre perfecto para la comida y seguir la conversación. Para finalizar, un Brownie Bien Portado, con helado de vainilla, frutillas y sésamo blanco sirvió como un refresco ligero. Como bonus track, una pequeña degustación de tequila de la casa hizo más gratificante la experiencia.


Aunque ese sector de Bilbao cobija varios restaurantes, la vida nocturna es sorprendentemente ínfima y Lola Bar va en busca de ese público que, sobre todo en estos meses de noches ligeras, persigue alargar la jornada. Esa idea matriz es una de las particularidades de este recién estrenado sitio que cierra cerca de las 2 am y que asoma como una alternativa a la que, ojalá, se puedan ir sumando nuevos proyectos. Acá hay experiencia, oficio y, sobre todo, olfato. Una ciudad como Santiago merece más propuestas nocturnas como este bar para no caer en depresión.