Cuando se habla de cuidados las miradas siempre recaerán en una mujer
Este fin de semana tendrá lugar la creación de la Internacional Feminista en Ciudad de México. Presidentas, alcaldesas, ministras y militantes se reunirán para coordinar las luchas contra las desigualdades generadas por el modelo neoliberal, que afectan a miles de mujeres en todo el planeta.
Por lo general, cuando en un grupo familiar se habla del tema del cuidado, las miradas recaerán en una mujer. Es ella quien debe tomar el puesto. Está dado. No hay discusión. Una de nosotras tendrá que ponerse traje de cuidadora, suspender su vida y entregarse a esta nueva tarea gratuitamente. Es un rol que debemos asumir contentas, en forma amorosa y sin quejas. Al poco tiempo, seremos expertas; por obligación habremos aprendido un nuevo oficio que ejerceremos con generosidad y, la mayoría de las veces, con mucho cariño.
Ese trabajo, ese conocimiento, no es considerado por las personas que llamamos expertos. La cuidadora es invisibilizada e infantilizada en vez de ser una colaboradora que podría entregar un gran aporte. La que más sabe de un hijo que tiene un quiebre emocional es quien está cotidianamente con él. Sin embargo, su conocimiento no es tomado en cuenta ni valorado.
La sociedad ha dado algunos primeros atisbos a esta situación. Un proyecto que se nombraba en una Convención que fue derrotada y posteriormente no volvió a saberse de él. Seguramente fue postergado para más adelante, porque en algún inconsciente consciente se piensa que la mujer está hecha para cuidar.
También fui, soy, cuidadora y es una de las razones por las que escribí Bitácora del desamparo. Quería denunciar la soledad y el dolor. Ese dolor no podía quedar en la oscuridad o en el olvido. Había una necesidad de comunicar, de gritar, de aullar, de mostrar que eso que es tan privado es también público porque mi vida no es solo mía. Dicen que todo escritor empieza por lo que tiene más cerca y eso era lo que estaba en mi mente y sacudía mi cuerpo: el repentino diagnóstico de un hijo en pleno despliegue de sus capacidades y creatividad.
La forma fue surgiendo a borbotones y con el máximo rigor literario que pude darle. La idea era problematizar, levantar preguntas, llegar a la médula intentando romper con las estigmatizaciones.
La pregunta que estuvo conmigo, y que siempre fue totalmente descartada, es: ¿Y si hubiera algo al otro lado de “lo que se ha llamado locura”, si cruzada esa línea hubiera una sabiduría especial?
Mi llamado es a vivir en una sociedad sin patologías extrañas sino solo con personas distintas, con los mismos derechos, donde las que asumimos el rol de cuidadoras seamos consideradas, valoradas y, por qué no decirlo, remuneradas. Esa es una gran deuda pendiente.