“Mujertes”: una cuestión de letras y derechos
En la época en la que la gente usaba la máquina de escribir para producir textos sesudos y profundos, era una lata equivocarse tipeando las palabras. El uso de los ordenadores y programas de corrección nos han simplificado mucho la vida, incluso para quienes no somos tan sesudas. Que te equivocas con una palabra, que pones una falta de ortografía, que te haces un lío con los puntos y comas… no pasa nada. Tu ordenador corrige, tu ordenador señala, te da opciones y, a veces, incluso te obliga a pensar.
Así me pasó hace un par de días que estaba escribiendo un texto académico sobre teoría feminista y hete aquí que en vez de mujeres escribí: mujertes. No crean que exagero si les cuento que me asusté cuando vi que mi inconsciente (¿?) había hecho una combinación de letras que creaba una palabra —casi una figura— donde se reunían las mujeres y las muertes. Inmediatamente vi las dos palabras juntas, me iba de “mujeres” a “muertes” como si estuviera jugando con la imagen de Mi mujer y mi suegra de W.E Hill.
Ya escucho las voces de algunas amistades en Chile recomendándome que no le ponga tanto color al asunto (¡cómo me gustan esas metáforas chilenas que parafrasean tanto!). Y tienen razón, claro. Es normal que se produzca este tipo de errores de tipeo cuando una pasa tantas horas dándole al teclado. Esta vez, sin embargo, me quedé colgadísima de la palabra y, desde entonces, me he estado columpiando en ella como una Tarzana cualquiera por la selva de las asociaciones. Mujertes, ahí es nada: hágase desaparecer la jota y tenemos “muertes”, borre usted la te y nos queda “mujeres”. Aquí tengo la combinación que tanto me preocupa.
En las idas y venidas de la liana, empecé a ver las distintas Formas de muerte (así el título de la trilogía que dejó inacabada Ingeborg Bachman) que acechan a las mujeres y niñas: en Irán, por ejemplo, las están intentando eliminar a base de un gas tóxico que las ataca en las escuelas femeninas. Son muchas mujeres combinadas con muchas muertes. Se quiere herir el cuerpo y se mata también el ánimo, la curiosidad, la ilusión de aprender… Muere también el afán de independencia, el deseo de ser libres. En ese sentido, las adolescentes de Afganistán no se diferencian de las de Irán, aunque es cierto que se les ahorra la exposición al gas tóxico. Lo esencial es que se retiren a un pequeño espacio, que se invisibilicen detrás de sus ropas, que el gas les corte el aliento y que cuando el deseo llame a su puerta (el masculino, se entiende) estén disponibles, calladitas y se abran, también en canal, si son requeridas.
Ahora que se acerca un nuevo 8 de marzo, un nuevo día internacional de “la mujer”, me pregunto qué letras, qué palabras habría que elegir que no repitan siempre lo mismo. De momento no se me ocurre ninguna y fantaseo pensando en que no fuera necesario un día de la mujer. Y me imagino cómo sería si introdujéramos en algún momento un día internacional del “varón”. Lo comento con los amigos varones y su respuesta no deja lugar a dudas: “¿Un día internacional del varón? ¡Por dios!, ¿con qué fin?”. Y recuerdo aquello que escribió Simone de Beauvoir al comienzo de su libro El segundo sexo: “A un hombre no se le ocurriría escribir un libro sobre la situación particular que ocupan los varones en la humanidad […] un hombre está en su derecho de ser hombre.”
Quizá ese sea un buen sueño para el ocho de marzo: dejemos las letras de lado y ejerzamos el derecho, los derechos de ser las mujeres que nos dé la gana. Y así, sin que se nos ocurra que eso necesita de justificación alguna y mucho menos, que solo pueda ser realidad un día al año.