Biden y la ley del embudo
El 21 de febrero, el TPP11 entró en vigencia para nuestro país. No fue fácil. Aunque la mayor parte del establishment político y empresarial se ha mostrado entusiasta con este acuerdo de libre comercio, una vasta red de organizaciones ciudadanas rechazaban este proyecto.
El gobierno escuchó ambas posturas. Intentó entonces un camino intermedio, que además apuntara a un objetivo estratégico, que lo ayudará en su propuesta programática para facilitar la transformación económica del país: negociar unas cartas paralelas (side letters) con los países miembros del TPP11 para rediscutir el régimen de resolución de controversias, contenido en el acuerdo comercial muy favorable a las transnacionales.
Las figuras más representativas de la ex Concertación - con varios excancilleres a la cabeza- junto a la derecha, así como los gremios empresariales y algunos analistas neoliberales, todos adictos a la globalización, armaron un escándalo de proporciones.
Pensaban que Chile se venía abajo con la suscripción de las side letter, cuando esas cartas tenían el modesto propósito de instalar un nuevo régimen de resolución de controversias que fuese menos favorable a las trasnacionales.
Lo que intenta el criticado subsecretario económico de la Cancillería, José Miguel Ahumada, con las side letters, es adelantarse a eventuales demandas de las internacionalizadas Isapres, AFP o las empresas que explotan recursos naturales. Teme que cambios en las políticas públicas las hagan reaccionar contra nuestro país, con costos que podrían ser de envergadura (lo que ya parece evidente en el caso de la Isapres).
Al mismo tiempo, la instalación de las side letters podría hacerse extensiva al resto de los TLCs, lo que ayudaría a defendernos del curso proteccionista que comienza a hacerse evidente en la economía mundial. Hoy día, Estados Unidos, Europa y China están implementando medidas proteccionistas; y, el sistema actual de resolución de controversias con estas economías, en el marco de los TLCs, no parece conveniente.
Economistas, analistas internacionales y políticos, proclives al libre comercio indiscriminado y a una globalización sin regulaciones, ni protección alguna a la industria nacional, no se dan cuenta del cambio radical que ha experimentado el comercio mundial en los últimos años.
Muy especialmente, los Estados Unidos ha adoptado un camino abiertamente proteccionista, primero con Trump y ahora con Biden, quien sigue al populista en este terreno, con entusiasmo. El país que embarcó al mundo en el libre comercio, ahora se dio vuelta la chaqueta.
En efecto, el 26 de enero, en reunión con los sindicatos de Springfield, en Virginia, Joe Biden sostuvo:
“¿Dónde diablos está escrito que Estados Unidos no puede volver a ser líder mundial en fabricación? ¿Dónde está escrito eso? Y, agregó, “Al infierno con eso”, con aquellos que critican mi política industrial, apuntando a la Unión Europea. (El País, 27, 01-2023). Es su argumento para justificar los subsidios a los microprocesadores y los vehículos eléctricos.
Yo le respondo a Biden que su proteccionismo es contrario al TLC que Estados Unidos suscribió con Chile. Y fue su país que nos dijo que el liderazgo mundial en asuntos económicos lo decidía la competencia, el libre comercio. Así lo instaló Estados Unidos en los TLC y en todos los organismos económicos internacionales (OMC, FMI, Banco Mundial y el BID).
Luego, en su discurso a la Unión, el presidente Biden despliega toda su euforia proteccionista:
“Compraremos productos estadounidenses para asegurarnos que todo, desde la cubierta de un portaaviones hasta el acero en las barandillas de las autopistas, se fabriquen en los Estados Unidos”.
Y, olvidándose de globalizadores republicanos y demócratas como Bush, Clinton y Obama, dice, sin ponerse colorado, que renacerá el orgullo norteamericano con el sello “fabricado en Estados Unidos”, en “lugar de confiar en las cadenas de suministro extranjeras”.
Finalmente agrega, para perplejidad de los empresarios chilenos que tenían alguna esperanza de aprovechar el TLC con los Estados Unidos en el capítulo de Comoras Gubernamentales:
“Esta noche también anuncio nuevas normas para exigir que todos los materiales de construcción utilizados en los proyectos federales de infraestructura sean fabricados en Estados Unidos: madera, vidrio, paneles de yeso y cables de fibra óptica” (Discurso de Biden a la Unión, 04-02-2023).
Esta es la ley del embudo. Estados Unidos nos embarcó en el libre comercio, nos exigió respetarlo y además nos comprometió con un Tratado de Libre Comercio. Y, ¿ahora qué?, ¿será que podemos reclamarle?, ¿será posible que el régimen de controversias, acordado en el TLC, podrá modificar el comportamiento proteccionista de los Estados Unidos frente a nuestro país? Francamente, lo dudo.
Al constatar esta nueva realidad, no sólo de los Estados Unidos, sino del resto de las economías dominantes, más allá de ideologías y de cuestionamientos al gobierno de Boric, la buena razón indica que debemos entender los nuevos tiempos que corren para servir de buena manera a nuestro país. Por ello, no era ni es mala idea de Ahumada modificar los regímenes de resolución de controversias, y no solo con los miembros del TPP11, sino con todas las economías con las que se han suscrito TLCs.
Le dice bien, Álvaro García Linera:
“Lo cómico en estos tiempos de inflexión histórica es ver a los fósiles criollos del liberalismo latinoamericano repetir con fe cuasi religiosa el deshilachado mantra neoliberal del Estado mínimo, austeridad pública, privatización y libre mercado” (García Linera, “Libre Comercio, al Infierno con eso” CELAG, 22-02-2023)
Así las cosas, algún respeto le debemos a José Miguel Ahumada, quien, en medio de inmensas dificultades, gracias a las side letters, nos ha advertido sobre los nuevos tiempos de la economía mundial y la necesidad de protegernos.