Latinoamérica y sus actos de fe

Latinoamérica y sus actos de fe

Por: Rodrigo Yáñez | 17.02.2023
Desde México a Chile, conversando con gente del campo o la ciudad, rápidamente aparecen destellos de una creencia espiritual, una búsqueda de sentido que sobrepasa lo racional. La gente le asigna valor a los elementos, a los objetos, a las relaciones y a los números.

wikipedia_chupacabras

Tal vez, la belleza del arte radica en su facultad de mostrar en un objeto, una imagen o una palabra lo que no cabe en ninguna definición. La novela Nuestra Parte de Noche, de Mariana Enríquez, es una muy buena forma de volver sobre esta idea porque, entre muchas otras cosas que logra de manera brillante, fija en sus páginas un rasgo de la cultura latinoamericana que la antropología tiende a designar como religiosidad popular; pero es más que eso. Dentro de ese saco roto entra todo y más, porque en Latinoamérica la vida entera es un acto de fe.

Desde México a Chile, conversando con gente del campo o la ciudad, rápidamente aparecen destellos de una creencia espiritual, una búsqueda de sentido que sobrepasa lo racional. La gente le asigna valor a los elementos, a los objetos, a las relaciones y a los números.

En una primera capa, lo evidente, está contenido en el cristianismo y los símbolos que giran en torno a sus diferentes corrientes, como las cruces, figuras de santos y querubines, estampas religiosas, iglesias, grutas, capillas, rosarios, escapularios y cementerios.

Ahora bien, reducir toda relación mística con lo institucionalmente religioso es obviar una parte muy importante que habilita la vida cotidiana de los países latinoamericanos. En cualquier conversación informal aparece rápidamente un espacio espiritual vinculado a la naturaleza, es decir, a las montañas, los cerros, los ríos, las piedras, las cuevas, los truenos, el fuego y la tierra.

También aparece el cuerpo, el pelo, las uñas, los niños, las mujeres, las placentas, la sangre y los órganos. Los animales, los perros que ladran en la noche al vacío, la mirada de los gatos, la gallinas descabezadas y quemadas, los pumas, los jaguares y distintas aves que se esconden de los seres humanos.

También hay algo más allá, arriba, como las estrellas, el cielo, los planetas, el reflejo de la luz en ciertos objetos, la noche, las estrellas fugaces y el infinito. Se cree en los colores: en el rojo, el negro, el verde y el azul.

Se le asigna un poder sagrado a ciertos objetos, como vasijas, tocados, paños, mantos, huesos, joyas, vasos, jarras, pañuelos, cuchillos y collares. Los altares, las ofrendas, los encargos, las velas, las fotografías en las billeteras, las medallas y los remedios. Y también hay una mixtura barroca, con budas y vírgenes, gatos chinos y flores que se distribuyen indistintamente en espacios domésticos.

Se cree en fantasmas, espíritus, sombras, aparecidos y el poder de los desaparecidos, fuerzas buenas y malas, en el más allá, en los muertos y también en los vivos. Se cree en la brujería, la magia negra, en el mal de ojo, en las cartas, el tarot, la numerología, los imanes, las pócimas, los aceites, el cuarzo, el incienso, los videntes, la energía y los consejos que entregan algunos médiums. Se cree en la astrología, el calendario maya, el estudio de textos antiguos y modernos sobre el más allá, en la metafísica, en que todo pasa por algo.

Hay una amplia mitología en cada país donde se cruzan personajes desde la Patagonia hasta el desierto del norte: el imbunche, la llorona, el yacuruna, la carretanagua, el tunche, el mohan, la patasola, el silbón, la mocuana y el cadejo, entre muchos otros.

Hay gente que se persigna antes de comenzar un viaje en la carretera, que arroja un poco de su brebaje a la tierra antes del primer trago, que expulsa una bocanada al cielo pensando en lo que no se ve. La gente en todos nuestros países pide deseos en los cumpleaños o frente a algún fenómeno que corta la rutina, habla de fe, de esperanza y se desea buena suerte cuando se despide.

La novela de Mariana Enríquez es una buena entrada para toda esta latinoamericanidad. En ella se lee entre líneas un ethos regional que desborda cualquier concepto que uno pudiera asignarle. Su trabajo envuelve la realidad como solo algunas novelas logran hacerlo, o algunos poemas, como cuando Borges declaraba en su poema El Golem que “en las letras de ‘rosa’ está la rosa / y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’”.