El banquete de los eruditos
El banquete de los eruditos es un libro escrito en el siglo III d.C. por el gran retórico egipcio Ateneo. Muy breve: siguiendo, de manera obvia, el estilo filosófico de los Diálogos de Platón, El Banquete de Ateneo relata una bacanal que reunió a gramáticos, filósofos, artistas y juristas que pretendían discutir sobre literatura, política, filosofía, historia, en fin. Eran 29 los convidados y representaban a la porción más conspicua de la sociedad romana de aquel entonces. Según narra, la velada se realizó en la casa de Publio Livio, un influyente patricio de la época y muy cercano a lo que hoy llamaríamos un “asesor”. (A quien se pueda interesar recomiendo, así, a la pasada, la extraordinaria traducción de la filóloga española Lucía Rodríguez-Noriega Guillén –Gredos, 1999– quien ya desde la Introducción da cuenta de aspectos centrales del contexto y contenido de esta obra fabulosa y monumental que, originalmente, se organizó en 15 volúmenes. No pretendo parecer un erudito. No soy un “experto” románico ni menos un avezado helenista, pero sí puedo decir a mi favor que he leído la Introducción a la traducción española, lo que, en ningún caso, es poca cosa).
Lo que me interesa de esta obra es la similitud o los patrones históricos que tienden a su repetición independiente de los siglos, los imperios, los sistemas de gobierno o lo que sea. Al final la discusión sobre “lo importante” y “lo definitivo” invariablemente se hará a modo de cónclave, ya sea en la casa de Pluvio Livio o en el Congreso chileno; ya sean 29 los eruditos invitados o 24 los expertos elegidos por partidos políticos de las más variadas endogamias.
Hay en la historia un cierto canon que nos desliza a constatar que la arquitectura fundamental de un pueblo será herméticamente delimitada por “los que saben”, destituyendo a la soberanía para inocular, a la buena o a la mala, la culta-expertis. El resto, los que sobran, el margen, la plebe inculta, la mayoría iletrada o la chusma sin léxico, es simplemente lanzada a la periferia de las decisiones y considerada solo para intentar darle un brochazo de legitimidad a un barco que ya zarpó, y que será timoneado por algo así como “los sabios de Warnken”. Esta es la tragedia de los pueblos, su reincidente obituario.
Nada nuevo en todo caso. Hablamos de la cápsula oligárquica que tacha, en cada uno de sus desplazamientos calculistas y bien ponderados, a la masa no diplomada; la misma que no es invitada a banquetes exclusivos y que es discrecionalmente condenada al juego de máscaras ofrecido por una democracia plagiada y únicamente fértil para quienes tienen en sus manos el arado del desprecio transformado en procedimiento.
Por esta y otras razones la elección cuoteada de los 24 expertos/as (21 de ellos/as abogados/as, al parecer la profesión madre, la profesión de las profesiones) propuestos/as por el Congreso representa la activación de las tradicionales turbinas de una clase que hace de la política y sus instituciones el perímetro formal para su metabolismo reproductivo. Todo cuadra, toda rima en la partitura general.
Primero, la comunidad instantánea que acorrala a las instituciones a modo de estallido; segundo, la búsqueda de mecanismos, también instantáneos (Asamblea Constituyente), para controlar a la turba y despejar las calles de vándalos y primeras líneas; tercero, el permiso que se otorga para construir un imaginario pseudo-popular invitando a fantasear un país que se armará sobre los fundamentos de un pueblo deliberante y ampliamente representado. Finalmente, la verdad y el tiro de gracia; es decir, la arremetida furiosa y vengativa de los poderes clásicos y fácticos contra aquella intención del roterío por hacerse de su propio porvenir.
Este es un momento post-soberano, encorsetado y atávico. Pasamos de una potencial e inédita deliberación popular (con todas sus pifias, errores, amateurismo, lo que quieran) a una radical captura procedimental del tiempo histórico; tiempo histórico en el que se reunirán, nuevamente y a modo de rito invariable, los archiconocidos magos y mercaderes.
Y harán su magia y venderán sus mercancías, haciendo que todo vuelva a su lugar. Y otra vez seremos testigos de cómo el banquete es a la carta y se lo despachan los mismos; esos que ya calmada su hambre y saciada su sed observarán satisfechos la sempiterna reproducción de su suerte y de su habitus.
Y así…