Qatar 2022: la ausencia del fair play
Nuevamente se echó a rodar la pelota. Una parte del orbe concentra su atención en el evento deportivo con mayor audiencia en el mundo. La cita en Qatar será la más costosa de la historia de este torneo, con una inversión de más de 220 mil millones de dólares, superando los 15 mil millones que costó Brasil 2014.
Desde el origen de la designación de Qatar, como sede en 2010, comenzaron las denuncias por una serie de acciones corruptas que recaían sobre altos dirigentes de la FIFA, entre otros, Joseph Blatter y Michel Platini. Sin embargo, las sombras se extienden también a la explotación laboral, que denuncia la muerte de 6.500 trabajadores en la construcción de estadios y ciudades. Qatar es un Estado con una forma política teocrática dirigida por una familia multimillonaria, donde cualquier semejanza con la democracia es mera coincidencia. Su régimen jurídico, carente de libertades públicas, castiga con penas de cárcel la homosexualidad y concibe un trato denigrante y subyugante hacia las mujeres. Por otra parte, esta lista se engrosa con el descalabro medioambiental en forma de emisiones de CO2 relacionadas con las infraestructuras levantadas en tiempo récord.
En una encuesta realizada en la Universidad Alberto Hurtado, en torno a las implicancias sociales del Mundial de Fútbol de Qatar, el 95% de los encuestados estaban informados de las violaciones sistemáticas a los derechos humanos de diversos grupos (trabajadores, mujeres, diversidad sexual, prensa, etcétera) y señalaban su acuerdo en que estas acciones deben traer consecuencias para sus responsables. No obstante, al preguntar sobre el grado de responsabilidad que asumiría la persona como espectadora para manifestar su malestar con la organización del evento FIFA, sólo un 16% manifiesta claramente que no vería el Mundial porque atenta contra los valores que se dicen promover, atentando contra los derechos humanos. Más del 64% afirma que verá el Mundial, sabiendo lo contradictorio de su postura.
Para la filósofa Iris Marion Young, en sociedades globales que generan “injusticias estructurales” quien posee más poder tiene, por ende, más responsabilidad considerando que aquello no exime al resto de actores asumir la propia. El consumidor final –o espectador de un megaevento de estas características– claramente tiene una cuota de responsabilidad que exige tomar acciones coherentes con ello, que van desde organizarse para manifestar el descontento en diversos lugares, hasta dejar de consumir aquel producto generado sobre la explotación de otras personas.
Cuando se cometen atrocidades en Qatar como aquellas de las que todo el mundo se ha enterado, el juego pierde su esencia. La pelota, esta vez, sí se ha manchado.