Chileno en Qatar 5: Halcones Verdes en el desierto (o sobre el 2-1 contra Messi)

Chileno en Qatar 5: Halcones Verdes en el desierto (o sobre el 2-1 contra Messi)

Por: Giglia Vaccani Venegas | 23.11.2022
Antes de llegar al comienzo del desierto infinito, paramos en un centro de camellos para turistas. Banderas de los países participantes flamean alrededor de las jorobas. También hay halcones. Cómo no acordarse de los Halcones verdes que vencieron a Argentina.

Más allá y, probablemente, más acá de su sentido religioso, el canto que llama a la oración tiene una cadencia embriagadora, de una embriaguez triste, como la que nos llega cuando oímos el viento soplar en el desierto. Un canto que parece reconocer que ese dios está tan en todas partes que termina por no estar en ninguna.

Café de mañana. Dos amigas conversan, se ríen, revisan sus celulares. Una tiene el rostro descubierto; la otra solo los ojos. Al lado tres hombres beben café y agua, apurados, dos llevan puestos el turbante y túnica tradicionales, el tercero viste chaqueta y pantalones. Mi abuelo vino de por estas tierras (un poco más al oeste, es cierto, del Líbano) y tal vez por ello haya algo en el desierto y en los rostros de los hombres y mujeres que a pesar de la extrañeza que la realidad me produce, me hace también sentirme un poco en casa. Mi bisabuelo aún cantaba todas las mañanas en el patio de su casa sus oraciones desoladas en una lengua lejana que poco a poco se fue perdiendo en ese otro desierto en el norte de Chile.

“Hay que ser realistas”, me dice un mexicano cuando le pregunto si van a ganar el mundial. Me dan ganas de agregar, sesentero, entonces, “pidamos lo imposible”, pero solo sonrío y le deseo suerte para el partido con Polonia.

Camino al desierto comienza a jugar Argentina con Arabia Saudita. Vamos en esa dirección. No es una metáfora: la frontera queda solo a cien kilómetros. Assim-Assis me dice que de ahí a Riyad son unas 5 horas en auto. Gol de Argentina. Messi, por supuesto. Decido dejar de revisar el resultado –va a ser una goleada, pienso—y me concentro en el paisaje. Antes de llegar al comienzo del desierto infinito, paramos en un centro de camellos para turistas. Banderas de los países participantes flamean alrededor de las jorobas. También hay halcones. Hace muchos años esa era la manera de cazar. Ahora, por 20 riads (unos cinco mil pesos) uno puede tener uno en su brazo por unos segundos. Tienen sus ojos tapados. Pregunto por qué: se los sacan solamente cuando van de caza.

Y entonces el desierto: es difícil describir la belleza de la inmensidad que se abre ante mis ojos. Las dunas parecen acariciar el cielo rabiosamente azul; la arena se extiende en silencio hacia el más allá. Y está el mar y de nuevo, inevitable, la memoria del norte de Chile viene a mí. Hundo los pies en la arena, corro al mar. Cuando me subo de nuevo al jeep, los Halcones Verdes han ganado 2 a 1 a la Argentina de Messi, en medio del desierto.

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