Elecciones de medio mandato en EEUU: voto con rabia
¿Quién gana y quién pierde en las elecciones de medio mandato en los Estados Unidos? Yo pierdo.
Nos encontramos nuevamente en un escenario repetitivo, elecciones que son como dos gotas de agua, las mismas caras, las mismas sonrisas, eso sí, gotas más turbias, agudizando el enfrentamiento entre un país dividido en dos.
“La democracia está en peligro”, nos dicen, y me aterrorizo. ¿Y si ganan los enemigos de la democracia, como es posible e indican las encuestas, a dónde huyo con mi familia? ¿Veré a los partidarios de la democracia rumbo a las cárceles o al exilio, en esas largas filas de seres con la mirada perdida caminando rumbo a la nada, a chocar con un muro, a caminar en un laberinto sin salida?
¿Está en peligro la democracia en estas elecciones? No. Y es irresponsable, populista, jugar con el miedo, ponernos frente a una alternativa en que el otro partido, el del frente, es el enemigo.
Para mí, el enemigo es otro: son aquellos que en ambos partidos tradicionales (Demócrata y Republicano) se oponen a un cambio, que siguen al servicio de los grandes capitales, que suman sus votos en ambos lados para defender los mezquinos intereses de quienes les compran su sitial en el poder.
Es esa minoría la que pone en peligro la democracia, esa minoría que usa su poder para chantajear e impedir cualquier cambio que toque los intereses de sus patrones puesto que no son legisladores “del, por, y para”; son representantes del gran capital, de esa minoría cuya fortuna, cuya ambición sobrepasa los límites de la decencia, que se aprovecha del dolor, de la miseria, de la guerra, para continuar, avariciosos sin fronteras, aumentando su caudal de riqueza.
Son ellos quienes nos proponen que continuemos votando no pensando en un cambio social, en una mejora de nuestra situación, que votemos por una sociedad más justa, más amable, sino que nuestro voto sea el individual, el de la rabia contenida, el de sálvese quien pueda, el de mis intereses como individuo aislado, el voto por mi bolsillo.
Voto con rabia pensando en los precios en el supermercado, en que tengo que bajar la calidad de mi comida por lo que no me alcanza mientras las cadenas de supermercados se siguen llenando los bolsillos.
Voto con rabia por lo que acabo de llenar el tanque de gasolina y tengo que pensarlo dos veces antes de ir a alguna parte y los magnates del petróleo siguen ganando, escandalosamente ganando.
Voto con rabia por lo que la inflación se acerca al 10% y mis ingresos no aumentan.
Voto con rabia por lo que me tengo que preguntar dos veces antes de ir al médico; ojalá que no tenga nada grave, me digo mientras me paseo entre las estanterías de jarabes y pastillas que, con suerte, aliviarán mis dolores o mi angustia.
Voto con rabia por lo que me prometieron mejorar mi situación y nada cambia, perdón, todo empeora.
Voto con rabia, y la rabia es mala consejera. Pienso en mí y no en los otros y mi voto no es social, me aísla, me vuelve egoísta, me vuelve presa fácil de los vendedores de ilusiones, de los autócratas, de los que quieren que nada cambie, los verdaderos enemigos de la democracia, ese bien tan preciado.
Voto con rabia por lo que me dicen que las elecciones de mañana determinan las presidenciales del futuro y me venden como única salida la candidatura de dos octogenarios, dos que se enfrentan en unas elecciones deja vú con promesas, pero sin cambio, en un lado sin la fuerza necesaria para llevar a cabo el cambio, con los estragos propios de la edad, en el otro, un aprendiz de autócrata, misógino rey Midas de ambición desmedida.
No basta con decir “necesito una mayoría” si en esa mayoría se lleva el caballo de Troya, los enemigos de la democracia, que con su voto impedirán cualquier cambio que tenga un costo para los detentores del capital.
¿Quién pierde? No ellos: pierdo yo.
¿Alguien gana? No yo, no quienes me rodean, no los de abajo, los olvidados, los manipulados, no aquellos a los que nos quieren encasillar: el voto hispano, el voto afroamericano, el voto femenino, el voto masculino, el voto trans, el voto con apellido, y no el voto soberano, el voto con sentido social, el voto del “del, por, y para”.
Una elección se parece a otra hasta que digamos ¡basta! Y si los incrustados en ambos partidos garantes del que nada cambie se aferran a sus puestos, saquémoslos, y abramos el camino a un voto de conciencia y no de rabia para que una elección no sea igual que dos gotas de agua a otra distinta, y ello se llama democracia.