La resurrección teológico-política de Lula da Silva
Haciendo un especial uso teológico, Lula da sus primeras palabras tras la victoria electoral del 30 de octubre. Primero, abre el discurso agradeciendo a Dios por su generosidad y permitirle llegar donde se encuentra, a pesar de su origen, y así ser vocero de la democracia contra toda la maquinaria estatal que ha usado el bolsonarismo –en sus propias palabras, traducidas directamente–. Lo ha denominado como su proceso de resurrección en la política brasilera. Punto a favor, diremos.
El Enemigo ha buscado desde los primeros días de la campaña –ni esta segunda vuelta, ni la primera, sino hace al menos más de un siglo, sino más– justificar teológicamente el rechazo a la(s) izquierda(s), o más simplificadamente, al marxismo y sus derivaciones: en este caso, lo que incluye a Lula y al PT (Partido dos Trabalhadores). No por casualidad, antes del cierre electoral de ayer, se podían ver muchas personas bolsonaristas –al menos por las imágenes de los medios– rezando contra el comunismo. Sí, leíste bien. Rezar contra el comunismo no es una práctica tan novedosa, especialmente, cuando el tradicionalismo y el conservadurismo (católico o protestante) ha tomado fuerza en las coyunturas políticas latinoamericanas.
Y podríamos trazar cierta genealogía, para nuestro contexto, ya desde los dichos de la Virgen de Fátima –allá por 1917, qué inmensa coincidencia–. Desde ahí, que se hacía una clara alusión para enfrentar las prácticas soviéticas, y del marxismo en general, hablando sobre el error de Rusia. No era de esperar que fuera trasladado también como fórmula para nuestro continente. De este modo, encontramos cómo la Sociedade Brasileira de Defesa da Tradição, Família e Propriedade –más conocida como TFP por su tríada de batalla– difundió, entre otras organizaciones, este llamamiento de la Virgen. Así, el mensaje de Nuestra Señora se propagó por muchos países, gracias a la importante difusión que tuvo y tiene la obra de Plinio Corrêa de Oliveira, su principal ideólogo.
Por lo mismo, previa a la primera vuelta en Brasil, el Instituto Plinio Corrêa de Oliveira [IPCO] realizó una convocatoria digital para rezar Aves Marías en defensa de la nación brasilera, contra el (supuesto) ataque del comunismo. Sí, la lógica es casi la misma, si nos apuran: absolutamente la misma. En fin, la imagen ayer difundida por los medios con votantes bolsonaristas, obviamente con vestimentas verde-amarela, bordeando el llanto con la esperanza puesta en que alguien del más-allá les salvara del comunismo –sí, el anti-petismo ha logrado conjugar al PT como comunistas sin más, cosa bastante alejada de la realidad, y similar a lo que han conseguido las derechas chilenas catalogando a Boric y al equipo del gobierno actual como extrema izquierda [sic]–.
Entonces, el llamado de Oliveira a concebir la práctica católica como una militancia de combate (una lucha permanente y gigantesca contra el demonio y sus secuaces) parece mantener vigencia. Y una de las problemáticas de fondo es quién hace de demonio, o bien, de sus secuaces. Bolsonaro, y las derechas en general, parecen tenerlo claro y como hicieron muchos de los papas durante el siglo XX: usan la técnica de teologizar al enemigo político, lo convierten en el mal absoluto.
Por lo mismo, la relevancia del gesto de Lula, quien tras comentar la grave situación de polarización que vive Brasil, dice que tiene “(…) fe en dios, que con la ayuda del pueblo, vamos a encontrar una salida (…)” para restablecer la paz y el diálogo en el país. Además de haber reconsiderado su relación con las iglesias evangélicas durante la campaña y buscar cierta disputa discursiva al interior de las distintas religiones brasileras, campo que estaba prácticamente capturado por el bolsonarismo, al menos, desde la elección presidencial previa. Porque, más allá de la efectividad en términos de resultados, es decir, de quitarle algunos votos –o no–, la importancia es de esa potencial (des)vinculación. En esos posicionamientos y creencias encontraríamos uno de los bloques duros del bolsonarismo, por lo que entrar a disputarle ahí fue/es clave. Lo anterior no quiere decir que olvidemos las otras propuestas y –en ningún caso– sus frentes discursivos más progresistas, sino aprehender el juego.
El bolsonarismo ha intentado construir a todas las izquierdas como la catástrofe. Y creemos que no se puede jugar con las mismas reglas. Esas doctrinas no están contaminadas per se; claramente, no son inmóviles ni tampoco representan necesariamente una doctrina ideológica. Por eso, como muy bien dice Lula: “es necesario reconstruir el alma propia de este país. Recuperar la generosidad, la solidaridad, el respeto a las diferencias y el amor al prójimo”, otro gesto teologizante.
Por ello, mientras no se logre desteologizar la política, al menos está la posibilidad de politizar la teología –no ahondaremos por ahora, sólo queremos recordarlo–. Y el futuro mandatario de Brasil haría un gesto de este segundo orden. En este sentido, Lula nos recuerda: “todos los días de mi vida recuerdo que la mayor enseñanza de Jesucristo ha sido el amor al prójimo”. Y agrega: “la virtud más importante de un buen gobernante será siempre el amor por su país y por su pueblo”.
De esta manera dislocaría, en cierta medida, el riesgo de trascendentalización, volviendo hacia una religión más cercana, más humana. Tal vez por eso, cuando Lula cierra su discurso, nuevamente, retoma los tintes teológicos: “un abrazo grande y que Dios bendiga nuestro camino”. Lula ha ganado, y ahora veremos en qué medida la teología se incorpora o se desvanece de su praxis. Y más aún, qué tipo de teología-política usará, qué arriesgará mediante sus discursos, cuáles serán los esfuerzos por componer su relato, durante este nuevo mandato, para desvanecer la teologización de la política brasilera y su consecuente (bi)polarización que hemos visto durante los últimos años.