Annie Ernaux, Premio Nobel de Literatura, y las ciencias sociales
La obra de Annie Ernaux, ganadora del Premio Nobel de Literatura 2022, ha estado en el centro del análisis en distintos medios culturales por su particular estilo de escritura. Catalogada por gran parte de la crítica como una narrativa esencialmente autobiográfica, la autora se resiste a este encasillamiento, señalando que su obra es mucho más que autobiografía, y entenderla exclusivamente desde este género es caer en un hondo reduccionismo.
A ella le gusta más el calificativo de un “relato autosociobiográfico”, en donde “utiliza sus experiencias para ensamblar un retrato social, casi etnológico”. Desde esta perspectiva, la autora trabaja con su intimidad y con la intimidad de las personas que componen su círculo familiar, pero a su vez sus escritos tienen la capacidad de alcanzar temáticas de corte universal.
En sintonía o no con la definición que hace Ernaux de su trabajo, la escritora francesa se ha posicionado como una de las principales promotoras de la autoficción y de la literatura del yo a partir de mediados de la década del 70. Uno de los aspectos que puede resultar más interesante de esta polémica que se genera entre la artista y una parte de la crítica es que las reflexiones respecto a su obra pueden desbordar a la literatura como campo de batalla y alcanzar el terreno de las ciencias sociales en un nivel epistemológico.
El recorrido literario de Ernaux es diverso, y aborda temáticas que van desde el despertar sexual, relaciones amorosas fallidas, vida cotidiana en la Francia de mitad del siglo XX en adelante, entre otros. Es cierto, la brújula con que explora narrativamente los acontecimientos que le interesan es la mayor parte del tiempo un “yo”, pero no un yo egótico, limitado, destinado a la clausura de su propia subjetividad o de marcos culturales predeterminados, sino, como ella misma lo define, “es un yo transpersonal, no es solo un yo que se refiere a mi persona, es un yo que contiene mucho más que un él, un ella, un ellos”.
Y si uno de los principales dardos que se han lanzado a esta forma de creación artística tiene que ver con que si encaja o no en los cánones tradicionales de la literatura, la tensión con que responde la obra de la autora es mucho más potente: ¿qué es la literatura?, ¿hasta qué punto está permitido que el(la) escritor(a) pueda usar sus propias experiencias para darle forma a los contenidos de su obra? ¿Es posible usar en el campo de la literatura herramientas de las ciencias sociales como la etnografía, la observación participante, la descripción sociológica o el diario de campo?
Respecto a este último, Emmanuel Carrére ha expresado en otro medio de prensa: “Admiro la manera de narrar que Ernaux ha inventado, mezclando autobiografía, historia y sociología”. Y es que a decir verdad esta técnica narrativa, o modo de producción literario, encuentra exponentes de peso en autores como Lucía Berlin o George Perec (por nombrar solo a dos). En cuanto a la escritora norteamericana (Berlin), sus relatos se impregnan de una profunda riqueza descriptiva para mostrarnos las complejidades del mundo doméstico; las tensiones que se originan en los espacios laborales; los quiebres en las relaciones amorosas; problemas de alcoholismo y adicción; las dificultades para encontrar los tiempos para escribir y ser madre a la vez. Todo ese cúmulo de significados narrados desde su especial mirada, pero sin dejar de ser una verdadera antropóloga de sí misma y de las circunstancias que la envuelven.
Por otro lado, y siguiendo con los autores franceses que han llevado a cabo esta forma de escritura, un buen ejemplo es el libro Tentativa de agotar un lugar parisino, de George Perec, que si bien puede leerse como una obra inclasificable, un tipo de escritura experimental, también encontramos en este texto un poderoso ejercicio de etnografía urbana, donde observación, memoria e introspección confluyen para la descripción y exploración de un espacio social determinado. Me arriesgo a decir que este texto de Perec puede haber influido en la escritura del libro Mira las luces del cielo, amor mío, de Annie Ernaux, en donde la autora va registrando a través de escritos, por un lapso temporal de años, sus visitas a un supermercado, develando los aspectos sorprendentes que pueden estar ocultos para la mirada cotidiana de sus visitantes.
La investigación social debería tener en cuenta este Premio Nobel de Literatura y las formas en que una disciplina artística utiliza herramientas consideradas propias de las ciencias humanas con excelentes resultados. A la hora de realizar un ejercicio similar, quienes realizan investigación desde el campo de las ciencias sociales deberían tener en cuenta la potencialidad de ocupar herramientas propias del campo literario para comprender los distintos ámbitos de lo humano.
Creo no estar diciendo nada nuevo, pero que muchas veces se soslaya o se omite por no “cumplir” ni metodológica ni epistemológicamente los cánones de cientificidad exigidos por comunidades académicas. Y cuando me refiero a herramientas del campo literario o de disciplinas artísticas –cine, arte, fotografía, etc.–, no se trata solo de técnicas narrativas o los modos en que se construyen los textos. También tiene que ver con formas de profundizar las observaciones (la literatura es escritura e imaginación, pero utiliza fuertemente la observación y la memoria); las maneras de acercarse a la realidad, de calibrar los aspectos reales de los ficcionados (la investigación social también puede tener ciertos grados de ficción que muchas veces no son depurados adecuadamente en los resultados finales).
En conclusión, no se trata de que ninguna de ambas esferas disciplinares pierda su autonomía ni su sentido; ni que las ciencias sociales se disuelvan en literatura, ni que la literatura se deba transformar en investigación social. Solo se trata de establecer puentes que comuniquen, que este flujo metodológico y epistemológico que puede circular entre ambas, si es bien utilizado, puede enriquecer muchísimo a cada una de ellas.