Comunidades desafían al desierto adaptándose a nuevas condiciones que trae el cambio climático
En medio de un paisaje cada vez más árido, donde el desierto de Atacama —considerado el más seco del mundo— ha ido ganando terreno hacia el sur, un bosque de 100 hectáreas es regado con el agua de la niebla que cosechan los habitantes de la comunidad campesina Peña Blanca.
Son más de 1500 los litros de agua que diariamente capturan 252 metros cuadrados de atrapanieblas instaladas hace 17 años, por los comuneros de Peña Blanca y la Fundación Un Alto en el Desierto, en una colina llamada Cerro Grande.
Gracias al agua que proveen las atrapanieblas, en este lugar de la región de Coquimbo, denominado Reserva Ecológica Cerro Grande, hoy crecen al menos 30 especies nativas de flora, algunas de ellas en peligro, que desafían el avance del desierto producido por el sobreconsumo de agua, la erosión de los suelos y el cambio climático.
Una barrera para el avance del desierto
Según la Corporación Nacional Forestal (CONAF), aproximadamente un 23 % del territorio nacional se encuentra en riesgo de desertificación. Ese término se refiere a la degradación del suelo debido a su erosión y a la pérdida de la vegetación causada por el cambio climático y la actividad humana.
Varios estudios convergen en que la región de Coquimbo es la más afectada por este proceso.
En dicha región, específicamente en el río Copiapó, se estableció históricamente el límite sur del desierto de Atacama. Esa frontera se ha vuelto, sin embargo, cada vez más difusa mientras el desierto se extiende hacia el sur.
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La historia de Peña Blanca es la de una comunidad campesina pujante, “con mucho trabajo y un crecimiento económico importante”, recuerda Daniel Rojas, oriundo de ese lugar y hasta el año pasado presidente de la comunidad campesina. Hoy, nada queda allí de esa bonanza.
Fundación Un Alto en el Desierto.
Durante décadas, hasta los años 80, en las tierras de Peña Blanca se cultivó trigo. “Más del 50 % de la superficie de la comunidad que tiene 3500 hectáreas aproximadamente era lo que se cultivaba con trigo”, cuenta Rojas, quien es también el presidente de la fundación Un Alto en el Desierto que busca construir obras que funcionen como una barrera para detener el avance del desierto hacia el sur.
“Las máquinas de trigo necesitaban sacar la vegetación e incluso las piedras para poder pasar las trilladoras, que son las máquinas que permiten el cultivo de trigo, con lo cual toda la zona quedó erosionada”, explica el geógrafo Nicolás Schneider, director de la fundación.
Además, cada vez empezó a llover menos, dice Rojas y agrega que sumado a todo eso, tras la firma de tratados de libre comercio, Chile comenzó a importar trigo que “tenía precios con los que fue imposible competir”.
Fue así que para el año 2000 la realidad de Peña Blanca había cambiado drásticamente. “Sin cultivos, con una gran disminución de animales, sin agua, es difícil poder mantenerse en el campo”, dice Rojas, así es que la población en edad de trabajar abandonó el pueblo.
Actualmente, la gran mayoría de los habitantes de Peña Blanca son adultos mayores que se dedican, con dificultad debido a la escasez de agua y por lo tanto de forraje, a la crianza de ovejas. A pesar del panorama, poco a poco la comunidad ha logrado adaptarse a su realidad, inventar maneras de obtener agua y generar nuevos ingresos para poder continuar viviendo en su territorio.
Foto: Fundación Un Alto en el Desierto.
Schneider recuerda que en el 2005, cuando Un Alto en el Desierto comenzó a trabajar junto a la comunidad, Peña Blanca “estaba en un estado casi terminal en cuanto a sus actividades económicas”. Rojas, para ese entonces, ya venía planteando la necesidad de adaptarse. “Teníamos que mirar hacia otro objetivo, plantearnos otra forma de trabajo porque no podíamos mantenernos con lo que veníamos haciendo anteriormente”.
Ese mismo año ocurrió un evento que cambiaría el destino de la comunidad. Alumnos de la escuela, profesores, apoderados, vecinos y dirigentes hicieron un paseo al único lugar dentro del territorio de Peña Blanca donde todavía era posible encontrar vegetación. Fue entonces que nació el deseo de proteger aquel lugar llamado Cerro Grande y lo primero que hicieron fue cercar la zona para impedir que entraran las ovejas y otros animales de crianza que pudieran alimentarse de las pocas plantas que habían.
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Al mismo tiempo, “nos dimos cuenta de la gran cantidad de niebla que había ahí (en Cerro Grande) y empezamos junto a la comunidad a desarrollar un estudio de niebla”, cuenta Schneider. Los resultados superaron las expectativas cuando comprobaron que un metro cuadrado de atrapaniebla podía darles hasta 2000 litros de agua al año.
Hoy, los 252 metros cuadrados instalados en lo que actualmente es la Reserva Ecológica Cerro Grande producen unos 500 mil litros de agua al año que son utilizados para regar la vegetación que crece naturalmente en el área protegida y también los árboles que son parte de proyectos de reforestación con especies nativas dentro del área.
Foto: Fundación Un Alto en el Desierto.
“Hoy día a simple vista cualquier persona que haya conocido el lugar hace 17 o 20 años atrás puede ver que la recuperación es notable”, dice Rojas. “El aumento en el tamaño de los arbustos, en la cantidad de nuevas plantas y en la presencia de fauna es evidente”, asegura.
Según precisa Schneider, las evaluaciones realizadas por CONAF dan cuenta de la presencia de al menos 30 especies vegetales entre nativas y endémicas siendo el papayo silvestre (Vasconcellea chilensis), Vulnerable según el inventario nacional de especies de Chile, una de las principales. La reserva también ha permitido la regeneración del Vautro (Baccharis concava), arbusto nativo que crece en terrenos degradados permitiendo el desarrollo de otras especies vegetales ya que mejora la calidad del suelo, proporciona sombra y sus hojas funcionan como un atrapaniebla natural.
El aumento de la vegetación ha permitido, a su vez, la llegada de fauna. Actualmente se encuentran más de 30 especies de aves, muchas de ellas migratorias —entre las que destaca el cóndor—, además de cuatro especies de mamíferos y cuatro de reptiles.
“Hemos regenerado toda una zona”, asegura Schneider, lo que constituye un importante logro en el objetivo de la fundación.
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Otros usos de la niebla y reciclaje de agua
El agua de niebla recolectada en la reserva ha permitido también saciar la sed de los animales. “Se lleva el agua por tuberías dos o tres kilómetros cerro abajo hasta unos bebederos”, explica Rojas. Incluso, en las épocas más críticas de sequía, el agua de niebla también ha permitido que algunos comuneros, sobre todo aquellos que reciben agua por medio de camiones cisterna, puedan tener un mejor acceso al recurso para ciertas labores domésticas como el lavado de la ropa, de la loza o el aseo de los baños, mas no para el consumo, precisa el geógrafo, puesto que por ahora el agua de niebla no está potabilizada.
Esto último, sin embargo, es algo que los habitantes de Peña Blanca también están intentando mejorar.
La comunidad ya creó un emprendimiento en el que elaboran una cerveza artesanal utilizando agua de niebla y actualmente se encuentran desarrollando otro proyecto para embotellar agua de niebla, el que esperan se concrete antes de fin de año. “Si llegamos a concretar el proyecto del envasado vamos a poder entregar a los comuneros agua de buena calidad para el consumo”, dice Rojas.
Foto: Fundación Un Alto en el Desierto.
Todos estos proyectos les han permitido a los habitantes de Peña Blanca construir poco a poco nuevas y diversificadas fuentes de ingreso, para mejorar su calidad de vida y mantenerse en el territorio, pese a las condiciones climáticas actuales.
El establecimiento de la planta elaboradora de cerveza, por ejemplo, generó puestos de trabajo para los comuneros y la reserva les ha permitido crear un polo de turismo que incluye una visita a la comunidad donde se realizan ferias costumbristas y gastronómicas, donde las mujeres emprendedoras pueden vender sus productos. “El que podamos tener un centro que pueda ser visitado por turistas ha ido generando que lleguen más recursos a la comunidad y eso ayuda a los comuneros a generar una mejor calidad de vida. Lo hemos ido logrando de a poco”, asegura Rojas.
En 2017, además, Un Alto en el Desierto empezó a reciclar las aguas grises provenientes de lavamanos, lavadoras y duchas en ocho localidades de Coquimbo, incluyendo Peña Blanca.
“Con este método podemos reciclar hasta el 75 % de lo que ocupa una casa mensualmente”, asegura Schneider. El agua recuperada bajo este sistema es utilizada para el riego de frutales y plantas ornamentales por lo que ahora es posible mantener los árboles y los pequeños huertos que las personas habían dejado morir por falta de agua, asegura Rojas.
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Menos teoría más acciones
Dos horas al sureste de Peña Blanca, en Combarbalá, la última comuna de la región de Coquimbo, los criadores de cabras también han ideado maneras ingeniosas para desafiar la sequía.
A partir del 2017 varios proyectos llegaron a la zona de la mano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), del Banco Mundial y del Fondo Mundial para el Medio Ambiente (GEF, por sus siglas en inglés) con el fin de establecer proyectos pilotos de adaptación al cambio climático que permitieran captar y almacenar agua.
El problema, dice Leticia Ramírez, presidenta del Consejo Regional Campesino de Coquimbo, es que al ser proyectos pilotos no había una continuidad en su aplicación. A través de la mesa de desarrollo rural, los campesinos —representados por Ramírez— lograron que eso cambiara. “Nos costó harto, pero fuimos capaces de convencer a la institucionalidad de que no podíamos vivir eternamente ensayando, haciendo pilotos y que después todo quedara ahí tirado, que tenía que ser permanente”, cuenta.
Foto: Fundación Un Alto en el Desierto.
Fue así como se instalaron en cuatro comunas de Coquimbo diversos sistemas que tienen por finalidad almacenar el agua de lluvia para su mejor aprovechamiento. “El cambio climático para esta zona del planeta significa una menor cantidad de precipitación y mayor calor”, dice Schneider, pero precisa que, al mismo tiempo, también implica que “cuando hay precipitación esta cae de manera mucho más concentrada, lo cual trae otros problemas porque el suelo no alcanza a absorber el agua y se termina haciendo el círculo vicioso de la desertificación”, explica el experto.
Uno de los sistemas instalados para evitar la erosión y aprovechar el agua caída son los Limanes. Se trata de una pequeña pared de piedras construida en forma de semicírculo que retiene el agua que escurre por una pendiente. Detrás del semicírculo se siembran diferentes especies arbóreas que sirven como forraje para el ganado caprino y que son regadas con el agua que se filtra gradualmente por la pared de piedra. “Es una forma de ayudarle a la naturaleza a que infiltre el agua y a su vez mantenga las especies que siempre hubo allí y que son necesarias para la permanencia de los humanos en estos territorios”, explica Ramírez.
Foto: Uno de los limanes construidos en la zona.
Así mismo, la instalación de gaviones es otro de los sistemas que le permite a los criadores de cabras retener agua. Se trata de cubos de malla rellenos con pequeñas piedras que se instalan en diferentes niveles de una quebrada. “Como con el cambio climático llueve con mucha violencia y el agua arrastra todo a su paso”, dice Ramírez, las piedras de gavión retienen la mayor cantidad de tierra y lodo, pero dejan pasar el agua.
Este invierno, con la lluvia caída después de 13 años de sequía, los sistemas instalados pudieron ponerse a prueba mejor que nunca y demostraron, además, un uso que hasta ahora no había sido considerado. “Donde no se han instalado estas obras, los pueblos quedaron aislados porque la masa de tierra, barro y piedras se fue sobre los caminos”, cuenta Ramírez. En cambio, donde sí se han aplicado estos sistemas de retención de agua, las vías de acceso no fueron afectadas.
Todas estas instalaciones, sin embargo, fueron realizadas con recursos asignados por dos años, precisa la presidenta del Consejo Regional Campesino. “Todavía no logramos que sean parte de una política pública permanente”, agrega.
“El avance del desierto algunos dicen que avanza un metro al año, otros dicen que es una cancha de fútbol al año, pero no hay una política pública seria y masiva en cuanto a realizar obras”, critica Schneider. “Basta de diagnósticos, tenemos que hacer obras concretas”, dice.
Las pruebas están a la vista. “Los atrapanieblas quizás no es la solución al 100 %”, asegura Rojas, “pero sí puede ayudar de forma significativa a tener una cantidad de agua importante sobre todo en estos lugares donde cada día escasea más”, concluye.