Científicos aseguran que degradación del área protegida fiordo Comau es preocupante
Los fiordos Comau, Reñihue y Reloncaví, ubicados en la región de Los Lagos, en el sur de Chile, son laboratorios naturales únicos en el mundo. Diversas especies de crustáceos, cangrejos, anémonas, pepinos de mar, poliquetos y corales habitan en estos cuerpos de agua; estrechas entradas de mar que los glaciares dejaron durante su erosión y que siguen alimentando el ecosistema del mar patagónico.
La Patagonia chilena está conformada por los fiordos del sur, del centro y norte. A pesar de ser hermanos, “poseen especies con características muy diferentes”, asegura Vreni Häussermann, bióloga germano-chilena y exploradora marina que estudia el fiordo Comau, desde hace más de dos décadas.
Vreni Häussermann navega en los fiordos de la Patagonia. Foto: Foto: @Rolex/Ambroise Tézenas.
Por ejemplo, los fiordos Reñihue y Comau son los únicos lugares en el mundo donde es posible encontrar en abundancia y a nivel superficial, el coral de aguas frías llamado Desmophyllum dianthus. Pero es sobre todo en el fiordo Comau donde esta especie se congrega trabajando como bioingeniera en la construcción de refugios tridimensionales que son utilizados como hábitat por otras especies. Esta es, de hecho, una de las razones por las que el fiordo Comau fue declarado en 2003 una Área Marina Costera Protegida de Múltiples Usos (AMCP-MU).
A pesar de su importancia, el fiordo Comau se encuentra “muy degradado”, asegura Häussermann, debido a los impactos de las concesiones salmoneras que se encuentran en su interior y a los efectos del avance del cambio climático.
En un intento por detener la degradación del fiordo, nace la necesidad urgente de “realizar investigaciones de las especies que habitan Comau”, dice la bióloga y es esto precisamente lo que realizó junto con un grupo de científicos este año.
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Nueva información para la ciencia
En 1998 Häussermann y el biólogo Günter Försterra, investigadores principales del estudio, fueron los primeros en descubrir bancos de corales Desmophyllum dianthus en el fiordo Reloncaví, en la Patagonia norte.
Bautizaron a la especie como coral de los fiordos y posteriormente, en 2003, descubrieron bancos de ellos buceando en las aguas someras del Comau.
Ese registro no es común. La especie habita en otras latitudes del mundo, pero lo hace a más de seis mil metros de profundidad. En Chile, en cambio, el coral de los fiordos se localiza a tan solo cinco metros bajo el agua. Incluso “se pueden tomar los ejemplares buceando”, dice Ignacia Acevedo-Romo, bióloga marina y asistente de investigación del estudio. Dada esa accesibilidad que entrega el Comau, Häussermann no dudó en investigar a la especie.
Foto: Equipo de investigadores del Desmophyllum dianthus.
En marzo de este año, Acevedo-Romo junto a Ana Navarro Campony, científica que colabora en la investigación, viajaron hasta el AMCP-MU fiordo Comau con la misión de bucear en las gélidas aguas de la Patagonia chilena en busca de ejemplares para estudiar cómo y cuándo se reproduce el coral de los fiordos.
Ubicadas en el punto estratégico escogido para realizar la misión, se unieron a la hazaña integrantes de la Fundación Huinay, quienes colaboraron en el proceso. El resultado fue la recolección de 50 ejemplares, los que fueron puestos en bolsas de acuario con agua de mar y oxígeno para ser transportados en cajas herméticas y aisladas para mantener la temperatura.
Los corales fueron luego puestos en acuarios en un sistema semi cerrado de flujo de agua de mar conectado a un enfriador para mantener la temperatura entre los 10 y 11°C y asemejar así, lo más posible las condiciones de su ambiente natural.
Foto: Equipo de investigadores del Desmophyllum dianthus.
Debido a que no es posible determinar el sexo de los individuos previo a los eventos de desove, Acevedo-Romo cuenta que “se dispusieron entre cinco y seis individuos al azar por cada acuario”, con la esperanza de aumentar las posibilidades de tener machos y hembras en un mismo tanque.
Durante un período de aproximadamente seis semanas, los corales fueron monitoreados a diario y alimentados con zoo y fitoplancton. Pasado ese tiempo, las investigadoras comenzaron a observar características que les indicaba que estaban a punto de desovar. “Los corales se inflan con agua, lo que indica que ya están cerca de poner huevos”, dice la investigadora.
En dichos eventos de desove se lograron identificar siete machos y cinco hembras, todo un éxito para el equipo de investigación a cargo.
Desove coral de los fiordos. Video: Equipo de investigación del estudio.
Además, se pudo “determinar las horas en las que el huevo comienza su división, cuándo se transforma en blástula y en qué momento comienza a ser una larva móvil”, explica Acevedo-Romo. Es decir, se logró saber cómo y cuándo se reproduce la especie.
Ese ciclo se desconocía, solo existía un registro anterior de la estacionalidad de desove del coral realizado por la doctora en Ciencias del Mar de la Universidad de Maine en Estados Unidos, Rhian Waller.
Aquel estudio estableció que la especie desova en aguas poco profundas y que lo hace durante agosto, en medio del invierno austral, cuando las aguas están en su temperatura más fría. Sin embargo, no logró establecer otros pasos fundamentales en el proceso de reproducción, como la fertilización y el desarrollo larval. En ese sentido, los datos arrojados por esta última investigación, en la que Waller fue invitada a colaborar, son un gran éxito para todo el equipo científico y para la ciencia.
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Los corales bioingenieros de Comau
Los bancos de corales formados por el Desmophyllum dianthus son también denominados bosques de animales marinos, porque “es como un bosque en la tierra”, explica Häussermann.
Estos bosques de animales marinos cumplen el rol de frenar las corrientes oceánicas. Försterra explica que en la medida en que el fondo del mar es un suelo liso, sin obstáculos, las corrientes adquieren mayor velocidad porque no hay nada que actúe como barrera. En cambio, los corales forman una estructura tridimensional que funciona como refugio contra las corrientes y que es utilizada como hábitat por pequeños crustáceos y cangrejos.
Bajo estas propiedades es que el coral de los fiordos fue escogido como parte de los objetos de conservación en el plan de manejo del área protegida, pues es definido como una “especie formadora de hábitat submareal”, afirma Gustavo Aedo, biólogo marino e integrante de la consultora Recursos Naturales y Gestión Ambiental (GEAM), a cargo de la elaboración del plan de manejo del AMCP-MU Fiordo Comau.
Foto: Equipo de investigadores del Desmophyllum dianthus.
Además, según la Clasificación de Especies del Ministerio del Medio Ambiente (MMA), el coral de los fiordos se encuentra en categoría Casi Amenazada debido, principalmente, al cambio climático y los efectos antropogénicos, es decir, aquellos producidos por la acción humana por lo que protegerlo es urgente.
Según Aedo, la información colectada durante varios años por Häussermann y Försterra permitió reconocer la relevancia del coral de los fiordos. “Muchas de las especies [que habitan en Comau] son endémicas [es decir, que no habitan en ningún otro lugar del mundo] y tienen una distribución muy acotada al interior de los fiordos de la Patagonia”, asegura el investigador del GEAM. Es por esa razón, señala, que “pueden decir mucho sobre el estado de conservación de los ambientes donde habitan”.
Las amenazas que enfrentan los corales de Comau
Hoy, después de más de mil inmersiones y más de 1900 especies identificadas, la científica germano-chilena asume que la degradación del AMCP-MU fiordo Comau es preocupante.
En 2012, Häussermann y otros investigadores registraron una masiva mortandad de corales en el área. El evento fue rápido. “Una semana estaban bien y a la siguiente estaba todo muerto”, recuerda la científica.
Tras hacer experimentos, los científicos demostraron que la mortandad se debió a una combinación de factores: una elevada actividad volcánica sumada a la actividad salmonera.
Según una investigación de Mongabay Latam, que mapeó las concesiones salmoneras al interior de áreas protegidas, cinco concesiones para la crianza de salmones se ubican dentro del fiordo Comau las que, según precisa Häussermann, existían antes de que se declarara el área protegida.
Numerosas investigaciones científicas han demostrado que uno de los mayores problemas de la salmonicultura ocurre cuando se acaba el oxígeno en el agua y, como consecuencia, muere la vida bajo el mar, en un fenómeno conocido como hipoxia.
Pradera submarina. Foto: @Vreni Häussermann & Günter Försterra.
Esto ocurre cuando bajo las balsas-jaulas donde se crían los salmones, se acumulan sus heces y el alimento que no alcanzan a devorar. Tanto heces como alimento son nutrientes y cuando se concentran en gran cantidad se genera una floración de microalgas. Estas algas crecen y viven apenas una semana, pero al morir caen al fondo marino donde son consumidas por bacterias que gastan el oxígeno del agua produciéndose la hipoxia.
Sumado a esta amenaza, el año en que murieron masivamente los corales estuvo marcado por una elevada actividad volcánica, lo que provocó que hubiera más metano y sulfuro en el agua. Para ese entonces, la ciencia ya había demostrado que algunos invertebrados sufren más de hipoxia si están bajo la influencia de estos dos compuestos, asegura Häussermann y eso fue, justamente, lo que ocurrió en el fiordo Comau.
Según los resultados del estudio, lo que mató a los corales de los fiordos de Comau fue “un exceso de metano y sulfuro, producto de una actividad volcánica natural, combinada con una hipoxia, la que muy probablemente provenga de la actividad salmonera”, señala la experta.
En enero de 2020, el Instituto del Centro Interdisciplinario para la Investigación Acuícola (INCAR) presentó una propuesta con los aportes de más de 30 científicos, quienes hicieron un fuerte llamado a los reguladores de la industria acuícola a actualizar y mejorar la forma en que se monitorea y estima el impacto ambiental de este sector productivo en constante crecimiento.
Foto: Equipo de investigadores del Desmophyllum dianthus.
Doris Soto, doctora en Ecología e investigadora principal del INCAR, recalca que desafortunadamente, dado que no existen fiordos sin salmonicultura en la región de Los Lagos (lugar donde se encuentra el fiordo Comau), “no es posible comparar potenciales impactos en relación con un ecosistema no afectado”. Es por eso que “la propuesta [presentada por el centro de investigación] plantea establecer fiordos sin salmonicultura que puedan servir de referencia y control para evaluar impactos a nivel de ecosistemas”, explica Soto. Uno de estos fiordos sería el Comau lo que implicaría retirar las concesiones que existen en él y esperar a que el ecosistema se recupere por completo.
Felipe Paredes, coordinador de Áreas Protegidas del Ministerio de Medio Ambiente, comenta en conversación con Mongabay Latam que se espera aprobar el Plan de Manejo del AMCP-MU fiordo Comau a fines del año 2022 y luego “definir acciones prioritarias para su implementación”.
Consultado por si existe alguna estrategia a corto o mediano plazo para reubicar a las concesiones de salmones que se encuentran al interior del área protegida, Paredes sostiene que, dado que “la salmonicultura ha sido identificada como una actividad que afecta a los objetos de conservación del área marina protegida (…), de alguna manera se debe buscar tener a los centros de cultivo lo más alejados del fiordo”. Desde el punto de vista legal, sin embargo, la decisión de sacar o no las concesiones del fiordo recaerá en la Subsecretaría de Pesca.