El libro de Baradit
Es probable que, en el mediano plazo, el libro La Constituyente del ex convencional Jorge Baradit, dedicado a relatar la intimidad de lo que fue la convivencia y dinámica de la Convención Constitucional, sea más leído que el mismísimo texto de la recién rechazada propuesta constitucional, mamotreto que, a estas alturas, pasará a ocupar un lugar privilegiado en las páginas de la historia de la república chilena del siglo XXI (desde un capítulo que de seguro será denominado como La Constitución fallida). No es casualidad que sea Baradit, un diseñador que se dedica con éxito a escribir la historia de Chile (como si se tratara de un guion de Los Simpson), publique un libro sobre la Convención recién ocurrido el triunfo del Rechazo, y lo haga revelando episodios frívolos y privados que involucran a sus ex colegas convencionales.
Hay políticos y ex colegas que critican a Baradit por romper el “código de camarín”, pero lo cierto es que Baradit nunca tuvo un camarín definido: su aterrizaje en la Convención lo hizo con el cupo que le concedió el Partido Socialista, pero al poco tiempo terminó acurrucado en la bancada del Frente Amplio.
Hay historiadores que critican a Baradit por pretender hacer, recién a una semana de rechazada la propuesta de nueva Constitución, una reflexión sobre los sentidos, los hechos y las acciones de la Convención, algo que la disciplina de la historia suele hacer en el largo plazo y que es hincar los talones en el pasado, para luego empinarse hacia el futuro. Pero lo cierto es que los libros de Baradit son novelas que no necesariamente cumplen el papel público e intelectual que debe cumplir la historia, pues el empleo puramente instrumental de la reflexión histórica, así sea para motivar a los jóvenes a leer en entretenido, o a los profesores a ganar puntos de aprobación entre el alumnado (uno de los males de este tiempo es la alarmante similitud de conducta entre alumnos y maestros), no es lo mismo que pensar críticamente el pasado para, de esa forma, inmunizar a las nuevas generaciones de todo determinismo.
Pero hay algo que la novela de Baradit aportará para la reflexión política y que de seguro servirá como lección para la continuidad del proceso constituyente. Cuando la democracia se ejercita de manera directa y a gran escala (como ocurrió con la Convención y sus anhelos refundacionales), la diversidad de los participantes y la complejidad de los asuntos públicos la transforman en un verdadero sorteo de resultados impredecibles o, lo que es peor, en una artimaña para que los liderazgos emotivos manejen estas instancias.
La novela de Baradit enseña que la dinámica de asamblea, inyectada con anhelos de democracia directa, estropea la dimensión deliberativa de la democracia, caracterizada por el diálogo y la reflexión racional. Los episodios relatados en este libro, que bien pudiera inspirar a algún cineasta para llevarlo a formato de serie, develan que la Convención Constitucional estuvo repleta de mensajeros de las opiniones mayoritarias de asambleas de nicho (animalistas, activistas ambientales, facciones de pueblos originarios, feministas, operadores de alcaldes, novelistas) que fueron deteriorando el debate racional y generando, desde la incapacidad de negociación y acuerdos, que un puñado de demandas justas se pegaran contra una pared de realidad cultural.
Hace unos meses el filósofo español Fernando Savater, refiriéndose a las constantes performances ofrecidas por algunos convencionales chilenos, llegó a decir que “en todas partes había chiflados; pero no en todos los sitios escribían la Constitución”. Es lo que también viene a confirmar la novela escrita por el ex convencional Jorge Baradit, donde se ratifica que no necesariamente fue lo que decía el texto lo que rechazó un 61,87% de los votantes (convirtiéndose Chile en el primer país del mundo en rechazar una nueva Constitución redactada por una Asamblea o Convención elegida democráticamente), sino que el comportamiento de quienes lo escribieron.