De la conversación ciudadana al voto, ¿o viceversa?

De la conversación ciudadana al voto, ¿o viceversa?

Por: Rodrigo Araya | 03.08.2022
El periodismo en Chile da menos luces de proyectar el cambio que se avecina, y de cómo aportar en una democracia que tendrá cada vez más ciudadanos disconformes con sólo ser espectadores. El desafío es pasar de ser mediador entre Estado y ciudadanía a ser un alentador de conversaciones ciudadanas, que es donde se logran los acuerdos que ayudan a disminuir el número de indecisos.

Con el nombre de 100 Indecisos, Mega decidió crear un programa para contribuir al voto informado del plebiscito de salida que tendrá lugar el próximo 4 de septiembre. Cada jueves, se reúnen un conductor, tres periodistas y cuatro invitados (dos que están por el Apruebo y dos que están por el Rechazo) para debatir sobre un tema específico del proyecto de Constitución que emanó de la Convención Constitucional. Y como juez del debate, se convoca a 100 indecisos: algunos están presentes en el estudio desde el que se transmite el programa, y el resto conectados telemáticamente para seguir la conversación.

Finalizado el programa, los y las indecisas deben expresar si modificaron su intención de voto luego de escuchar los argumentos de uno y otro sector.

La apuesta es, entonces, que el programa ayuda, fundamental aunque no exclusivamente, a los indecisos a tomar decisión.

Tan así que en el comunicado en que el canal dio a conocer el nuevo programa (comunicado que fue reproducido por diversos sitios digitales), el director de prensa de Mega, Gianfranco Dazzarola, lo presentó así: “Este es un programa único en su tipo, porque pone a la ciudadanía en un rol protagónico. Primero, el debate por capítulo estará centrado en los temas que más importan a los chilenos y que son abordados en la propuesta constitucional. La puesta en escena también los tendrá al centro, con chilenos de norte a sur presentes en estudio y por zoom y abriendo los debates con sus dudas, y votando”.

El programa de Mega, como buen programa que se precie, ha recibido una serie de críticas. La principal, por la alianza con Cadem, empresa de investigación de mercado (según declara en su sitio web), la que se encarga de identificar a los 100 indecisos. Ya que las encuestadoras en Chile no gozan de alta popularidad, esta se traspasa al programa, dejando así un flanco abierto. Y este, en vez de cerrarse, se abrió un poco más pues se descubrió que algunos indecisos iban a más de un programa. La respuesta del canal (se repiten quienes siguen indecisos) no logró cerrarlo.

Esta larga introducción me sirve para señalar que este programa, con o sin intencionalidad de sus creadores y participantes, es una muestra de la crisis institucional que vive el país, crisis que explica el proceso constituyente.

La fundamentación de 100 indecisos me parece evidente: los y las ciudadanas toman su decisión de voto escuchando a los líderes que representan las opciones que se presentarán en una elección o, en este caso, en una votación. Y, por lo tanto, el periodismo cumple con su deber democrático sirviendo de mediador entre las élites y la ciudadanía. Esta hipótesis permite solicitar a los indecisos que se pronuncien al término del programa.

Esto no resulta sorpresivo en un país en que la práctica predominante del periodismo tiene, entre otros, dos sustentos legitimadores. Uno, que la mediación que el periodismo hace entre el Estado u otras élites (por ejemplo, académicas, económicas, artísticas) es inevitable e insustituible. Y dos (complementaria de la anterior), que la ciudadanía, al estar tan ocupada en sus asuntos privados, es fundamentalmente espectadora y aclamadora de los verdaderos actores públicos, que son aquellos con los que el periodismo tiene relación directa.

Comprendida así, a la ciudadanía se le desprende del componente más propio de ella: la relación entre ciudadanos y ciudadanas. Sin este vínculo entre-ciudadanos/as, lo que resulta es una suerte de clientes que miran al Estado como un proveedor de bienes y servicios que el Mercado no quiere o no puede proveer. Sin este vínculo, se profundiza un modelo de democracia de electores, sin pasar a uno de ciudadanos, como bellamente se titula un informe del PNUD (2004).

La conversación ciudadana, que debiera fortalecer la politización de una sociedad, no es considerada como factor para que los indecisos, estos 100 o muchos más, confirmen o modifiquen su intención de voto. Esto, a pesar der que los estudios de comunicación política han mostrado que la influencia personal es más significativa que la de los medios en el voto.

En estos tiempos de campaña, hemos vuelto a ver el predominio de la práctica periodística que fue puesta en cuestión en 2019, año en que periodistas salieron a reportear sin el logo de su medio en el micrófono, por temor a las represalias.  A veces verbales, a veces físicas.

El periodismo comenzó a ser visto como parte del problema, no de la solución. Qué diferente a lo que ocurría en desastres naturales, cuando la llegada de equipos periodísticos era considerada como el inicio de la solución de los problemas que la lluvia excesiva o el terremoto habían provocado. Ser visibilizado por los medios implicaba un aumento exponencial de la probabilidad de ser socorrido por el Estado. Así ganaba el Estado (mantenía su lugar hegemónico), el periodismo (legitimaba su posición mediadora Estado-Ciudadanía), y los ciudadanos: obtenían velozmente lo que requerían del Estado.

Obviamente que, en un clima de protesta ciudadana contra el orden institucional, como fue en 2019, este modelo periodístico que refuerza el clientelismo no iba a ser bienvenido. No en vano, la práctica predominante del periodismo en Chile tampoco lo vio venir.

Los dos años de pandemia sirvieron como un bálsamo para que esta práctica periodística se recuperara de sus heridas. El confinamiento impidió que se consolidaran las redes ciudadanas construidas en 2019, y el Estado volvió a tomar el monopolio de lo público, pues se necesitaba un liderazgo claro para enfrentar la emergencia de salud pública. Y así, el periodismo volvió a ser considerado como un mediador indispensable e inevitable.

Cual Verano de San Juan, esta etapa fue breve, pues ahora nuevamente la práctica predominante del periodismo en Chile recibe críticas: “para hacer esas preguntas estudian cinco años”; “por qué acuden a los mismos de siempre”; “por qué dedican tanto tiempo a cuestiones sin valor público”…

De ser aprobada la nueva Constitución, la institucionalidad en Chile combinará elementos de Democracia Participativa con otros de Democracia Directa, como lo ha señalado Agustín Squella. Los plebiscitos o la iniciativa popular de ley son dos ejemplos de esto último.

Hay una élite que perderá el monopolio de lo público, y comenzarán a surgir otras voces, sobre todo en lo local, que demandarán otras formas de construir la polis. Hay partidos que ya lo han entendido, y que perciben que si no se vinculan con movimientos sociales perderán sentido en la vida política.

El periodismo que se práctica en Chile da menos luces de proyectar el cambio que se avecina, y de cómo aportar en una democracia que tendrá cada vez más ciudadanos disconformes con sólo ser espectadores. El desafío es simple de sintetizar, pero difícil de ejecutar: ser mediador entre Estado y ciudadanía a ser un alentador de conversaciones ciudadanas, que es donde se logran los acuerdos que ayudan a disminuir el número de indecisos.