Chile ya aprobó, y ahora vuelve a hacerlo
El mundo democrático ha visto con satisfacción cómo Chile movilizado abrió paso a un proceso constituyente, que culminará con el plebiscito de salida el 4 de septiembre, el mismo día en que hace 49 años otro mundo quedó embelesado con la posibilidad de construir la vía chilena hacia el socialismo con Salvador Allende.
Como sabemos de sobra, el camino hacia una nueva Constitución no fue nada fácil; fuimos millones en las calles, enfrentando declaraciones de guerra, atropellos a los derechos humanos y campañas del terror. No querían llamarle Asamblea Constituyente, tampoco querían que la sola mayoría fuese la que aprobara democráticamente las normas de la nueva Constitución. Impusieron el nombre Convención Constitucional y los 2/3 como quorum para aprobar normas. Se opusieron a la paridad y los escaños reservados a los pueblos originarios, y hubo que plebiscitar si la asamblea era soberana completamente o se debía componer de convencionales electos y parlamentarios. Hoy, casi culminado el proceso, se apresuran a rechazar lo obrado democráticamente por la Convención.
El descrédito de este proceso democrático no sorprende cuando viene de quienes lo tienen todo y cada día quieren más. Suponen en peligro sus privilegios y los defienden a como dé lugar, usando y abusando de su imperio mediático, económico y cultural, e incluso echando mano de sus relaciones internacionales para que la ultraderecha y la nobleza europea abra los ojos del pueblo chileno, nada más neocolonial.
Pero también la actitud reaccionaria viene de quienes dicen haber votado Apruebo para la Convención pero que rechazan su trabajo, se cuelgan de otrora militancia de izquierda e incluso de “haber luchado contra la dictadura” pensando en dar más peso a su rechazo a la propuesta de nueva Constitución. Ya la habían rechazado en el proceso; seguramente el ser de izquierda fue un pecado de juventud, pero ya sentaron cabeza: son los que según Galeano se aproximan al poder como un violín, lo toman con la izquierda, pero lo tocan con la derecha.
Hay quien anunció tomar palco y otros que la Convención pretende la “destrucción de las instituciones democráticas y de la soberanía popular”, todo ello por la propuesta de sustitución del Senado. No critican directamente a la Convención, sino golpean reiteradamente a mansalva al ministro Giorgio Jackson como responsable de ello, y de pasadita buscan debilitar el gobierno. Con estos amigos para qué queremos enemigos. Desprecian tanto el trabajo de los y las convencionales, que suponen que una autoridad de gobierno pudo imponer a la mayoría de la Convención determinada propuesta. Por donde se le mire la acusación es un despropósito, pues si la propuesta destruye instituciones democráticas y desconoce la soberanía popular no queda sino rechazar.
Lo más cierto, es que la propuesta tiene un contenido profundamente democrático, la definición de Estado Social, el reconocimiento inequívoco de derechos sociales, la profundización de la democracia representativa con expresiones participativas, entre muchas otras, son razones suficientes para decir Apruebo categóricamente.
Los y las convencionales merecen todo el reconocimiento popular, por un trabajo responsable que en poco tiempo ha dado lugar a una propuesta emblemática. También constituye un aprendizaje para la elaboración de políticas públicas, las propuestas que miles de chilenas y chilenos elaboraron como propuestas de norma.
La mayoría de las encuestas dirá todos los días, hasta el último, que gana el Rechazo; para eso les pagan. Si a usted le infunden miedo, no queda más que, al igual que en dictadura, superar ese miedo para no vivir con vergüenza. La verdad se juega en la calle. El momento histórico vuelve a interpelar a las y los millones que dieron origen a este parto histórico, para una vez más decir: Apruebo.