El “descendimiento” de Gabriela Mistral: a 100 años de su autoexilio
El 23 de junio de 1922 Gabriela Mistral (1889-1957), profesora, escritora e intelectual chilena, salió de Chile rumbo a México, emprendiendo su autoexilio, definición mistraliana para destacar el carácter voluntario de su partida. Con ese viaje, Mistral inauguró la errancia permanente que caracterizaría el resto de su vida, viviendo fuera de su país natal, hasta el día de su muerte.
En esa vida en el autoexilio, mantuvo una cercana relación con Chile y con los chilenos/as y, en 1954, se definía diciendo “Yo soy una chilena ausente, pero no una ausentista”.
A 100 años de esta partida, y después de variados hitos y procesos revisionistas de su figura y obra (como, por ejemplo, la llegada de su archivo personal a la Biblioteca Nacional de Chile, en 2007, y las numerosas relecturas creadas durante la revuelta social chilena de 2019), me pregunto ¿qué hemos aprendido de Gabriela Mistral? y ¿qué “guardamos” de ella?
Hace ya algunos años, múltiples ejercicios de lectura nos acercan a áreas más desconocidas de su biografía; la experiencia de maternidad con Yin Yin, sus cartas de amor y las relaciones con las mujeres que acompañaron su vida son áreas emergentes en los estudios sobre Mistral. Se libera esa Gabriela Mistral “secuestrada” (Araya, 2021) y enyesada por esa “operación de cosmetología” (Teitelboim, 1996), de la dictadura de Augusto Pinochet.
“Nuestra Gabriela” también ha sido re-visitada por diversos sujetos de nuestra cultura popular que recuperaron su figura y obra de forma significativa en las calles chilenas. Su rostro, sus palabras y su “espíritu rebelde” se tomaron, muchas veces, el país. Su palabra fue retirada del “rancio aposento” (Rojo, 1997) en que fue “guardada”.
En esta posibilidad de pensar que nos ofrece la conmemoración del inicio del autoexilio, pienso con Gabriela Mistral, y provocada y afectada por su palabra, retomo su texto “Nocturno del descendimiento” (1938) cuando decía: “Ahora ya no me acuerdo de nada, /de viaje, de fatiga, de dolencia. / El ímpetu del ruego que traía se me sume en la boca pedigüeña”. Recupero esa idea de “descendimiento” de Gabriela Mistral para interpretar ese proceso que vivimos en el Chile reciente, por medio del cual retiramos a Gabriela Mistral de ese lugar lejano donde había sido “guardada”, la aproximamos y la leímos, no sólo desde la que se consideró tradicionalmente como “alta cultura”. Gabriela “bajó” a nuestras calles, y libre y suelta emprendió la fuga.
En este proceso, Gabriela Mistral se presenta de múltiples formas, en los esfuerzos constantes por conocer a esa Mistral “original”, en una autora que se transforma en metáfora de la democracia que esperamos vivir como país, y como una figura llena de fuerza que nos provoca y nos afecta, entre otras cosas. Hemos recuperado la palabra mistraliana, con las marcas del ruego y la boca pedigüeña, para realizar con ella numerosos y rizomáticos viajes por todos aquellos lugares y no-lugares en los que se evoca su presencia.
Creo que, sin duda, a 100 años del inicio de su autoexilio, los/as chilenos/as continuamos aprendiendo con ella. Tal vez, ahora sí, su país natal pueda reconocerla en su complejidad, con sus diversidades y en su infinita profundidad. Porque podamos entender ese autoexilio como algo muy propio de ella; de alguien que vivió siempre muy atenta a Chile.
Espero que en los próximos años Gabriela Mistral siga en movimiento, que se inauguren nuevas lecturas libres y desterritorializadas de ella y su obra, y que nos acompañe, siempre, en nuestros ruegos y pedidos.