El filósofo Luis Oyarzún y “En defensa de la tierra”

El filósofo Luis Oyarzún y “En defensa de la tierra”

Por: Nelson Rodríguez Arratia | 17.06.2022
Una filosofía de la naturaleza, en defensa de la tierra, es el ritual acariciante de comprender cómo el amor nos une, nos encuentra y nos somos en ella.

En el contexto de la Cumbre de las Américas, el Presidente Boric, con carismático acierto, profundizó un llamado que viene desde tiempo y que cada día requiere de la más consciente y pragmática atención: cuidar nuestro mundo, cuidar nuestra tierra y en el esfuerzo de todos sentir que ese compromiso es desde y con nosotros mismos.

Es la particular forma de enarbolar una poética del cuidado de la naturaleza. No se trata de mirarla como si fuéramos sólo espectadores, desde una conciencia moderna o cientificista, que sólo describe o explica fenómenos. Se trata de proponer una mirada en que nos reconocemos, no sólo como parte de la naturaleza, sino desde la mirada que nos reconoce como seres de la naturaleza.

En este sentido, se nos hace necesario volver la mirada a un pequeño gran libro escrito por el filósofo chileno Luis Oyarzún: En defensa de la tierra. En este texto, se nos llama a la pasión de ver, es decir, descubrir que el profundo sentido de una mirada es el ser reconocido, nombrado y cuidado como parte de aquello que se contempla.

Mirar la tierra, desde el filósofo chileno, es volver a una ritualidad que nos descubre en la unidad de seres humanos y naturaleza. Tal vez valga recordar, como lo advertía el poeta Nicanor Parra, que “el error consistió en creer que la tierra era nuestra, cuando la verdad es de las cosas es que nosotros somos de la tierra”.

Parte de lo que sigue es una recopilación de trabajos de estudiantes de la Escuela de Filosofía de la Universidad Silva Henríquez, que en la cátedra de Filosofía de la Naturaleza descubren en el filósofo una mirada que complejiza y reconoce la naturaleza como un ritual que nos llama al cuidado de la vida misma.

Una filosofía de la naturaleza es la pregunta por aquello que nos rodea, por aquello que se muestra tan caos, como cosmos. También es la pregunta permanente de todo cuyo movimiento nos transforma en aquello que tanto el mundo, como el mismo movimiento muestra en sus formas. Una filosofía de la naturaleza será la pregunta por el logos, esa racionalidad que habita en ella y nos permite de un modo u otro desenvolvernos en ella. La naturaleza es cambio y su unidad depende de cuánto podamos comprender y de cuánto podamos nombrar en ese mismo gesto de movimiento continuo que nos propone mirar.

La pasión de ver en la filosofía de Luis Oyarzún, pensada desde Chile, es la condición de cómo la naturaleza nos afecta y en ella somos hablados. No es la posibilidad siquiera de un concepto, de una palabra o un término con la cual apresarla, sino es la mirada que nos duele, nos emociona y nos provoca a descubrirnos como la naturaleza misma.

Somos naturaleza y estamos en ella, porque necesitamos vivir y cuidar. Para Luis Oyarzún, una filosofía de la naturaleza está en la pasión de ver, pues en ella no sólo están las preguntas que le dirigimos, sino las que ella misma nos pone en el cuerpo, para revelarnos en ella.

Pasión de ver, pasión de ser, pasión de amor. El que contempla regocijado es también el amante jubiloso. Nuestros ojos no sólo limitan lo que vemos, nuestros ojos nos abren a la vastedad de lo por vivir. La mirada que descubre, afectada por su posibilidad de abrir el mundo, que nos sitúa como ser, nos sitúa en nosotros mismos y también desde nosotros fuera de lo que somos. Donde todo se retrae y vuelve sobre sí mismo, donde nos amamos.

No sólo las semillas que vuelan por los aires o caen en los surcos fecundan la tierra. También la empeñan los rituales. El olvido del ritual es el olvido de nuestra relación con la tierra. Por eso nuestra tierra se nos empobrece, se nos escurre entre los dedos y se desmorona debajo de nuestros pies. “¡Oh tierra nuestra sin fuego interior, tierra opaca espejo nuestro!”. Cuidar la naturaleza considera el ritual entre lo humano y la tierra. Considera el ritual amoroso, como el ejercicio acariciante que nos une.

En defensa de la tierra, el amor acariciante, la pasión del ritual de una caricia, nos advierte: “Te di un pedazo de tierra bien plantado y amenizado por aguas y ahora me lo devuelves yermo. Ahora sabes. Todo lo di para probarte. Para ver quién eres. No importa tanto la tierra como lo que hiciste con ella. ¿No es este tu propio rostro?”.

El ritual acariciante en una filosofía de la naturaleza nos ubica más allá de cualquier paisaje. No nos determina en ella lo verde, lo pulida y transparente. No nos seduce la sequedad revestida de humedad. Nos acariciamos en ella, en lo que es y lo que somos. El ritual acariciante nos invita: “El desierto se esconde bajo los tamarugos polvorientos. Es el árbol de la resistencia a la adversidad y al revés de las plantas refinadas de conservatorios y jardines, él persevera en su sed en este ambiente contrario a toda la vida, sin picaflores ni mariposas, erguido en sí mismo, tenso de existencia en medio de todo aquello que la niega”.

Una filosofía de la naturaleza, en defensa de la tierra, es el ritual acariciante de comprender cómo el amor nos une, nos encuentra y nos somos en ella.