El sol que nos alimenta: Una conversación sobre seguridad alimentaria
Este artículo por su título puede dar la impresión de que va a tratar sobre vivir de la luz. En el fondo es así, pero me voy a explicar mejor.
Todo lo que comemos viene de las plantas. Incluso cuando comemos carne es de un animal que comió plantas. Y los tallos, las raíces, las flores y los frutos, sean de la planta que sean, son básicamente dióxido de carbono y agua modificados por la energía solar a través de la biotecnología más revolucionaria desarrollada en el planeta a favor de la vida: la fotosíntesis.
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En la fotosíntesis, la unión de dióxido de carbono y agua produce la glucosa que almacena la energía solar en la conexión entre sus átomos de carbono. Y las plantas, con esa glucosa, producen almidón, celulosa, lignina y todas sus sustancias. Cuando comemos, digerimos todo eso hasta formar de nuevo glucosa. Llevamos esa glucosa hasta nuestras células y allí, concretamente en las mitocondrias, le agregamos el oxígeno que obtenemos de la respiración. Cuando el oxígeno reacciona con la glucosa se libera la energía que ligaba sus átomos de carbono. Y esa es toda la energía que tenemos. Es decir, andamos, corremos, amamos, pensamos, cantamos, trabajamos y soñamos movidos exclusivamente por la energía solar almacenada por las plantas en forma de glucosa.
Y, cuando comemos, no aprovechamos sólo la energía almacenada por las plantas, sino que también todos los nutrientes que cada una de ellas obtuvo de la tierra, organizados en estructuras de vitaminas, proteínas, sales minerales, lípidos y azúcares. Cada especie de planta está especializada en captar nutrientes diferentes y con ellos producir sustancias propias. Sabemos que la calabaza es rica en caroteno; la espinaca, rica en hierro y que las frutas cítricas suelen tener mucha vitamina C… y así sucesivamente.
Una buena agricultura es aquella que busca condiciones para que las plantas capten de la mejor forma posible la luz solar y los nutrientes de la tierra, generando comida abundante y de calidad. Es por eso que, según un antiguo proverbio chino, la agricultura es el arte de guardar el sol.
Me gusta observar cada alimento e intentar percibir cómo el sol llegó hasta él. El trigo del pan vino de la siembra de granos, generalmente en lugares más fríos. La yuca frita necesitó de la plantación de tallos de yuca, domesticada por los indios, y del aceite extraído de granos para freírla. En el queso, el sol fue conservado en los pastos y metabolizado por la vaca en la leche, que fue salada y ofrecida a hongos especializados. Cuanto mayor es la diversidad de alimentos que consumimos, en cantidades adecuadas, mayor es nuestra salud. Así, haciendo una analogía con el proverbio chino antes citado, podríamos decir que la seguridad alimentaria es el arte de nutrirse del sol, en su inmensa diversidad y abundancia de colores y sabores.
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Pero, en general, los alimentos no llegan a casa sin estar acompañados de envases. Y, ¿cómo se fabricaron esos envases? De papel, que viene del sol en los árboles, o de plástico, que viene del sol en el petróleo. Al final, el petróleo no es nada más que una materia orgánica originada por plantas de otras eras y transformada geológicamente. Hace menos de dos siglos, descubrimos que el petróleo tiene mucha energía almacenada y empezamos a utilizarlo en nuestra vida cotidiana, en el transporte y en los procesos industriales. Hace algunas décadas, descubrimos que también sirve para hacer plástico. Y, con ese plástico, pasamos a producir casi todo. Así, el petróleo, como fuente de energía y en forma de utensilios, está en el centro de nuestras vidas. Donde quiera que esté en este momento, mire a su alrededor. Intente descubrir, en cada objeto, si no fueron necesarios el plástico y la gasolina para que sean lo que son. Casi todos ellos, seguramente todos, necesitaron de ambos, en mayor o menor medida.
Con el petróleo, llegamos también a procesar alimentos y a crear nuevas sustancias para conservarlos, colorearlos y resaltar su olor o sabor. Si tiene, abra ahora un envase de salgadinhos de maíz [N. de T.: aperitivos industriales estilo gusanitos]. Estará de acuerdo conmigo en que maíz es lo que menos contiene. Piénselo: comer petróleo en forma de sustancias sintéticas no hace ningún bien a la salud. Al final, llevamos milenios adaptados a comer plantas y carne y no conservantes y aromatizantes.
Nuestra pasión por el petróleo también modificó la agricultura. La fertilización a base de hojas y estiércol fue sustituida por abonos químicos sintéticos. Las plantas nutricionalmente desequilibradas son más susceptibles a los insectos y los hongos, que pasaron a ser combatidos con agrotóxicos. La preparación del suelo empezó a hacerse con grandes máquinas, producidas con mucho petróleo y que dependen de él para funcionar. Los campesinos fueron separados de sus tierras, ya sea por acaparamiento, expulsión o falta de condiciones de producción y comercialización, dando lugar al latifundio y el monocultivo. Tanto el metabolismo humano como la producción de alimentos se han ido transformado para depender de los insumos artificiales y la maquinaria.
Deforestación, erosión y polución ambiental son algunos de los graves efectos de la agricultura moderna. Además, claro, del suministro de alimentos nutricionalmente pobres y contaminados a la población. Es decir que ni siquiera la pequeña porción de maíz del salgadinho es de verdad.
En lo que atañe a la alimentación y a la agricultura, sabemos que podemos actuar de otro modo. Nos podemos alimentar de productos naturales y hacer agricultura orgánica, biodinámica o agroforestal. Podemos, en definitiva, conseguir una relación más directa con el sol en la producción y el consumo de alimentos sin necesidad de recurrir a su almacenamiento en forma de petróleo. Esto es fundamental para nuestra salud y la del planeta. ¿Por qué, entonces, no salimos del círculo vicioso de enfermedad y contaminación ambiental descrito arriba?
Obviamente no hay una respuesta simple a esa pregunta, pero es necesario recordar que las cadenas de producción y comercialización de alimentos procesados tienen dueño. Y son pocos, pero muy grandes. Eche un ojo a las etiquetas de los envases de alimentos procesados de su despensa. Los nombres de los dueños están ahí, repetidos en alimentos aparentemente diferentes. El gran lucro genera un gran poder, propaganda, mejores condiciones de mercado e influencia en los gobiernos. Alguna de esas empresas también son productoras de semillas, fertilizantes, agrotóxicos y medicamentos, en un ciclo altamente lucrativo, que no se mantiene por casualidad.
Sin embargo, este gran poder no es mayor que el del sol. Él continúa allá. A diferencia del petróleo, no tiene dueño. Cada día aumenta más el número de familias agricultoras produciendo alimentos a partir de sistemas agroforestales u otras formas de agricultura regenerativa. El sol va retomando su lugar en estas técnicas, protagonizando el uso de las plantas y las fertilizaciones, generando decenas de toneladas de alimentos por hectárea, de un alto valor nutricional. Cerca de usted, probablemente, hay alguien haciendo eso. Y si no lo hay, se puede hacer en el patio de la casa o en una huerta urbana.
Hacer agricultura usando la luz y la diversidad de formas de vida o estar cerca de quien lo hace y consumir sus productos, es muy bueno para la salud, con efectos inmediatos. Y, poco a poco, nos iremos dando cuenta de que no necesitamos la comida ultraprocesada, producida en grandes latifundios, lejos de las personas y mezclada con plástico. Comer se irá convirtiendo en un acto de autonomía, ciudadanía, libertad e, incluso, revolucionario. Y Gaia lo agradece.
Este artículo fue publicado originalmente en la revista 15-15-15 y re-publicado bajo licencia Creative Commons – BY – SA. Puedes leer el artículo original en el siguiente link«.