Kemy Oyarzún: Al rescate de la casa de Eloísa Díaz, Ernestina Pérez y Amanda Labarca
Destacada e investigadora, Kemy Oyarzún ha formado a muchas generaciones, incluyendo a Lastesis, Karol Cariola e Irací Hassler, quienes fueron estudiantes suyas. Creó el Departamento de Género de la Universidad de Chile a comienzos de los 90 cuando ni siquiera se manejaba el término pero además resultaba incómodo para las esferas del poder.
Siempre ha estado vinculada a temas sociales, al movimiento feminista y al movimiento de estudiantes y funcionarios universitarios. Fue presidenta de la Sociedad de Académicos de la Universidad de Chile y también fue parte del Senado Universitario, presidiendo una de sus comisiones. Es autores de una decena de libros de ensayo y uno de poesía. Su último libro Imaginarios de la posdictadura. Reflexiones sobre feminismo, cultura y política en Chile fue publicado el año pasado por Editorial Cuarto Propio, reuniendo 30 años de ensayos desde el retorno de la investigadora del exilio.
Kemy Oyarzún se encuentra en plena campaña para convertirse en la primera rectora feminista de la Casa de Bello. En redes sociales se ha visto el apoyo del colectivo LasTesis, del alcalde Daniel Jadue, además de fotos históricas donde se la ve marchando junto a Gabriel Boric cuando era dirigente estudiantil. El mes pasado recibió el premio Amanda Labarca por su trayectoria académica en la Universidad de Chile y en la foto que se tomaron después del evento figuraba Camila Vallejo.
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En esta entrevista, la candidata se refirió a su programa que busca generar condiciones de equidad y dignidad al interior de la universidad, educación de calidad y vincularse a las demandas políticas y sociales que se han estado discutiendo en el marco de la actual Convención Constitucional.
"La cultura no nace en los laboratorios de la Universidad de Chile"
-¿Por qué a las personas, al país, podría interesar la Universidad de Chile?
Es una universidad que ha sido nacional, que luego disminuyó mucho su tamaño durante la dictadura y que sufrió todas las represiones como el resto del pueblo de Chile. Hay una importante memoria de pueblo-nación que rescatar. Siempre se habla de la casa de Bello, hoy día queremos decir: la casa de Eloísa Díaz, de Ernestina Pérez y de Amanda Labarca: algunas de las primeras profesoras que salieron de la Universidad de Chile y que tuvieron mucho que ver en cómo el país se ha ido enfrentando a las desigualdades, a las discriminaciones, a las violencias de todo tipo. En ese sentido, es muy importante rescatar lo que debe ser una universidad con vocación estratégica de país. Que se piense cuál es el desarrollo social y cultural que queremos para este país. Qué tipo de culturas. Allí hay un tema muy importante que emerge junto con los feminismos: la bandera del Wallmapu nos recuerda que este es un Estado con muchas naciones.
-¿Qué relación sería importante que se diera a nivel de cultura entre la universidad y el país?
Sería importante que se abriera la idea de que la cultura no nace en los laboratorios ni en los departamentos de la Universidad de Chile. La cultura es un proceso que se va articulando con múltiples voces y que por supuesto salen desde fuera y dentro de la academia. Antes esa idea de que la universidad divulgaba y solo se comunicaba hacia afuera en una dirección, es una idea muy antigua. La comunicación tiene que ser de ida y de vuelta. Tenemos que saber escuchar las culturas que se están produciendo en todos los rincones de este largo país.
-¿Qué señal se daría al país si la Universidad de Chile elige por primera vez a una rectora mujer y feminista?
Creo que es hora, volvimos a la democracia hace 30 años. Tres décadas nos han demostrado que la palabra no ha ido de la mano con grandes transformaciones en los tratos, en las relaciones humanas, y en la manera en cómo pensamos las instituciones. Antes pensábamos en la Universidad de Chile de una manera, la familia de otra y creíamos que esas eran instituciones que no cambiaban; pero tienen cuerpo y territorio, y cambian porque son vivas y tienen proceso. En ese sentido, empezar con el reconocimiento de la interculturalidad y el feminismo, son ejes transversales para dar una señal que hay voluntad de hacerse parte del ciclo de transformaciones que está viviendo el país desde las revueltas.
La revuelta feminista y el estallido están dando cuenta de grandes descontentos a nivel plural en nuestro país. Descontentos que se han expresado en propuestas. De hecho, inauguramos la Convención Constitucional en este periodo. Esto es clave para dar señales de que como pueblos, con géneros y divergencias políticas y diferenciales sociales y sexuales, necesitamos abrir espacios realmente democráticos, comunitarios, participativos y vinculantes. Esto da cuenta del crecimiento y la profundización de la democracia en este país. Es una democracia que se está haciendo y la estamos haciendo los pueblos.
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-La lógica de la universidad se empezó a relacionar con el hacer profesionales sin pensamiento crítico, esto lo sintetizamos con el espolonazo que le pega el gobierno anterior a las universidades sacándolas de la investigación del litio. ¿Cómo llevamos la universidad hacia una opción de cambio?
Se ha instalado una manera de hacer universidad que es muy desde lo inmediato y muy individualista. Se ha definido “calidad” a nivel abstracto y fuera de las coordenadas de este país. Necesitamos dar muestras que tanto desde el conocimiento, el arte y la ciencia tenemos que generar un proyecto comunitario con vocación social.
[caption id="attachment_736814" align="alignnone" width="650"] Kemy Oyarzún inscribiendo candidatura a rectora[/caption]
En el mercado es todo muy inmediato, por eso estamos destruyendo el planeta. Una universidad tiene un universo, y ese universo mínimo es la raíz de nuestros pueblos. Eso es lo que todavía no ha logrado despegar con un tipo de formación que es muy tecnocrática, e incluso ni siquiera está dando certezas de empleabilidad. Generamos y generamos personas diplomadas que después no saben adónde se van a insertar. El empeoramiento del trabajo ha sido uno de los ejes más duros, porque finalmente la universidad tiene tal disparidad de remuneraciones que da cuenta de la misma desigualdad que ha puesto a Chile en los primeros lugares de las segregaciones de los países donde la riqueza está extremadamente atrincherada en un 1%. Queremos pensar en una universidad que genere las condiciones dentro de la propia universidad, pero que también genere los conocimientos, ciencias, y artes que respondan a los requerimientos de la población.
“Chile es un país no solo patriarcal, sino patronal”
-¿De qué forma la lógica del patriarcado se inserta en la universidad? La mayoría de los decanos siguen siendo hombres, y para qué decir rectores. Hasta ahora en las principales universidades del país solo ha existido la palabra rector, no rectora, con excepciones que son recientes. ¿De qué forma se puede revertir eso?
Lo primero, es que después de treinta rectores varones hoy tengamos una rectora; eso ocurrió en la UMCE con la rectora Elisa Araya. Chile es un país no solo patriarcal, sino patronal. Hay una tremenda verticalidad en las relaciones humanas, no se escucha a las comunidades. La idea de tener una universidad de calidad y excelencia internacional es muy válida, pero también tenemos que pensar que somos una universidad en un país con muchos problemas. Compartimos con los vecinos en América Latina unas condiciones culturales y materiales de vida, pero creemos que estamos en el Mediterráneo, y no ¡si somos la Universidad de este país, y un país que necesita cambios! Lo ha dicho la sociedad: necesitamos revisar nuestras formas de tratarnos y el patriarcado es muy duro, y convive muy bien con lo patronal.
Las mujeres no llegamos a ciertos cargos, y eso es porque hay discriminación. Evidentemente no es que no tengamos habilidades, es que hay un prejuicio instalado de que las mujeres más arriba de ciertos cargos no llegan. Y cuando llegan, son a veces hasta ridiculizadas, como nos decía la decana Lucía Invernizzi (decana de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile entre 1994 y 1998). Era una de las pocas decanas y se sentía como un pez en un acuario distinto. Es importante hacernos cargo de que hay sexismo y violencia que no siempre es física. A veces es moral, está en el trato, en lo que no se dice. Eso ocurre también entre las ciencias duras y las “ciencias blandas”: las primeras están completamente masculinizadas. Las blandas son feminizadas, eso significa que si hay varones van a ser tan mal pagados como las mujeres.
-Eso también resiente mucho el conocimiento
Normalmente lo que está en las mallas curriculares y bibliografías selectas no son textos de mujeres. Las escrituras de mujeres se han venido dando a conocer muy tardíamente en Latinoamérica, porque se creía que las grandes obras eran masculinas. Hay que situar el conocimiento. ¿Quiénes juzgan de quiénes son las grandes obras? Allí hay toda clase de discriminaciones. Siempre hemos estado mirando los países del primer mundo y no miramos aquí mismo. Se cantaba en la revuelta a Violeta Parra y Víctor Jara, pero si siguiéramos como estamos las voces de ellos no llegarían.
¿Cuánto acceso tienen las jóvenes generaciones para decir cuáles son las cosas que a ellas les importan? No digo que dicten, sino que haya un diálogo entre afuera y adentro. Los profesores, estudiantes y los laboratorios, toda la universidad. El año 97 estábamos todos los estamentos, y un científico preguntó: "¿Por qué voy a tener interés en que la persona que barre vote sobre las condiciones de mi laboratorio? ¿Qué tiene que ver con mi investigación?”. Una de las funcionarias le contestó: "Trate usted de hacer investigaciones en un laboratorio que no cumpla con los estándares de higiene y va a ver lo que le va a pasar". A veces se cree que la ciencia parte de la cabeza, pero tiene que ver con espacios, gente que desempeña distintas labores, y todas son válidas. Son comunidades que deben tener acceso a las decisiones. Chile todavía con esa cosa patronal le tiene mucha aversión a todo lo que es comunitario y cooperativo.
"Los estudios de género no podían nacer en dictadura"
-¿Cómo han cambiado las universidades, respecto al tiempo en que creaste el Centro de Estudios de Género? Quizás el centro era un bicho raro en la Universidad. Ahora entre las egresadas están Irací Hassler, Karol Cariola y las integrantes de Las Tesis.
Los estudios de género no podían nacer en dictadura, fueron instalados en los 90. Eso no significa que antes no hubiera mujeres luchando; sí las hubo y fueron muchas. Se nos decía que íbamos a generar algo que tenía que ver más con “la moda”. Estos treinta años nos han mostrado que lejos de eso, ha sido una verdadera transformación cultural. Era un cambio importante el que nació, siempre lo digo, con la decana Invernizzi, quien abrió las primeras clases: eran como trescientas personas en el primer curso que dimos y había exoneradas feministas. Nos fuimos juntando en una comunidad que tenía distintas visiones; fuimos capaces de escucharnos y rotamos las directivas.
No me gusta decir que yo fundé, porque fuimos una comunidad que venía de un tremendo movimiento feminista. Al mismo tiempo fuimos activistas generando seminarios con campesinas, con gente común y corriente de las comunidades. Se fue generando un cambio cultural. No solo venía desde la universidad, en ese sentido se interpretó un sueño, unas aspiraciones que se vieron volcadas a la calle. Eso ha seguido generando otras formas de gobernanza, más cercana a las personas y mucho más comunitaria. No solo Irací Hassler o Karol Cariola; hay muchas políticas jóvenes que conciben la política de otra manera: la viven en la ciudad, los espacios, los territorios y eso ya es irreversible. Hemos hecho nuevas pautas, nuevas políticas se han hecho desde las direcciones de género para ir abocándose a los casos de abuso en toda la universidad. Hay algo nuevo, se avizora un nuevo ecosistema universitario, con otras formas de relacionarse y el género ha sido muy importante para combatir las desigualdades. Mujeres, hombres y diversidades sexuales podemos convertirnos perfectamente en fuerzas transformadoras.