El teatro en llamas
Al ver los noticieros se tiene la impresión de que la política chilena ha perdido aquel color gris que, en tiempos de crisis, enseñaba y explicaba a los ciudadanos que en este mundo casi siempre se trata de evitar lo peor, más que de alcanzar lo mejor. Es algo que Aristóteles hace muchos años también advertía: la política es el esfuerzo por librarse de las rocas y de la espuma (y no un crucero del amor).
Por el contrario, en las noticias y en los matinales abundan los periodistas, parlamentarios y convencionales que, aun sabiendo que vienen tiempos de escasez, optan por la banalización total de los problemas públicos, llevando a pantalla una especie de reality show a través del cual se exhiben como detectores de la injusticia social y promotores de la igualdad a partir de una sinfonía de simplezas y buenismos. Muchos de los que hace poco aparecían con delantales blancos y triple mascarilla pidiendo el cierre de los colegios, cuarentenas totales, y comparaban gráficos de muertes locales con los de países vecinos, ahora exhiben poleras del “quinto retiro”, sostienen pancartas pidiendo fijación de precios y exigen al Estado hacerse cargo de todos los problemas de la existencia, sin importar lo que venga a futuro (sin revisar los ahorros del Estado , proyectar el crecimiento económico, ni asumir nuestra productividad país).
Pasada la peste, el espectáculo debe continuar para los dueños del teatro del Chile actual. Ahora la compleja contingencia global, con guerras, sequías, inundaciones, caos logístico para el intercambio de mercaderías, escasez de alimentos, petróleo, gas y una inflación de proporciones, pasa a ser relatada por parlamentarios, convencionales y periodistas que se visten con plumas para gritar, con tonos histéricos, que estamos peor que nunca, que el mundo se va acabar y que el Estado debe sacar todos sus ahorros e ingresos de caja para hacer frente a las plagas que el capitalismo, en su expresión actual (con ese apodo artístico que también le conoce como neoliberalismo) ha dejado caer, cual meteorito castigador.
Por otro lado, las audiencias, con nerviosas carcajadas, mismas que se producen por la expresión de vergüenza, alarma, incomodidad o confusión de una persona (en lugar de ser diversión), disfrutan del espectáculo, a la vez que lo maldicen, entendiendo que el artista de la política está actuando desde un teatro en llamas que desdibujó los roles: el periodista se transformó en activista y el político dejó olvidado, en el camarín, el traje donde venían sus principales virtudes: la seguridad (para convencer al ciudadano que la crisis pasa y vendrá un mañana mejor) y la prudencia (para advertir que en tiempos de crisis hay que caminar en puntilla para no generar un desplome del suelo).
Pero la parte más cruda y entretenida de este espectáculo es cuando el fuego llega al escenario mismo, pues ahí es que los actores claman piedad ante las cámaras. Es ahí que las audiencias ríen a carcajadas, cuando ven que quienes (hasta hace justo un año atrás) cantaban payas, y creaban videos TikTok exigiendo el tercer retiro de fondos de pensiones, ahora lo rechazan como sinónimo de acto de irresponsabilidad fiscal y pulsión neoliberal; cuando se ve a la diputada Pamela Jiles de la mano del diputado Gonzalo de la Carrera sosteniendo una misma bandera; cuando los jóvenes diputados del Frente Amplio sacan en cara a un mártir del Partido Socialista para manifestar su molestia por una votación; cuando convencionales se funan entre ellos (en el mismo edificio donde redactan una Constitución) luego que no se incluyeran alguna de sus indicaciones en el texto borrador; cuando un ex vicepresidente de la Convención sale diciendo que de no ganar el Apruebo el país volverá al caos de 2019; cuando José Antonio Kast aparece, al mismo tiempo que colectivos de ultra izquierda, convocando a una movilización nacional a favor de un sexto retiro de fondos de pensiones; cuando el reciente candidato presidencial del Partido Comunista viaja a Venezuela y desde ahí, junto a Maduro, le manda advertencias al gobierno (que es su mismo gobierno). Cuando al Presidente de la República se le tira un piedrazo y el gobierno duda respecto a si se debe denunciar al que la tiró.
En el actual teatro de la política chilena suele olvidarse que la democracia representativa no tiene por objeto reproducir las emociones de la ciudadanía, sino que aplacarlas y conducirlas, mediante el debate racional, hacia lo que es mejor para todos. Se trata de deliberar lo mejor para el bienestar social y no de servirse de la urgencia que padecen millones para imponer, sin reflexión y sólo a ojo de buen oportunista, los propios propósitos.