Ucrania: el inicio de la gran transición geopolítica y civilizatoria
Además, todo indica que potencias económicas como Rusia y China deben ser domesticadas o aplastadas para que las principales economías capitalistas puedan tener una nueva oportunidad de vida. Esto es una perspectiva aterradora. [Michael Roberts, 14 de marzo de 2022]
La guerra de Ucrania continúa. Es sólo un comienzo. ¿El frente? La dimensión espacio-temporal de los intereses estratégicos de los Estados Unidos; es decir, el planeta. El objetivo es conservar el poder y oponerse férreamente a los que cuestionan la hegemonía euroamericana, eso que Samir Amín llamó el imperialismo colectivo de la tríada.
Biden ha organizado, insisto, ha organizado dos territorios de definición geopolítica: uno, el principal, en Asia, en el Mar de la China meridional; otro, el secundario, que tiene como línea de frente Ucrania. Ambos están interconectados política y militarmente por los EE.UU. Estos imponen una estricta división del trabajo: de la reducción de Rusia se encarga la OTAN; de Asia, el mundo anglosajón. Es la Doctrina Monroe ampliada a la de Alfred T. Mahan: el Pacifico es asunto exclusivo y excluyente de los norteamericanos y sus aliados de confianza; fuera la Unión Europea y, específicamente, Francia. Se atisba en el horizonte un tercer escenario en construcción, el Sahel, que empieza a decir adiós a las fuerzas expedicionarias francesas y creo que también a las demás europeas.
Cuando la niebla de la guerra se aclare habrá que hacer un mapa de daños. Conocer con precisión las consecuencias, el papel de los actores y los elementos definitorios de una nueva relación de fuerzas. Un dato sobre todos: ¿se romperá el mercado económico-productivo y financiero mundial? Eso parece. La posibilidad de construir un polo de poder alrededor de China viene impulsado por la necesidad de responder a las sanciones contra Rusia y, sobre todo, a sus consecuencias colaterales que obligan ya a definirse. Biden está jugando fuerte, muy fuerte. Los días del dominio del dólar pueden estar terminando y la multipolaridad está más cercana de lo que parece.
Una cosa parece evidente: se está vendiendo ahora más gas ruso a Alemania que antes del conflicto. Este corredor funciona mucho mejor, desgraciadamente, que el humanitario. ¿Qué significa esto? Que existen contactos económicos, financieros y militares.
Sigue habiendo posibilidades de llegar a acuerdos, de parar la guerra y poner fin a la muerte. Cada vez sabemos más cosas. En la reunión de Versalles de los 27, siempre a mayor gloria electoral de Macron, se decidió que por ahora no entraría Ucrania en la Unión Europea; este "por ahora" puede ser muy largo y equivale a (casi) nunca. Unos días después, nuestro inolvidable Alto Representante de la UE, Josep Borrell, reconoció errores. El más grande fue abrir la posibilidad de la entrada de Ucrania en la OTAN. No se deben hacer promesas que no se pueden cumplir, sentenció el que fuera la gran esperanza blanca de la socialdemocracia española.
Cuánta razón lleva Luciano Canfora cuando dice que no hay que hablar de democracia cuando se trata del poder mundial y su disputa; no hablar de paz cuando se planifica la guerra. Habrá que decirlo una y otra vez, hacerlo con fuerza y asumiendo los costes de ser minoría: frente a un discurso único dominante –que se convierte en disciplinario– hay que afirmar que esta guerra es entre la OTAN y Rusia, y que Ucrania pone el territorio, la población y la mayor parte de muertos y heridos. Zelenski debe de estar comprendiendo ya lo que supone ser aliado incondicional de los EE.UU. e instrumento activo de una estrategia que nada tiene que ver con los intereses de su pueblo. Plantear, como él hace, una intervención directa o indirecta de la OTAN es jugar con fuego y que todos nos quememos.
Se ha dicho (Thomas Fazi, Olga Rodríguez) que la guerra de Ucrania ha sido la más anunciada, analizada y anticipada de la historia última europea. Todos los grandes especialistas lo han estudiado y analizado desde hace años (Kennan, Kissinger, Mearsheimer, Jack F. Matlok) y su conclusión fue siempre la misma: intentar que Ucrania ingresara en la OTAN supondría una respuesta político-militar rusa y la guerra. El 13 de marzo de este año Carlos Sánchez en El Confidencial entrevistaba a un especialista en estrategia –influyente en el Ministerio de Defensa– que no quiso dar su nombre. Lo más sorprendente de sus declaraciones es que coinciden con otros geopolíticos –militares o no– críticos ante el conflicto ucraniano y especialmente preocupados por el futuro de Europa en un mundo que cambia aceleradamente.
Hay un acuerdo muy general en que estamos en un cambio de época caracterizado por un declive relativo de la hegemonía de EE.UU. y la emergencia de nuevas potencias que, objetivamente, cuestionan el orden organizado y definido por ese país. Las dimensiones y los ritmos del proceso no son pacíficos. En segundo lugar, se coincide en que estamos en una transición hacia un mundo multipolar que implica una redistribución sustancial del poder a nivel mundial. También hay acuerdo, en tercer lugar, en que los EE.UU. son la primera potencia económica y que, lo más importante, tiene un claro dominio político-militar a nivel planetario.
Dicho de otro modo, hay una desigualdad estructural de fuerzas (comerciales, financieras, tecnológicas y militares) entre el bloque de poder dirigido por los EE.UU. y las fuerzas que tienden a disputarle la hegemonía. La cuestión clave es el tiempo. Biden (y el grupo oligárquico que él encabeza) buscan anticiparse, ganar ventaja y posición por medio de una estrategia preventiva bajo el principio: hay que hacerlo ahora, mañana puede ser demasiado tarde. No ocultan sus objetivos, acabar con el sistema de poder dominante en Rusia y en China por medio de instrumentos económicos, tecnológicos, híbridos o de zona gris.
Existe consenso, en cuarto lugar, en que la gran perdedora de este conflicto es Europa. La UE es incapaz de representar los intereses estratégicos de sus Estados y pueblos y sigue siendo –la crisis de Ucrania lo pone de manifiesto– una aliada subalterna de los EE.UU.
La quinta cuestión tiene que ver con el papel geopolítico de España. Aquí hay muchas preocupaciones. El conflicto entre Marruecos y Argelia se agrava; al tradicional problema migratorio se le añade el del gas en un contexto propiciado por la pretensión de Marruecos de convertirse en potencia regional en estrecha relación con EE.UU. y Francia. Al fondo, la cuestión saharaui no resuelta. En caso de conflicto con Marruecos, los españoles estaremos solos, de nada nos servirán ni la OTAN ni la UE.
Cuestión más compleja son las relaciones entre China/Rusia siempre mediadas por la tensión con los EE.UU. Kissinger y Brzezinski advirtieron con mucha fuerza del peligro de una alianza entre Irán, Rusia y China. Sin embargo, toda la política exterior norteamericana –excepto en la etapa de Donald Trump– está dedicada a propiciarla. Hoy, que la rusofobia arrecia, hay que insistir en que el futuro de las relaciones internacionales estará marcado por la dirección hacia la que se incline Rusia. Esta se ha decantado clara y nítidamente hacia una alianza estratégica con China. Las dos economías se complementan y sus capacidades militares se multiplican en alianza.
China ayudará a superar las sanciones a Rusia como lo harán la India, Pakistán, Indonesia, gran parte de América Latina comenzando por Brasil y Argentina y la mayoría de África con Sudáfrica a la cabeza; sin olvidar a Arabia Saudita, que está decidiendo en estos momentos cobrar el petróleo en moneda china. ¿Somos capaces de imaginar el mapa? Es el nuevo mundo que emerge frente al viejo de las grandes potencias coloniales.
Para Europa es una tragedia. Se han cansado de decirlo en estos días: no hay seguridad en Europa sin Rusia. Es verdad. Este país retorna a una alianza explícita euroasiática con el objetivo claro de desafiar una Pax basada en el poder euro/norteamericano. Una vez más es lo viejo que no acaba de morir y lo nuevo que no termina de nacer. En medio, el conflicto por el poder mundial. El despertar político global es históricamente antiimperial, políticamente antioccidental y emocionalmente antinorteamericano en dosis crecientes. Este proceso está originando un gran desplazamiento del centro de gravedad mundial, lo que, a su vez, está alterando la distribución global de poder, con implicaciones muy importantes de cara al papel de los EEUU en el mundo. Esto lo escribió en el año 2007 Zbigniew Brzezinski. El viejo halcón polaco-norteamericano sabía de lo que hablaba. No hay marcha atrás.