Piñera, la muerte y la nada
Ciertamente, el tema de un posible legado de su gobierno ha sido una preocupación de larga data para Sebastián Piñera. Lo fue durante su primer mandato e, incomprensible o irrisoriamente (usted elige), lo ha sido más aún al final de este segundo periodo. En efecto, hace justamente un año el diario La Tercera daba cuenta del regreso a La Moneda de su ex jefa de gabinete, Magdalena Díaz, para dirigir un equipo cuya tarea “es de vital importancia para el Jefe de Estado: la construcción de su legado, (…) el relato con el cual el Mandatario espera ser recordado en su segunda gestión. Se evalúa editar una colección de libros, generar registros digitales o audiovisuales recogidos durante su segundo mandato o una autobiografía de Piñera”.
Desde la perspectiva política, me parece no sólo superfluo sino también –como en tantas otras ocasiones– desconectado de la realidad del país y de sus habitantes. Sin asomo de vergüenza, hace unos días el vocero subrogante, Máximo Pávez, se refirió a un supuesto legado de carácter “impresionante" habida cuenta de que “pudimos abordar legislativamente asuntos como la crisis sanitaria y la crisis social, que involucraron muchos proyectos de ley, (…) nos tienen que juzgar por lo que nos tocó vivir como país: cuando en 30 años más se escriba la historia de la humanidad en esta época, se hablará sólo de una cosa: Covid-19, y ahí puedo decir con mucha responsabilidad que en los libros de historia la gestión del Presidente Piñera va a ser recordada como una de las ejemplares en el mundo".
Desde la mirada psicoanalítica, su afán de legar(nos) algo me resulta presuntuoso, egocéntrico, artificial, cosmético en toda regla, lo que no es extraño en una personalidad como la de Sebastián Piñera. Recuerdo entonces que, investigando sobre derechos humanos y nuevas tecnologías, descubrí algunas plataformas especialmente abocadas a la planificación de la vida digital y el legado post mortem que pueden ser irresistibles para el inquilino de Palacio.
Los mensajes de estas empresas invitando a suscribirse son joyas de una publicidad ampulosa y a ratos engañosa (cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia), como la de Lexikin, que llama a asegurarse “de que no quede nada sin decir”, perfecta para talantes narcisistas y verborreicos. O la de Knotify y su preocupación por que “nada de tu vida digital se desperdicie”, precisa para espíritus ambiciosos. También hay sitios que, digámoslo con franqueza, fomentan una cierta adoración de sí mismo, que se refleja en el afán de planificarlo todo para el momento de la muerte y de la vida digital posterior, incluyendo la posibilidad de escoger incluso la forma en que se quiere ser recordado, los rasgos a destacar, el epitafio para la lápida o derechamente el panegírico del cual se quisiera ser destinatario (interesados dirigirse a Parting Wishes).
Desde el prisma terminológico, me detengo en el significado de la palabra legado que, de acuerdo a la Real Academia Española, en su segunda acepción remite a “Aquello que se deja o transmite a los sucesores, sea cosa material o inmaterial”. Por ahí pareciera que algo se acerca. Un Presidente que quiere transmitir algo material, por ejemplo, una colección de libros, registros digitales o audiovisuales, o una autobiografía, podría ser. Pero sobre lo inmaterial… Complejo en cuanto a fondo y forma, porque nada hace presumir que esos libros o audios vayan a ir, dijéramos, justamente al fondo de un supuesto impresionante legado dada su inexistencia. Entonces se me viene a la cabeza, no sé por qué razón aparente y como una asociación libre, el hecho de que hace pocos días comenzó a regir una ley que prohíbe los objetos de un solo uso, lo desechable, lo de plástico, lo descartable.
Pienso en Piñera, y sólo se me ocurren palabras como esas: plástico, desechable, muerte, nada; la muerte y la nada. Intento pensar en un legado político y, tristemente, aparecen los ojos mutilados, los cuerpos torturados, el toque de queda, su declaración de guerra. Todo esto, en democracia (aún con todas sus limitaciones).
Piñera, muerte, políticamente muerto, sepulturero. Entierra la democracia en democracia, entierra el anhelo de la no repetición de las violaciones a los derechos humanos. Entierra a la derecha, al menos a esa que alguna vez se creyó capaz de romper con su pasado dictatorial y con el fantasma del pinochetismo más duro que siempre, indefectiblemente, ha sobrevolado sus cabezas y penetrado sus almas. Piñera devora y entierra a su propio candidato en la última elección presidencial, quizás porque era un candidato desechable, de un sólo uso, aventuro. Piñera el panteonero, la muerte, el muerto, el matador.
¡Cuán lejos están esos imaginarios días de gloria! Esos del oasis, cuando pensaba en su legado, en cómo le recordarían las futuras generaciones, en las estatuas que se esculpirían en su honor y se erigirían en plazas, calles y rotondas de Chile y el mundo, cuando creía que pasaría a la historia convertido en un líder internacional. Pero todo falla, nada resulta, no hay caso. Él mismo sepulta ese anhelo con una breve y bochornosa actuación en el exterior para el olvido. No hay legado posible para un gobierno violador de derechos humanos, para un gobierno y un Presidente que ni siquiera supo estar a la altura del cargo.
Intento ver el vaso medio lleno y vuelvo al diccionario. Me aparece ahora sí un concepto a su altura y de pleno sentido como alternativa al de legado: fideicomiso, que es la “disposición por la cual el testador deja su hacienda o parte de ella encomendada a la buena fe de alguien para que, en caso y tiempo determinados, la transmita a otra persona o la invierta del modo que se señala”. Ahora me calza todo: Piñera no tendrá legado, tendrá fideicomiso. Eso es lo que ha hecho estos años, estar preocupado de su hacienda, de sus inversiones y de las de los suyos, partiendo por sus hijos, nietos, bisnietos y muy probablemente tátara y tataranietos. Con la palabra correcta hasta se me ocurren títulos para su autobiografía, como “Memorias de un fideicomiso”, “Un fideicomiso para Chile” o “Mi fideicomiso: firme, noble, patriota”. Por cierto, sin agregar esas cursilerías de fideicomiso ‘ciego’, porque ha tenido siempre los ojos bien abiertos y atentos sobre sus intereses. Por lo demás, lo de cegar no es para Piñera, era para otros. Último día nadie se enoja.
Concluyendo: de legado, nada. Y sobre la nada, pues nada mejor que terminar con los versos de Carlos Pezoa Véliz, cuyo poema “Nada” me resuena más que nunca en estas horas finales (con la entonación de la notable versión musicalizada de Mauricio Redolés): Era un pobre diablo que siempre venía / cerca de un gran pueblo donde yo vivía; / joven rubio y flaco, sucio y mal vestido, / siempre cabizbajo… / Tal vez un perdido! / Un día de invierno lo encontraron muerto / dentro de un arroyo próximo a mi huerto, / varios cazadores que con sus lebreles / cantando marchaban… Entre sus papeles / no encontraron nada… Los jueces de turno / hicieron preguntas al guardián nocturno: / éste no sabía nada del extinto; / ni el vecino Pérez, ni el vecino Pinto (…) Una paletada le echó el panteonero; / luego lio un cigarro; se caló el sombrero / y emprendió la vuelta… / Tras la paletada, nadie dijo nada, nadie dijo nada.